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Mérida, Yucatán, 23 de abril de 2024 (Neotraba)

“Los coleccionistas son individuos dotados de instinto táctico; en su experiencia, cuando se trata de conquistar una ciudad extranjera, la tienda de libros antiguos más pequeña puede significar una fortaleza, la papelería más alejada una posición clave.”

Walter Benjamin

Sobre la bibliofilia

A menudo confundimos al bibliófilo con el bibliómano, y a este último con el bibliópata, y a éste con el bibliorrata, y a todos los anteriores con los bibliófagos o los bibliorreicos. Pero ninguno significa lo mismo, si bien todos están íntimamente relacionados con un mal en común, un padecimiento provocado por objetos cotidianos que en mayor o menor medida pueden encontrarse en todas las casas: los libros.

Vayamos por partes. La bibliofilia puede definirse como el amor hacia los libros, que comienza, por supuesto, con la afición a la lectura; no obstante, va mucho más allá. El bibliófilo incurable no es únicamente un gran lector, sino uno que prodiga amor al objeto de sus afectos, al libro por sí mismo. Por ello, un auténtico bibliófilo colecciona y atesora ejemplares por diversos motivos, como lo pueden ser ediciones raras, primeras ediciones, ediciones autógrafas, incunables (los que fueron impresos en el siglo XV) o ediciones príncipes (primerísimas primeras ediciones o pruebas de impresión).

El bibliófilo es un ser dentro de la fauna librera que, por lo general, busca y colecciona libros sobre temas específicos o como objeto de estudio. Su amor es tal que a menudo tiene un afán por clasificar o categorizar su biblioteca –adelantándose en esto a los bibliotecólogos actuales–. Su afición por los libros obedece a diversos órdenes, todos extraliterarios, como la editorial que los publica, la encuadernación, la tipografía, año y lugar de edición, la calidad del papel, incluso el diseño, el color o la ilustración en portada. La antigüedad también juega un papel importante, pues mientras más viejo es el libro mayor es su rareza y, por ende, su valor.

Tan es así que lo que puede parecer absurdo para el lector aficionado no lo es para el bibliófilo, como el hecho de poseer varios ejemplares de un mismo autor o título, en diferentes ediciones, idiomas, países y presentaciones. Y es que un título determinado puede tener infinitas variantes para el lector experimentado, ya que depende mucho de quién haya tenido a su cargo el cuidado de la edición, si esta cuenta con un prólogo relevante o un estudio crítico; quién hizo la traducción es otro elemento importante a considerar.

La importancia del bibliófilo en el mundo literario y editorial es tal que existen algunos muy famosos y otros que han sido parte de la historia universal. Además, los hay quienes han protagonizado argumentos de ficción o que, en el colmo de la bibliofilia, han impreso sus propios catálogos, escrito libros sobre libros o sobre el propio amor a los libros.

Otra de las cuestiones que bien podrían definir a un bibliófilo, más allá de su interés por el coleccionismo, es el hecho de que en verdad ama los libros. No basta con leerlos o poseerlos, el bibliófilo les prodiga cariño y cuidados a estos objetos en apariencia inertes. Para nadie es un secreto que los libros deben de ser desempolvados de vez en cuando, y pasarles un trapo encima a esas coloridas portadas, a esos lomos de títulos tan disímiles, es uno de los grandes placeres del amante de los libros.

Y es que el verdadero bibliófilo no teme ensuciarse las manos durante la consecución de sus obsesiones. Esto incluye desde llenarse de polvo los dedos durante la exhaustiva búsqueda de ejemplares inconseguibles en viejas librerías de segunda, tercera o cuarta mano, hasta el acto de restaurar los libros dañados que haya conseguido durante sus pesquisas. Mientras que algunos prefieren encuadernarlos a su gusto, otros intentan preservarlos en el estado más próximo al original, de ser posible, mediante el uso de pegamento, silicón, papel, cinta adhesiva y cartón de uso doméstico. Desde luego, no se descarta forrarlos, emplayarlos, enmicarlos o embolsarlos para su mayor protección con vías de legarlos a la posteridad.

Uno de los mayores placeres para el bibliófilo que ha dedicado tiempo y recursos económicos a una afición que roza peligrosamente la enfermedad, es el hecho de poder admirar su amplia y cuidada biblioteca, con libros que sin duda le son entrañables, y muchos otros que aún no ha leído y que espera leer, en su vana e fútil ilusión, algún día venidero. En este punto comienza a hacerse evidente que lo suyo no es un mero pasatiempo, sino una aflicción obsesiva compulsiva no exenta de consecuencias –como veremos ahora, si se me permite la digresión–.

