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Por Karla Valenzuela

Hermosillo, Sonora, 1 de noviembre de 2023 (Neotraba)

Hace 35 años, quienes firmaron como testigos el acta de nacimiento del libro Ciudad Nocturna estaban asistiendo a un acto litúrgico del que prácticamente eran juez y parte: conocían el mundo del que hablaba la obra y sabían sus códigos de penurias y placeres; en cierta forma habían convivido con muchos de los personajes que, en la pieza literaria, tenían nombres ficticios que habitaban en cuerpos reales.

Y aquellos testigos de la develación del libro, que eran a su vez protagonistas, luego serían sus lectores y, al final, le rendirían pleitesía, ya sea porque el autor, más que cronista de aquellas aventuras envueltas en un papel celofán oscuro, tejido con la materia con la que se hilan las noches, era el amigo, el guía y la luz de un oráculo que señalaba el rumbo de las navegaciones del cuerpo.

El internet entonces apenas asomaba sus narices de manera local. No había de manera masiva teléfonos móviles y las redes sociales eran una vaga idea radicada en la ciencia ficción. Visto así, con los ojos de un adolescente actual, hace 35 años nuestra ciudad era un escenario prehistórico en el que las personas se tenían que comunicar, generalmente, de manera rupestre: en forma personal. Y de voz en voz se corrió la noticia de que nuestras ciudades también tenían un rostro oculto, como la luna, que poco se conoce.

Muchos de aquellos hermosillenses que atestiguaron el nacimiento de Ciudad Nocturna ya no están aquí, ya no recorren las calles de esta ciudad que ya no es la misma: muchos han muerto, otros se han ido a radicar en otras latitudes, algunos simplemente se rindieron ante el tiempo y se han jubilado de las correrías nocturnas que serpentean en el libro como recetas infalibles para la felicidad… o para la desdicha, dependiendo de qué lado de la mesa esté sentado el lector.

La ciudad ya no es la misma, y la ciudad nocturna de hace 35 años se ha vuelto un lugar común para las generaciones que llegaron a poblar esta región de la canícula absurda de la vida. Los viejos personajes de Luis Enrique García ahora navegan con precaución porque ya no hay oráculos que tracen cartas esféricas en las aguas de la noche, siempre en el borde del abismo, porque hay nuevas urgencias fugitivas que en la obra no aparecen y que los lectores de hoy de seguro añorarán.

Y es el caso que el pasado viernes, en punto de las 19:00 horas, la Sala Alberto Estrella, ubicada en el edificio del Museo y Biblioteca de la Universidad de Sonora, abrió sus puertas para recibir la más reciente edición de la Ciudad Nocturna de Luis Enrique García, un texto que sigue siendo igual, idéntico a aquella primera edición y, sin embargo, es diferente.

Es distinto en la mirada de los lectores que somos ahora, los que conocemos aquella Ciudad de siempre, pero tenemos la perspectiva de lo que es ahora. El texto, magistralmente, continúa y se refrenda como una grata experiencia.

A la presentación de esa noche, acudieron el escritor Carlos Sánchez y el literato Josué Gutiérrez con la encomienda de decir unas palabras frente al público asistente.

Ahí, hablaron de lo que significa esta nueva edición y del porqué Mamborock Editorial decidió publicarla.

La nostalgia de una época surgió inevitablemente en el recinto al que acudieron familiares, amigos queridos y, por supuesto, admiradores del autor que también por años fue docente de la Universidad de Sonora, su casa.

Entre recuerdos maravillosos y aplausos interminables a quien nos mostrara otra forma de narrar, de vislumbrar la ciudad, el mundo entero, Ciudad Nocturna se volvió, como otrora, la gran protagonista.

Al final, las luces de la Sala Alberto Estrella se apagaron, pero la luz de la Ciudad Nocturna de Luis Enrique García siguió brillando y no se apagará jamás.


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