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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 17 de abril de 2023 [00:01 GMT-6] (Neotraba)

Todas las fotografías son de Óscar Alarcón

Es casi un chiste. Poner una canción que mencione a China, pero que sea interpretada en japonés; y que además un mexicano, completamente apartado de la cultura de ambas naciones, escriba al respecto. Budm, pss!: https://www.youtube.com/watch?v=4X7ZvpwBiKA&pp=ygUQZmx5ZGF5IGNoaW5hdG93bg%3D%3D

Llegamos al Barrio Chino cerca de la una y media de la tarde. Sabía que iba a ser toda una experiencia andar por esas calles; para mí son nuevas, y claro que cualquier cosa que pudiese anotar o recordar, lo guardaría. Era yo de nuevo, un niño pequeño que se asombraba de cada nuevo objeto en su vista. De los puestos repletos de gente, de las calles llenas de turistas, de los letreros en chino con tipografía estereotipada y colores todavía más generales que te gritan: sí, estás en el Barrio Chino. Venía además de buenas y rodeado de mis amigos para hacer trabajo de campo. Trabajo de una materia que me encanta de la lingüística, una que redime casi por completo las clases pesadas de sintaxis, las de fonética, las de gramática.

La sociolingüística es una rama de estudio que me encanta, porque es consciente de que estudia un producto de la interacción humana, algo que invariablemente deriva en juegos y la improbabilidad, no en algo tan frío y rígido como el servicio funerario de la lingüística clásica.

Estaba yo en el Barrio Chino, en ese escenario hollywoodense adaptado a un contexto tan extraño como lo es la propia Ciudad de México, a colindar con el palacio de Bellas Artes, a un parque dedicado a una persona que no podría estar mucho más alejado de la interacción asiática que el propio Benito Juárez. El Barrio Chino está casi generado por defecto. Es un glitch. Pero uno tan diverso en su interacción que no importa qué tan surreal sea ver un puesto de tacos vender pan al vapor. Básicamente para eso estaba yo, para registrar todas estas cosas que aparecen por defecto, que parecieran estar fuera de lugar pero que tienen una razón de ser mucho más profunda del asombro inicial.

Y claro, recordaba a veces la novela de Bernal. No como Filiberto, ni tampoco como Metinides, porque no soy Carlos René Padilla –ojalá. Pero ver las calles era como encarnar a un citadino cualquiera, con todo y la ropa de gabacho, caminando en el Barrio Chino para descubrir algo todavía más importante que un complot internacional para matar al presidente de Estados Unidos; describir la comunidad de habla.

Faroles chinos
Faroles chinos

Resumiendo mucho y, con perdón de mi profesora si me equivoco; una comunidad de habla es un espacio delimitado únicamente por expresiones lingüísticas y culturales pactadas entre los hablantes que ocupan el espacio. He aquí la dificultad. ¿Qué hablantes pueden ocupar una zona que parece sobrepuesta? ¿Qué pacto cultural existe entre una comunidad tan diversa que no comparten ni siquiera un idioma? ¿Por qué los taqueros venden pan al vapor junto al buche y la lengua?

Iniciamos así a papalotear la zona. Tres de mis mejores amigas, la hermana de una de ellas, y mi mejor amigo. Todos tomando fotos y paseando, viendo cada puesto, cada tienda, cada tapa de alcantarilla con grabados chinos. Éramos turistas como la mayoría, sí, pero unos que tenían justificación de explorar el Barrio como niños chiquitos, o al menos hasta que le entró hambre a todo el equipo. Restando Gabo y yo como expedicionistas, rendidos apenas por el calor y el andar errante de no saber cómo seguir recolectando datos. Terminando –como casi todo el tiempo– en un mercado. Este bastión de la cultura mexicana, sostenido sobre pilares de exoticidad turística y vegetales de variedades raras.