Casi nadie habla de lo que la familia o la pareja del bibliófilo tiene soportar en su convivencia con el enfermo y sus síntomas ineludibles. De entrada, sus seres queridos se ven paulatinamente desplazados, pues la casa ya no es un hogar, sino un templo destinado a los libros. Muebles, mesas, libreros y en algunos casos graves, el piso, se vuelven sitios habitados por una perpetua biblioteca que no deja de expandirse como una plaga por las habitaciones. ¡Ni siquiera el baño se salva! Triste pero cierto, este tipo de situaciones ha sido causal de divorcio para ciertos cónyuges, sobre todo al verse desplazados de sus espacios más íntimos.

Sin importar los problemas familiares, personales y económicos que acarree, la bibliofilia es una adicción comparable al tabaquismo, ya que su depositario sabe que está enfermo, aunque no tiene la menor intención de curarse. Puede intentarlo, ciertamente, pero tarde o temprano sufre una recaída, por más que se mantenga alejado de librerías, bibliotecas, ferias y tianguis.

Ahora bien, esta afección ha dado materia para que numerosos estudiosos y escritores la aborden en sus obras. Algunas de las más conocidas y recomendables ficciones son El bibliómano, de Charles Nodier, Auto de fe, de Elías Canetti; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; Los amores de un bibliómano, de Eugene Field, la famosa novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco y, mi favorito personal, Mendel el de los libros, de Stefan Zweig. También sendos ensayos han circulado en torno al mismo tópico, como El vicio de la lectura, de Edith Wharton, Mientras embalo mi biblioteca, de Alberto Manguel, que no es otra cosa que un ensayo del argentino inspirado en «Desembalando mi historia (Discurso sobre la bibliomanía)», del malogrado filósofo alemán Walter Benjamin; Desear, poseer y enloquecer, también de Eco (el italiano era un bibliófilo empedernido, como podemos constatar en la temática de muchas de sus obras).

A este respecto, los mexicanos no nos quedamos atrás. En su libro Bibliofilia, José Luis Martínez recogió los textos escritos para su discurso de recepción del Homenaje al Bibliófilo, distinción creada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Aquí el autor nos narra las historias detrás de algunos libros de su colección; es decir, los relatos de cómo estos ejemplares dieron con su último lector. Esta edición del Fondo de Cultura Económica sólo contó con 250 ejemplares impresos y encuadernados de manera artesanal, de los cuales el número 51 acabó en mi biblioteca, en la sección de rarezas editoriales.

Sin irnos tan lejos, existe una Sociedad Mexicana de Bibliófilos e incluso, a principios de 2017, el Museo del Estanquillo anunció la muestra Bibliofilia mexicana, con ejemplares de la colección Carlos Monsiváis. Aunque no todo es miel sobre hojuelas para los bibliófilos nacionales, ya que como bien señaló Elías Trabulse al recibir el mismo galardón de la FIL en 2011, la bibliofilia del país ha sufrido no pocas tragedias, siendo que enormes bibliotecas han salido de México debido a tiempos convulsos de nuestra historia.

Finalmente, aunque existe la política cultural por parte de universidades e instancias federales de adquirir acervos bibliográficos relevantes para su conservación y consulta, haciendo honor a la verdad, la mayoría han sido acaparados por colegios y universidades extranjeras. Sea como sea, siempre se puede confiar en que algún intelecto generoso cultive la sana costumbre de la donación, razón por la cual la bibliofilia no es una mera frivolidad, sino el triunfo del hombre sobre la ignominia.


Ricardo E. Tatto (Mérida, 1984). Licenciado en comunicación por la Universidad Modelo y egresado de la Maestría en Arte de la UNAY. Periodista y promotor cultural, editor, ensayista y narrador, su trabajo se ha publicado en periódicos, revistas y en libros de su autoría como Tercera llamada (Ayuntamiento de Mérida) y Cuentos, minificciones y aforismos del descaro (Libros en Red) y Yucatán en Letra Joven (PACMYC). Ha ganado dos PECDA en periodismo cultural y cuento, respectivamente. Como gestor cultural ha recibido el apoyo del FONCA para proyectos de coinversión, entre otros estímulos.

Ha sido columnista en el Por Esto, La Jornada Maya, Milenio Yucatán y ha colaborado en revistas y suplementos como Laberinto (Milenio), Replicante, Generación, Yaconic, White Sands (USA), Conjunto (Cuba), entre otros medios. En 2022 hizo el prólogo a El canto de los grillos, de Juan García Ponce, reeditado por Ediciones Odradek. En 2023 fue ganador del Fondo de Editorial del Ayuntamiento de Mérida con dos libros de ensayo: Universo de Juan García Ponce (Textofilia, 2023) y Bestiario del bibliófilo (Nitro/Press). Actualmente es presidente de la Red Literaria del Sureste y director de la revista Soma, Arte y Cultura. Foto por cortesía del autor.

Bestiario del bibliófilo de Ricardo E. Tatto (Nitro/Press-Ayuntamiento de Mérida. Colección Interview): Bestiario del bibliófilo – Ricardo E. Tatto (nitro-press.com)

Contraportada Bestiario del bibliófilo de Ricardo E. Tatto
Contraportada Bestiario del bibliófilo de Ricardo E. Tatto

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