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Oaxaca, México, 24 de abril de 2024

Del poemario Un solar es la noche, Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante (Ed. Garabatos-MAMBOROCK) de Ibán de León, compartimos con lectores de Neotraba esta selección:
ALA DEL FRÍO

Volver a la tristeza de esos días. 
El desamparo de una tarde que encendió en las esquinas
su lámpara de alcohol. 

Quisiera.

Volver para abrazarme
como el niño que aguarda, aún, en la banqueta. 

Volver. No era tan mala la fatiga, una esperanza
en la azotea, temblores a las seis. Y la ciudad,
puño habitado por la hierba, sus ladridos cayendo
sobre el aire que agrisaba
los desagües, tuberías. Hace tanto 
del pino en mi ventana y a lo lejos
edificios opacos, el betún de las horas,
chimeneas sin humo, vagones que se marchan. 
Pasillos en la franja del carbón, 
la ráfaga del hueso tras el alba.

Volver a esos ladridos
con la certeza del presente
en la intemperie de los lunes. 

Y la mañana, el fresco entre las hojas,
me dice que mejor el tizne en las paredes 
del cuarto en que antes hubo el paño de otra voz,
su aceite familiar.
La ebriedad de un duelo que asciende sin lamer el corazón,
como una cama donde sólo estaba un cuerpo
que había olvidado y era mío.

Un pan sobre la estufa se desprende.

Un pan que apenas reconozco,
hecho en las manos de mamá después de muerta,
hecho tal vez de levaduras que pasaron por la casa,
en aquel patio donde el remo de los grillos
es harina que mercamos en la feria
y nadie puso en su lugar.

Un pan para mis hambres futuras
como el hoy que me acompaña
y agita sus gorriones.

Cuando busco en la calle, los postigos
se abren a preguntas que olvidé
sobre la cama de la infancia,
las sábanas tendidas con su turba de algodón,
oraciones como ramos de monedas para comprar lo eterno
desde un cielo amarillento, fotografía
de los que juegan a las piedras.

Un pan inventa otra ceniza
mientras sonríe en la penumbra:

se parece tanto a mamá que ya se ha muerto, que barre
las sienes de las rosas a un lado del camino, donde el agua
duerme su pie con la mañana y sus gallinas,
cacareos de lo mucho que nos lamenta el sol.

Un pan que no soy yo, pero se cuece
con mis hambres.

Crece la lluvia con las velas del domingo:
las doce y un minuto y el relámpago.

Tras la cortina el frasco de la luz
que asienta su rastrojo en el invierno.

Allá de la borrasca
caminan sus peldaños y descienden
los brotes de la época en que el agua
fue un caballo.

Si llueve y es invierno
bajo los huesos de mi casa,
algo le nace al frío,
algo que aún no es boca ni semilla,
algo de cielo y gris, algo de tierra.

Íbamos a la muerte, de mañana,
por el arroyo que estrechaba su corazón
sobre nuestras pequeñas dudas:

su brazo desplazándose en las piedras
hacia dónde.

En lo alto algún trino
nos daba los minutos, apurándonos.

(Camisas y playeras sobre el pasto).

Saltábamos al agua sin comprender que el tiempo
era de otros. (Hay que volver temprano,
contando el sol que se sacude
como un niño sorprendido entre la arena).

Y ahí, mientras corriente abajo se perdía
la corteza de la mugre, moríamos un poco sin saberlo.
Con lo sucio se iban también nuestras palabras,
el reclamo que duraba
lo que dura el resplandor del juego.

Hay forma de explicar ahora la tristeza
cuando, aún mojados, regresábamos a casa.

Por el camino de tierra el hambre tibia, su cansancio,
la fuga sobre el viento que secaba nuestro pelo.

Al arroyo le dimos un poco de la vida
que aún desconocíamos.
Contraportada de Un solar es la noche de Ibán de León publicado por Mamborock y Garabatos
Contraportada de Un solar es la noche de Ibán de León publicado por Mamborock y Garabatos

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