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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 6 de febrero de 2023 [00:01 GMT-6] (Neotraba)

La música en español es un mundo lleno de otros mundos,

y todos parecen una fotografía en negativo.

https://www.youtube.com/watch?v=r_D-5uTJyt0.

No había notado que siempre escribo -y hablo- en el plural masculino. Hasta hace unos días, mientras tomaba de una caguama y pateaba rocas en la banqueta. ¿Tú crees que el “elle” esté mal? -me preguntaron, a lo que respondí que no- ¿Y por qué no lo usas cuando escribes? Es razonable, crecí siempre desde la concepción de mi identidad como parte de la masculinidad, tanto por lo que mi familia me explicó era comportarse como hombre, como por las expresiones tan sutiles e infantiles de primaria que me preguntaban por qué no mataba ranas, que si era puto. Y claro que no lo hago porque sea mi intención invisibilizar otras expresiones de la identidad que no encajan en lo binario -y si no pregúntele a la imagen de Vargas Llosa en ácido qué opino. Sino porque para mí es algo normal y natural usar mi identidad como una neutra y plural en sí misma.

Y quizás lo habría dejado pasar en otras circunstancias. Bastaría solo cambiar mi forma de escribir e interiorizar un nuevo uso en mi léxico. Pero me topé con un post en Facebook. Siendo sincero no sé si ocupar la identidad de la persona que escribió el post, porque personalmente no me siento en la confianza de esa persona como para citar explícitamente. Bastará con decir que admiro su trabajo en la difusión cultural y su forma de ser -al menos lo que me ha tocado conocer en talleres. Dejando eso de lado, lo importante es el contenido; un escrutinio a lo malo en la masculinidad. Pero creo yo, es más hacia lo que en definitiva no debería ser parte de la masculinidad, sino de una persona pobre y embrutecida moralmente. Me explico. El post habla -entre muchas otras cosas- de la violencia silenciosa que ejerce la identidad masculina sobre la femenina. Prohibir, hacer burla de ella, cosificar, juzgar, entre otros ejemplos.

¿Qué chingados nos hace hombres? Me lo he preguntado mucho. No como algo central en mi vida -y por extensión tampoco en lo que escribo-, pero sí como un pensamiento que de momento viene y obtiene diferentes respuestas. Las últimas dos; un marzo en mi prepa, cuando en ausencia de mujeres, los hombres metieron alcohol en los salones; y la última cuando un mal momento uso de válvula de escape el alcohol en una fiesta. ¿Qué me hace un hombre? ¿La costumbre de que me digan que lo soy? ¿Propia convicción? ¿Atracción hacia lo femenino? ¿Reconocimiento de algo más fuera de la masculinidad? Probablemente sea todo eso, y nada. Pero vayamos por puntos para que ni usted ni yo nos perdamos.

1) Costumbre. Sí. Desde que alguien nace, se nos clasifica por distinción de nuestro sexo. La razón es obvia; un bebé no puede decidir sobre su identidad sino hasta que sea consciente de que tiene una. Pero hasta entonces, la sociedad hace de un ser humano, un engranaje funcional y convencional. De modo que el niño en cuestión crecerá con esa misma etiqueta, tanto en la instrucción del rol que debe adoptar, como en el cómo debe asumirla. Y sobre todo en un país como México, que giró gran parte de su historia en torno al reconocimiento masculino como modelo moral. Por eso es que, a los niños se les enseña a jugar futbol, e imitar cualquier cosa que los haga ver como ganadores de todo.
2) Convicción. Se sigue del punto anterior, que de algo que todos los días repetimos y nos repiten, terminamos por aceptar sin objeciones. Además de que vivir como hombre trae cierta comodidad de desentendimiento femenino. Hacemos de problemas humanos, problemas que son solo de mujeres. Y no entramos en conflicto con esa parte sensible que todos como seres humanos tenemos, sino hasta que es inevitable, o hasta que nos volvemos conscientes de la limitación de nuestro rol como hombre convencional. Aunque es también probable que dicho conflicto nunca pase, por la comodidad y normalización de este tipo de roles únicos en un entorno cerrado.
3) Atracción. Piénselo, al aceptar la identidad masculina como única, y no tener una vía de escape para la dimensión sensible del ser humano, el hombre adopta una perspectiva romántica -en el sentido detestable de la palabra- en el que una mujer me complementa. O peor aún: yo complemento a MI mujer. Y cabe aclarar que aquí no intentó abordar la atracción sexual del ser humano, porque eso entra más hacia algo subjetivo y completamente personal. No. Habló del papel del hombre como único eje de una relación, y del hecho de que la atracción hacia una mujer deba ser siempre romantizada en beneficio del hombre. Aprovechando el 14. Vea este meme situacional en el que un hombre que en todo momento saca ventaja de una mujer, es rechazado, devolviendo la presión social sobre su pancarta y el posible peluche que haya comprado, es un soldado caído. O del como persistir a pesar de una respuesta directa como lo es un no, es justificado desde un es que en verdad le interesas. Este tipo de situaciones que uno como niño desea imitar de la enorme cantidad de cultura generada desde la imagen del hombre como eje del amor romántico y la mujer como objeto, recompensa, deseo. Ser hombre y sentirse atraído por la mujer como algo, es solo sentirse atraído hacia su ego.
4) La otredad desde el masculino. ¿Por qué? Literalmente este punto es el que más me desconcierta de todos. ¿Por qué asumir que lo que no es masculino está mal o es inferior? Creo que no hace falta consultar mucho dentro de la cultura popular mexicana para poder ejemplificar este punto. ¿O no, puto? Porque entenderse como hombre es entenderse como aquel que debe ser fuerte, que provee. ¿O no, vieja? Como quien debe sacar la cara por todos, como quien no debe mostrarse débil, como alguien deseable para la mirada femenina, y repudiable para aquello que no encaja en la normativa. La otredad desde el masculino es solo la última parte en la solidificación de la identidad, en una postura rancia de lo que un ser humano puede o no ser.

Creo que ser hombre no va por acá. No va en lo viril que un ser humano puede ser, ni siquiera en el cómo puede demostrarlo en su personalidad. Es. Sí, como una etiqueta de diferenciación, pero también como una expresión única basada en la experiencia. Experiencia que no puede ni debe ser violenta con otro tipo de identidades. Por eso es que la masculinidad no debe operar desde la otredad agresiva, ni de la costumbre, de la aceptación ciega, de la idealización cultural. Debe partir de aquello que se construye en la generalidad como soporte, y en la personalización como eje central.

La masculinidad, en todo momento, es una racionalización activa de lo que nos forma como hombres, no como hombres que necesitan de la violencia -de cualquier tipo- para demostrar que lo son. La masculinidad, si me preguntan, es escuchar Rosa Pastel. Un no sé qué que me mueve no sé cómo, pero sé que es bueno, porque lo disfruto yo sin herir a nadie más.


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