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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 16 de mayo de 2022 [08:35 GMT-5] (Neotraba)

Una ovación inexistente abre sus brazos para leer mis letras en medio de una presentación de Eminem cantando sátiras postmodernas desde principios del siglo XXI. Nanananana.

https://www.youtube.com/watch?v=YVkUvmDQ3HY

Vamos cerrando la pandemia o algo así –cabrá mencionarlo en otro momento, con otra canción y otra intención. De pronto la realidad quiere acomodarse de nuevo a lo que dejamos unos dos años atrás, con la casualidad de que muchas cosas no se fueron nunca, o ¿qué no ha visto las redes sociales? Parece curioso que una app que juramos nunca instalar, terminaría quitándonos la atención en videos de entre un minuto y tres –muy pronto diez– y que sea esa app la que se haya vuelto un medio por sí mismo.

Recuerdo todavía cuando en mis clases de español de secundaria, enseñaban que las redes sociales –todas– eran un solo medio. Espero que ahora esté actualizado. Porque pensando mejor esas lecciones en las que un medio era determinado por su uso y difusión, cada app merece ser considerada como un medio de comunicación con un impacto dirigido; Twitter a gente enojada y de pocas palabras, Facebook a gente que admira memes y sentirse en comunidad con gente ajena al mundo, ¿y TikTok?

En realidad, no podría decirlo con seguridad. Porque al principio de cuando se volvió una sensación, era claro que el objetivo estaba en la población juvenil que atrapada por la pandemia, tenía en videos cortos una salida directa a la realidad tan absurdamente complicada y hostil que hasta la fecha tenemos. Pero ahora puedo ver que hay contenido para todo tipo de gente, de cualquier rango de edad con accesibilidad a un celular con conexión a internet y tiempo libre –o no. Véame como un ejemplo, que hasta ganas de hacer contenido para la plataforma me entraron.

Como alguien que pretende y quiere formar parte de la vida cultural del país, no cabe en mí decir si es bueno o malo, lo que sé es que hay cosas que no me gustan, y si lo hacen es porque puedo expresarlas en una columna, medio dormido, medio explotando. ¿Qué pedo con el contenido que se hace para medios gigantescos como TikTok?

Yo entiendo que para que una red social pueda funcionar como un medio de comunicación, necesita de la participación activa de sus usuarios, de modo que el contenido de un creador tenga una distribución lo más orgánica posible; no es difícil entender que, por esa misma razón, la diversificación de los usuarios promedio es vital. ¿Pero hasta qué punto la diversificación de contenido es una oportunidad para algo más?

Entenderá por qué lo pregunto después de contarle lo siguiente: martes por la noche, espero una llamada, veo TikTok para matar el tiempo –como quiero suponer que hace la gran mayoría– y veo entre uno de los deslizamientos, justo en medio de una receta de aros de cebolla y un tip de drive, un video que hacía mención de un feminicidio para hacer un chiste de mal gusto. Leer los comentarios, más por morbo de saber si la gente en verdad apoyaba este tipo de contenido, reafirmaba el hecho de que hay gente por la que no vale la pena mirar los comentarios.

Descoloca. No porque confíe ciegamente en que el ser humano es perfecto o esperar siquiera a que sea considerado con sus iguales, descoloca porque no son datos o inteligencias artificiales que puedan ser retiradas, son personas que desde su propia concepción de las cosas razonan de esa forma la realidad como una verdad infranqueable. Reír de un tema tan delicado como escalofriante, es normal.

Focault comenta algo sobre este tipo de cosas, pero hay que aceptar que la visión que plasmó sobre la normalización, en ese entonces, debe adecuarse a estos supermedios con formato de red social. Sin embargo, podemos retomar sus principios lógicos: las cosas que son aceptadas como normales, parten de la colectividad. ¿Quién hubiera dicho que algo que nos ayudó a sobrevivir por más de dos milenios, causaría tal desastre ideológico?

Nobody Likes Me de I Heart atribuida a Bansky
Nobody Likes Me de I Heart atribuida a Bansky

La organización humana, que cuando no construye paraísos los destruye, juega en contra de sí misma en la segmentación de poblaciones demográficas amplias; del ciento por ciento de jóvenes entre catorce y dieciocho, veinte defienden alguna ideología de odio, otro veinte evade el tema de conversación, otro cuarenta no sabe el porqué de la discusión, etc…

Históricamente es más sencillo visualizarlo mediante los conflictos. Como los que dieron lugar a la reconquista de la península Ibérica, en que la división de un imperio gigantesco fue una de las razones de su derrota; o aquí mismo en México, cuando eras convencionalista o constitucionalista, dejando al final al charro más sanguinario y mejor trajeado como jefe máximo. La colectividad que te añade como parte de un algo más grande, no es más que un rezago de la evolución del ser humano como un ente social, pero llevado a la actualidad, el motor no es un propósito más ajeno y efímero que el de demostrar que estás bien. O incluso peor, cuando se defienden palabras que a uno ni le brotaron de la razón ni de la boca; defender un juicio en el que las partes no podrían ser más lejanas al espectador, alabar o criticar a otro magnate con caprichos adolescentes e ignorante de su impacto, hablar de un mercado de pocos diseñado para todavía menos.

La apertura desmesurada de contenido para diferentes focos crea este caos en el que el usuario de una red social no puede hacer más que aceptar o negar. El problema está precisamente en la imposibilidad de cuestionar y por ello, algunos grupos captan a estos individuos perdidos en el inmenso mar de contenido misceláneo. Su alcance normaliza, su normalización se perpetúa, trascienden las redes, se vuelven virales y de pronto tienes una opinión pública basada en un discurso de odio.

Ahora, no vamos a echarle la culpa al algoritmo, sería como echarle la culpa a la marihuana de la adicción. Existe un algo que no puede ser bueno o malo porque no tiene un yo del qué partir, pero existe la relación en la que el ser humano como un yo puede reconocer como buena o mala. Es el ser humano su problema en sí, porque un medio de comunicación tan grande y poco regulado como una app, no hace más que servir como megáfono de problemas que ya eran patentes en comunidades mucho más pequeñas y análogas.

Taparnos los ojos y hacer como que no está, suena como algo que haría un niño que teme porque no conoce lo que aguarda tras la sábana que lo cubre. Nosotros lo sabemos de alguna u otra forma, porque somos nosotros quienes hacen que un medio de comunicación sea eficiente en su tarea de diversificar nuestra capacidad de compartir cosas. Cabe preguntarnos siempre ¿qué pedo con el contenido? Porque rastrear el origen de una postura de odio, nos lleva a dejar de decidir si aceptar o no una ideología, nos da herramientas mucho más estables para defender y entender el hecho de que ese algo existe, y está mal. Algo parecido a la ética, que cuestiona la moral en vez de decidir si es buena o mala.

Y una vez reconocido el origen de ese discurso, entonces se puede combatir más allá de reconocer que a uno le molesta algo de una app, sino que se puede cambiar un círculo cercano para bien. En mi caso, es con ustedes, los pocos o muchos que me lean. Este tipo de situaciones merecen ser discutidas, y ser discutidas de buena forma antes de que nos coman vivos.


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