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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 31 de mayo de 2021 [00:46 GMT-6] (Neotraba)

Recomiendo escuchar “Everything happens to me” de Chet Baker. No cambia nada si no lo hace, pero creo que es una buena compañía para leer esta columna.
Aquí el link: https://youtu.be/qbYNTcHtdu0

Sí, algo así es intuitivo, pero no por eso es más sencillo de asimilar. A veces, pasamos por alto muchas de las obviedades más significativas para la construcción de nuestra propia persona. Tanto así que vemos curioso que nos recuerden tragar saliva –porque, inmediatamente después, lo hacemos de forma consciente– y evitamos tener en nuestra mente acciones reconocidas como inevitables, o bien, naturales. ¿Quién nos dice que algo así no pasa con nuestras preocupaciones? Y sobre todo ahora: la postmodernidad hace cada año nuestro ritmo de vida un poco más autodestructivo. Evitemos hablar del tema para no incomodar a la gente en nuestro círculo social.

El problema de tener problemas –sí, en plural– es que se enredan con cada intento por ocultarlos, como un cajón lleno de cables innecesarios pero guardados por si alguna vez los requerimos. Bueno, pues la mayoría de esos cables se pueden contar entre el estrés, ansiedad, depresión y el descuido. En conjunto, estas cuatro partes de la inestabilidad emocional hacen que una persona pase de hablar con muchas personas a dejar que los días pasen sin más.

Y todo esto viene del cómo podemos describir cada uno de estos cuatro espectros de la inestabilidad, donde entre mejor se pueda expresar una incomodidad, menor será la limitante al identificar la raíz de los problemas. O, en el caso de los cables en el cajón, aquel que enredó todo en un principio. He aquí el primer obstáculo: no todos percibimos la realidad del mismo modo. Su experiencia no afecta de forma directa a la mía; si usted ve rojo, no implica que yo no pueda ver el negro; o que usted describa como estrés a su ansiedad, no quiere decir que yo no describa como depresión a mi descuido. ¿Cómo llegar a un acuerdo común?

Como tal no podemos llegar a algo así, pero sí podemos dar con aspectos generales de nuestras interacciones con respecto a estas partes de la inestabilidad emocional, pues somos seres sensibles y, como tal, reactivos. Y por mera selección natural de comportamiento, con más de 2000 años sobre la faz de la tierra, el ser humano desarrolló conductas favorables para su interacción social, donde se incluyen las de aislamiento. De cierta forma, al recibir información de nuestro entorno –en este caso, el emocional–, estamos condicionados a estas reacciones inmediatas, pero no necesariamente al cómo las interpretamos. De esta forma, podemos saber cuáles son las mejores formas de sobrevivir al derrumbe interno, como el beneficio de un prueba y error evolutivo.

Sabemos, por ejemplo, que ante el miedo hay dos formas obvias de enfrentarlo: evitar la raíz del miedo o arrancarla, ambas formas válidas de lidiar con nuestra realidad más cercana. Pero reconocer cuáles son las formas más viables requiere de mucho trabajo tras bambalinas, en primera porque debemos limitar nuestra propia persona entre lo que se relaciona con otros y lo que sólo nos incumbe a nosotros. Es un poco extraño, pero al igual que olvidar tragar saliva de forma consciente, a veces nos dejamos llevar por las circunstancias, y nuestro estrés se extiende a otras personas, quienes lo vuelven a extender a otras personas y hacen una cadena interminable.

Y una vez separado lo individual de lo grupal, empezamos a jugar con nosotros mismos a ser un espejo de feria, deformamos una realidad inconexa a la que puede hundirnos en la desesperación. Vernos en el vaivén de pensamientos sueltos de nuestros pensamientos, lo que está bien visto –porque pueden diferir ambos puntos– y lo que debemos hacer. Nivelamos siempre al “yo” con todo lo separado como lo “externo”. De vuelta a los cables, separar cada uno de los colores para diferenciarlos y realmente ocuparlos para algo de provecho en el futuro y no sólo arrumbarlos.

El problema de tener problemas somos nosotros. Y de la complejidad añadida que le asignamos, en el desconocimiento de nuestras formas de interactuar con la realidad y del cómo nos expresamos emocionalmente, algo que debemos trabajar y no dejar de desarrollar ni un solo minuto. Porque, entonces, dejaremos de ser un factor activo de nuestra propia existencia y pasaremos a ser otro problema por el cual estresarnos y molestarnos en la mañana.


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