Preguntamos a la gente de ahí qué tan frecuente era encontrar a un asiático comprando en el mercado y que hablase en su propio idioma. Y aunque la respuesta podría parecer extraña, era común. Tuvimos que verlo venir quizá, al ver unas charolas de maíz rojo sobre pacas de germen de soya, y algunas botellas de vinagre de arroz junto a la salsa valentina en una abarrotera. Los mercados siempre tienen esta peculiaridad de mostrar lo transparentes que pueden ser las personas, tanto en lo que compran, como en lo que comen, lo que consumen, lo que no. Como las carnicerías, esas que aquí son monumentos enormes al gusto por la carne de cerdo, allá estaban llenas de lo poco que vendían, con los cortes formando costra y las cabezas sin chorrear sangre. Imagen muy diferente a las marisquerías. Aquí apenas se llenan, tanto así que hay una en la 31 donde apenas con unos peces, un estante de camarones y una canasta de otras bestias marinas, rinden toda la semana con el mismo aparador. Pero allá, era difícil encontrar un puesto sin fila, con una variedad enorme de mariscos y pescados que solo he visto en Veracruz.

Y al salir, fuimos a una tienda de importaciones, siguiendo a una persona asiática que compraba fruta. Nuestra intención era conseguir una entrevista rápida, respecto a si hablaba el español. Y quizá nos mintió –no la culpo– diciendo que no hablaba ni español, ni inglés. Pero fue en ese lugar que nos llegó de golpe las respuestas que buscábamos. Atendía un joven, no mayor que yo, pero tampoco muy adolescente; barría la entrada, como presionando para que compráramos algo de la tienda. Y sabiendo que de no comprar no nos bajarían de ser unos pinches raros, llevamos unos pockys de fresa. Aunque igual se extrañó de saber que le haríamos algunas preguntas sobre su relación con el Barrio en general.

Pan chino a la mexicana
Pan chino a la mexicana

Nos dijo algo que ya sospechábamos. Gran parte de los negocios que existen en la zona son propiedad de gente asiática, y todos ellos son selectivos en los puestos que compran. Se acercan sobre todo a aquellos en los que no deben hacer uso del español ni del inglés, y no pasan de recorrer la zona en busca de productos cotidianos para ellos. Por eso mismo, el cajero y dueño del lugar atendía personalmente a los asiáticos que llegaban. Era obvio que nos queríamos acercar al señor para corroborar esta información, pero entró la señora que veníamos siguiendo, y fue notorio que no nos quería atender a nosotros. Dándonos solo seña de su país de procedencia: Taiwan.

Lo curioso es que, aunque lo natural sería que la gente asiática mostrara interés por aprender el español, era más frecuente encontrar ese interés por parte de los mexicanos. Sabiendo que gran parte de las oportunidades en la zona son provistas por gente no hablante del español. Por eso creo que la palabra glitch encaja en este contexto tan específico. Es casi inevitable que una cultura insertada adopte a la ya existente, pero aquí no; la ciudad se adaptó a gente que no pertenecía a aquí.

Y lo digo en pasado, porque creo que todos ellos tienen una forma distinta de la propiedad cultural de ser mexicano, a partir del cómo una zona tan pequeña y espectacular resiste a la erosión social, a la asfixia cotidiana de ser rodeados por una ciudad tan monstruosa como la capital.

Cómo hacen que un mercado entero dedique su actividad a las necesidades de un grupo demográfico tan específico, a que un taquero aprenda a hacer un estilo de pan que no es de aquí. A que los mexicanos veamos las entrañas del Barrio Chino más allá de la parafernalia turística, y veamos en su interior una comunidad tan hermética y resistente, que lo único que podemos hacer frente al desorden y caos que rodean el Barrio, sea comer unos pockys de fresa, mirar el parque de San Juan y reconocer que el Barrio Chino es un lugar tan enigmático como hermoso de analizar.

Vendiendo pan chino al estilo mexicano
Vendiendo pan chino al estilo mexicano

Quizá de lo único que me arrepiento, es que no pude ir a La Pagoda para completar mi fantasía de imitar a Filiberto. Pinche itinerario. Pinche necedad de vivir en Puebla.


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