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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 15 de abril de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Marvel, como el gigante productor de los últimos años, nos dio una entrada al público latino –cuya lengua materna proviene del latín– a una de las mitologías más fascinantes del mundo occidental, medieval y moderno. La mitología nórdica, como una mezcla de relatos escandinavos, germánicos, sajones, anglos y celtas, resulta en una contraposición a las formas preestablecidas por los griegos y acentuadas con el imperio romano. Desde sus orígenes, reconocían la existencia de los dioses –mucho antes que ellos– que adoraban y su mortalidad como seres que, si bien tenían el poder en sus manos, estaban sujetos a cambios que los excedían y no necesariamente debían ser malos.

Como una introducción muy breve, personajes como Odín, Thor, Frigg, Baldr y Tyr pertenecen a una clasificación de dioses llamados Æsir que representan conceptos secundarios para el ser humano y sus relaciones inmediatas con otros seres. Conceptos como guerra, conocimiento, justicia, poesía, belleza, poder y sus representaciones directas en fenómenos naturales, llenan el árbol genealógico de estos dioses que, a pesar de su condición divina, no son inmortales.

El final de los tiempos para esta raza de dioses y, por ende, para los nueve mundos vigilados por Odín, es plasmado en el Ragnarök, un término que literalmente expresa su raíz etimológica: “Rag” derivado de “Regin” que refiere a “dioses”, y “rök” que, con muchos significados según el contexto, en este caso se orienta al “destino”. De modo que estos mitos/profecías son una narración del “destino de los dioses”.

Realmente, sería mucho contar cada uno de los sucesos en toda la narración, pero como punto medular y abordado en esta columna será el planteamiento de: ¿cuál es el lugar humano dentro del caos?

Para este fin, dividiré brevemente los eventos finales del Ragnarök.

Acto I: La muerte de Freyr

Dios que muere a manos de Surt, un demonio de fuego cuyo único fin es destruir los nueve mundos y una representación directa de la destrucción. Freyr, como dios de la fertilidad, las lluvias y el sol naciente, podemos definirlo como la personificación de la esperanza, que al final de los tiempos, con un mundo cayéndose a pedazos, se pierde entre las llamas sin oportunidad de defenderse –pues este Dios muere desarmado.

El que sea el primer Dios en morir a manos del demonio de Muspelheim –el dominio de Surt– es muestra de lo que una guerra podría traer a su pueblo: se apagan las posibilidades de desarrollo de una aldea, los campos son destruidos por el paso de tropas propias y extranjeras. La muerte de Freyr, es un anuncio tardío del final de los tiempos generalizado, para la muerte de seres que no conocerían el Valhalla ni el Hel, sino sólo la muerte a manos de un extranjero. Lo anterior podría encajar con la realidad de tribus que observaban los constantes conflictos entre el imperio Romano de occidente y los posteriores reinos bárbaros.

La guerra, en este aspecto, no era glorificada como un acto valeroso para restaurar el orden –como lo hacía Odin en sus campañas por cada uno de los mundos conquistados– sino un mero acto de crueldad y pérdida. La consecuencia era la pérdida de la esperanza entre el fuego y la destrucción.

Acto II: La muerte de Thor y Jörmundgander

Ambos como fuerzas de la naturaleza aunque de distinto proceder y benevolencia. Thor, es un símbolo del poder natural en favor del hombre, protector del Midgard –nuestra tierra– y heredero del poder del orden, personificado por Odín. La serpiente gigante, hija de Loki, podría referirnos al poder natural que no está bajo nuestro control, terremotos y desastres climáticos a frente a los cuales somos vulnerables. ¿Qué podría significar esta batalla?

Desde una revisión occidental, podría relacionarse directamente al caos que sugiere un proceso como el de fin del mundo. Pero, como casi todo en este mundo, esta primera vista es sólo una parte de la verdad expresada en una metáfora tan grande como lo es la mitología –cualquiera, no sólo nórdica. La confrontación de formas naturales podría ser más otro peldaño más de lo que, para las culturas nórdicas, representaría la transición del mundo que ellos mismos moldearon con su paso por el continente europeo.

Después de todo, el enemigo del ser humano no es el ambiente que lo rodea, es la ambición humana que traspasa el bienestar de su entorno. Colonizar las costas o territorios aledaños a los ríos, eran parecidos a echarse un volado a esperar que las condiciones climáticas fuesen favorables para albergar vida en espacios tan inhóspitos, como la tundra o los altos bosques.

De esta forma, con el crecimiento paulatino de los reinos bárbaros, su necesidad de recursos y crecimiento demográfico en zonas donde antes no existía población alguna, eran resguardados por fuerzas naturales como el viento alimentando los molinos, la lluvia los cultivos, el sol que hacía crecer el trigo y el frío que frenaba su paso hostil en los meses de verano. Todas estas condiciones eran sostenidas por el martillo de Thor, quien invocaba tormentas o las alejaba según se necesitara.

Jörmundgander, como una bestia voraz y llena de ira, lucha de forma encarnizada contra la naturaleza benévola y con su muerte revela la condición propia del propio ambiente, como una imparcialidad adaptada por el ser humano a un propósito, con ambos seres, el Dios y la bestia, quienes caen rendidos ante la imposibilidad de matarse para definir un espectro específico para la naturaleza. Se deja que sea la neutralidad la que ponga final a las tormentas y terremotos, a la lucha del bien y el mal en un concepto tan indiferente a nosotros, como nuestra existencia al demonio que destruye Asgard –algo que tocaremos en breve.

