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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 23 de mayo de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

En alguna realidad en la que mutuamente nos desconocemos,

estará otro yo bailando a ritmo de timbal,

por desacuerdo llamaremos al paralelo “sábado por la tarde”.

https://youtu.be/4_7zkXv17QE.

A veces no sé sobre qué escribir. Me ausento una o dos semanas si es necesario, pero no escribo hasta saber que habrá algo interesante que comentar. Si no me equivoco, llevaré 90 columnas desde el lejano marzo en que empecé a escribir sobre el porqué pienso que la escuela no debería ser como ahora. Todavía nervioso porque mis pensamientos fueran publicados en la red, temeroso de recibir una reprimenda del mundo en forma de karma.

Pero ahora me pongo canciones para ver el techo, esperando un mensaje, sintiéndome apagado por pensamientos que me van inundando mientras pienso: ¿realmente querrá hablar conmigo? Voy rumiando mis ideas. Al principio lo consideraba como algo bueno, pero ahora no lo tengo muy claro. Las vacas ideológicas se pondrán locas en algún momento, supongo. No tengo algo fijo en qué divagar, y por eso voy variando entre lo que está ausente en mi mente y lo que alguna vez estuvo ahí como una sombra.

Pienso en el futuro. Idílico, irreal, distante, falso. Realmente no podemos avanzar en el tiempo para reconocer todo lo que va a ocurrir, lo intuimos como producto de nuestro contacto con la realidad, porque conocemos situaciones similares que se adecuan a nuestra experiencia inmediata. Los niños sí viajan al futuro de cierta forma; cuando repiten una y otra vez la misma película, manipulan la realidad conocida para que sea exactamente la replicada en una serie de fotogramas coordinados, sonidos estrictamente reconocibles, voces, movimientos, una realidad bajo la estática y la intuición. Pero por desgracia, uno deja de ser niño y ni siquiera se da cuenta de ello. Sucede. Nos respira en el cuello toda la vida, pero no lo nombramos sino hasta que el envejecer nos abre paso a no saber qué ocurre.

Tengo diecinueve, no debería sentirme así. Pero lo hago. ¿He viajado al futuro sin querer? Realmente no tengo idea, con el paso de los días pocas cosas ocurren en el futuro. Lo noté hace algunas semanas, intenté escribir un cuento como hacía antes de la pandemia, me leí como quien lee un testamento sin firmar; conjugaciones futuras, conjeturas sobre lo que pasaría y la mierda que seguiría siendo el ser humano en el desastre neo-post-moderno, poco sobre la vida normal, poco sobre mis preocupaciones reales. Quién sabe, la vida hace unos años sonaba más interesante en la actualidad. Vaya error.

Escribo ahora sobre el pasado. Muchas de las situaciones de las que escribo son porque me pasaron, porque me hicieron sentir algo. Me da miedo pensar que siempre he escrito en otro tiempo porque en el presente no pasa nada. Pero realmente nunca ha pasado algo, ¿no? Probablemente, si jugamos a que la vida se repite exactamente igual como el rollo de una película, nunca ha ocurrido nada fuera de lo estrictamente señalado por cada fotograma. Suponer eso es un constante estrés como un alivio; entonces sí he viajado al futuro sin saberlo. ¿Y si lo hacemos todos? Quién sabe, igual y por eso el cambio siempre resulta tan sorpresivo.

Por eso hay un yo que escribe en mi computadora, como interrogando al otro yo que se termina una cerveza recostado en mi cama. Ninguno de los dos se explica por qué hay otro yo que tiene su nombre en unos papeles, ni este se explica a un cuarto que va quemando otro libro al leer en las tardes. Todos, sin embargo, concuerdan en que ningún yo es el yo que soñaba con ser un gran escritor. ¿Es una renuncia? No. Pero ahora me basta con saber que si escribo no será por ser uno grande, sino uno que valga la pena. Que le jodan al Cervantes si quieren.

Síndrome del impostor. He leído al respecto, pero simplemente parece que es alguien más el que vacía ese contenido en una papelera inmensa. Porque cuando pienso que he hecho un buen trabajo, sé que leeré lo que he escrito antes y me reprocharé existir sin viajar al futuro para golpearme a mí mismo. Sería sencillo, hacer como que todo es una simulación, hacer como que este yo, no es mi yo, y que al dormir debí perderme en el cuerpo de alguien más; pero mi identidad es fijada y atada por documentos que validan que existo, por complejos sistemas del pensamiento que enumeran la realidad y procesos todavía más complejos de formación de la realidad mediante el lenguaje. Existo, no hay de otra. Soy este y no otro. Soy mi impostor, soy el que escribe en la computadora, el que no ha entregado una tarea de lingüística, el que espera mensajes que no sabe hasta qué punto son sinceros y no por obligación. Soy este que, atrapado entre paredes de celulosa virtual, habla consigo mismo como quien habla a un espejo.


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