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Por Sophia Sandre Cerqueda

Puebla, México, 20 de mayo de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Experimento 222

El experimento ha fallado, todas las pruebas, todos los intentos, todo fue en vano. Nada funcionó, se volvió poco estable: no escucha, no entiende, sólo quiere comer, solo quiere comer. Por favor, sáquenos de aquí. ¡No! Esperen, ¡¿qué demonios hacen?! ¡Abran la puerta!

(Gritos de agonía de cientos de personas se escuchan al unísono).

Pero… doctor, ahí estaban cinco personas de nuestro equipo, ¿de dónde salieron la otras?

El doctor a cargo respondió con un suspiro: “Ya no hay cinco personas. Probablemente, nunca las hubo.

El túnel

Bien, cada vez que escuchamos la palabra túnel nos viene a la mente el principio o el final, ¿cierto? Pero, ¿alguna vez han pensado qué sucede dentro? Bueno, hoy les contaré mi historia:

Mi nombre es Saúl y tengo 18 años. Todo empezó el primer día de vacaciones de invierno; mis papás me esperaban del otro lado del estado, dos amigos me acompañaban en ese viaje por carretera, así que cambiábamos cada cierto tiempo de conductor y copiloto para que todos pudiéramos descansar un poco. Recuerdo que ese año no había sido el mejor en la universidad, pero tenía muchas ganas de ver a mi madre.

La pesadilla empezó cuando pasamos por el último túnel de nuestro largo camino. La batería del carro se agotó y quedamos varados en medio del túnel. Le marcamos a una grúa, pero tardaría media hora en llegar, así que nos quedamos dentro del carro y comenzamos a platicar de lo que haríamos llegando con nuestras familias.

Después de un rato, escuchamos que golpearon una de las ventanas del carro, después la otra y la otra. Norman y yo queríamos bajar para ver qué sucedía, pero Alan se negaba. Tal vez si le hubiéramos hecho caso, seguiríamos los tres juntos.

Segundos después de que insistiera en que no saliéramos… mmm… pues evidentemente no nos importó y lo hicimos. Parecía que ese túnel no tenía salida, así que caminamos durante al menos quince minutos. Ni siquiera veíamos la luz de lejos. Escuchamos un grito. Provenía del auto. Corrimos hasta llegar al lugar y comenzamos a buscar a Alan, pero lo único que había era un rastro de sangre. Seguramente todos piensan que iríamos a buscar a nuestro amigo, ¿cierto? Pero no, éste no es ningún tipo de cuento en el que hay final feliz y todos somos valientes. Simplemente somos unos cobardes alumnos de universidad. Nos metimos al auto y cerramos todas las puertas con seguro. Lo que sea que se haya llevado a nuestro amigo definitivamente sabía lo que hacía. No rompió ninguna puerta o ventana. Parecía que lo había abierto cuidadosamente. Estuvimos así como dos horas. Esa cosa seguía acechándonos. Se escuchaba una caminata lenta y precisa, luego una más rápida, después toques en las ventanas y en el techo del auto. Mi otro amigo y yo decidimos escapar con o sin el carro, así que salimos corriendo, pero esa cosa al parecer había planeado todo. Nos iba siguiendo lentamente y cuando se acercaba más a nosotros hablaba con la voz de mi amigo: “Chicos, ¿por qué huyen? Encontré la salida vengan y nos iremos…”. Al parecer mi otro amigo no era tan fuerte y le respondió. Al segundo de abrir la boca esa cosa se lo llevó a él también. Ahí fue cuando entendí que su meta –si es que tenía alguna– sería torturarnos hasta caer. Así que, como el cobarde que soy, regresé al auto. Esa criatura o cosa me estuvo llamando durante aproximadamente 2 horas. Me hablaba con la voz de mis dos amigos: “Ven… encontramos la salida”. “Bro, ven con nosotros”. Hasta que por fin llegó la grúa, pidió disculpas por las ¡tres horas de demora!

Al fin llegué a casa con mamá y ahí fue cuando sucedió: le conté todo y lo único que me dijo fue: “Cariño… tú venías solo. Tus amigos fallecieron hace tres meses en un accidente automovilístico. Tienes que superarlo”.


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