Acto III: Sobre Odín, Fenrir y la venganza de Vidar

Hablar de Odín es complejo. Como personaje, tiene muchas historias que dan origen a gran parte de las problemáticas que ocasionan el Ragnarök en primer lugar. Pero, resumiendo muchas de sus acciones a lo largo de las narraciones que lo mencionan, Odín es el orden nutrido del conocimiento y el poder. Como tal, obedece un orden que, a los ojos de un rey, podría sonar necesario, de conquista, paz mediática –es decir, como medio, no un fin– y justificaciones de sus actos frente al pueblo que lo vigila, tanto como él a ellos.

Fenrir, el lobo gigante y de terrible aspecto, al devorar al orden, se convierte en el temor civil ante lo indefensos que estaban de lo que podría significar la anarquía y la ignorancia –justo como el terror cósmico, pero aplicado a un lobo negro. Además, Odín, como concepto meramente humano, parece ser el único Dios que acepta su destino como parte de algo más grande. No le era desconocido lo que le aguardaba al blandir a Gungnir –su lanza– contra el hijo enfurecido de Loki, y aun así lo enfrenta sin ver más que los dientes de la bestia al cerrarse al mundo.

Algo que a ojos de Vidar, como Dios de la justicia y de la venganza, no es aceptable. Por ello, aplasta la cabeza del lobo bajo su talón –como cierta figura abrahámica de medio oriente. Cumple su función en la historia, pues, aunque en el pasado fuese un Dios reconocido por su buen juicio y disposición a la solución pacífica, toma en sus manos el espíritu de la venganza para declarar que la justicia es un mundo hostil, una imposibilidad.

Acto IV: Heimdall, visión última del sacrificio

Loki entraría en la categoría de un semidiós para el panteón griego, pues no tiene lazos sanguíneos directos a la raza de los Æsir como Thor. Sin embargo, es suficientemente fuerte para acabar con el protector de Asgard, Heimdall y liderar a las bestias que acaban con la familia del todopoderoso Odín.

El mito aclara que ambos mueren pero no de forma inmediata, sino por las heridas provocadas en la batalla. Es posible que sea otra de las muchas metáforas de una naturaleza indiferente, pero es más una analogía de la duda que genera acabar con una vida; si bien Loki ganó su estatus como un desterrado de Asgard, en muchas otras ocasiones intentó formar parte del mundo que Heimdall veía caer a pedazos.

Loki es al mismo tiempo una víctima de la ira y falso sentido de justicia de Odín, y agresor al empuñar su ira en contra del reino que lo vio crecer. Heimdall cumple estos mismos papeles, pero dentro de su implicación como un Dios que cumple con la ley de Odin, que la protege y que como vemos en el mito, desea morir protegiéndola. Víctima de la ira de Loki y agresor del que alguna vez compartiera su alimento en Asgard.

Su enfrentamiento no es otra cosa sino la representación de la rivalidad entre tribus y reinos bárbaros que prefirieron el poder a la unión de su propio pueblo.

Acto V: El fin de los nueve mundos

La mera estructura de este universo mitológico ya es curiosa por sí sola, pero su conjunción es un río de preguntas que desembocan en el propio inicio. Yggdrasil, como un árbol eterno lleno de ciclos, es una de las representaciones más abstractas de la vida mortal, una que en lo personal me fascina como concepto.

Podemos esquematizar el árbol en tres partes tal y como lo hacemos en la vida real. Raíces, que asumen los roles de la muerte, tronco, cuyo único mundo –y casi como un chiste– es Midgard, y las copas las partes donde crecen los frutos y están más cerca de los dioses. Todas estas partes con cuatro mundos en caso de las raíces y las copas y, como ya dije, sólo uno en el tronco, la parte más cercana al ser humano.

Surt, el demonio de fuego que devuelve el árbol a su raíz –la muerte– no es otra cosa que el principio y final de los ciclos de vida y muerte que describen todos los mundos. Es incluso lógico que sea el fuego quien cumpla este papel de purificación y destrucción.

Aunque no es deseable que un bosque arda hasta sus raíces, en el mundo medieval era algo bastante común y algo que, para la naturaleza, es necesario para reformar su propia fauna y flora con cada incendio. Es propio que una persona, al ver un bosque entero arder y al volver meses después, vea todo lleno de más árboles que la última vez, piense que esto es un acto divino, que en su mitología lo vea como un acto benévolo del principio de todo, dejando a las sombras –el último de los mundos en las raíces– atrapadas por un fuego que nunca se apaga e ilumina todos los mundos de Yggdrasil.

Los nuevos mitos

Pero, bueno, a todo esto, ¿qué de útil hay en estos análisis? Y tiene razón de preguntarlo, pues a nosotros estos mitos nos parecen tan lejanos que no podemos adaptarlos a nuestra vida diaria. Sin embargo, si evaluamos la visión del mundo en la actualidad, no es muy distinta a un constante Ragnarök camuflajeado entre desastres ambientales y sociales. Es solo que, en lugar de que sea Surt quien aplaque la vida, es una realidad indiferente y aplastante para el individuo como un ser sensible y único.

Del propio ser como Yggdrasil siendo consumido por fuego y humo pero sin renacer de sus raíces, cerrando el ciclo en sombras de nuevos dioses y nuevos mitos que no entendemos del todo.


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