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Por Beatriz De León

San Pedro Garza García, Nuevo León, 9 de octubre de 2023 (Neotraba)

Capítulo II
La promesa

En casa de la abuela había una fotografía en blanco y negro de un niño que nunca conocí: mi primo Mateo, del que todos hablaban con tristeza y que, a pesar de ya no estar entre nosotros, siempre fue una presencia importante. Su historia tuvo un peso enorme en nuestra vida: No podíamos hablar con los vecinos, ni salir a la calle solos, ni abrir la puerta sin permiso, ni detenernos en el camino de la escuela a casa. Debíamos memorizar nuestro nombre completo y el de nuestros padres, la dirección de casa, nuestra fecha de nacimiento y todos los teléfonos posibles.

Mamá veía con atención nuestros lunares y cicatrices, describía sus formas y ubicación: «parece un corazón», «es como un mapa descolorido», «tiene forma de cruz, pero invertida», «es igualito al de tu tía», «está justo a mitad de camino entre la muñeca y el codo». En mi familia, el concepto de señas particulares tomaba una dimensión muy singular. Un día, pregunté si Mateo estaba en el cielo. Mamá contestó que no lo sabían:

—Mateo desapareció —me dijo.

Crecí con la idea de que en México la gente, simplemente, desaparecía.

Alguna vez vi en la televisión un programa sobre abducciones. Los entrevistados aseguraban haber sido llevados por extraterrestres, otros daban testimonio de cómo unas luces brillantes habían descendido del cielo y levantado a personas o animales. Llegué a pensar que eso mismo había sucedido con Mateo. En medio del misterio, esa parecía ser la respuesta más lógica para una niña fantasiosa como yo. Hasta que se me ocurrió lanzar mi hipótesis durante una reunión familiar. Fue un momento incómodo, los asistentes se dividieron en varios grupos: los que soltaron la carcajada, los que reprendieron mi atrevimiento y los que no pudieron evitar el llanto. Camino a casa, mis padres me regañaron por mi imprudencia y estupidez.

Mi teoría de la abducción no prosperó.

Otra de mis imprudencias fue durante un festejo por el Día de las Madres en casa de la abuela. Yo apenas tenía 10 años y una imaginación que chorreaba por todas partes, como decía papá.

—Tía Mine, no te traje ningún obsequio, pero te voy a regalar una promesa: Cuando sea grande y trabaje en el FBI, voy a encontrar a tu hijo Mateo; te juro que voy a traerlo de vuelta.

El silencio sepulcral que arruinó la fiesta sólo se rompió por el llanto histérico de la tía Mine.

A esa edad, yo no sabía que en México ni siquiera existía un FBI y que la policía mexicana distaba mucho de lo que veía en las series de televisión estadounidenses. Ignoraba que, en la mayoría de los casos, la policía se parecía más a las mafias de las películas, podrida, corrupta e ineficaz.

Tampoco sabía que los casos como el de Mateo simplemente se archivan sin investigarse, que son las familias quienes emprenden la búsqueda, y los resultados dependen de sus recursos, su empeño y, algunas veces, el azar.


Beatriz De León

Beatriz De León (San Pedro Garza García, Nuevo León). Trabajó para Grupo Reforma en Monterrey, la Ciudad de México y Guadalajara; fue editora en Aristegui Noticias e impartió clases en la UANL, la Universidad Panamericana y TecMilenio.

En Reforma, dirigió por 18 años el suplemento cultural El Ángel. Es integrante de la primera generación del Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia (INBAL).

Actualmente, es coordinadora editorial en una productora independiente en Monterrey.

Cobalto 43 es su primera novela.

Cobalto 43, de Beatriz De León publicada por Nitro/Press, col. NitroNoir no. 34, en 2023 con el apoyo de EFIARTES; México, 2023. Para mayor información, páginas muestra y formas de adquirirlo: https://nitro-press.com/9786078805310


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