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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 2 de mayo de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

Bueno, ya mucha escuela. Ruego que acabe el semestre y empiece la semana del 6 de mayo. Pero en la semana que no traje nada a Neotraba tuve la oportunidad de analizar una de mis novelas favoritas para un trabajo final. Y ya que a mis amigos les he insistido hasta el cansancio que lean este magnífico libro, no veo por qué a ustedes no. Sin más; ¡corrala señor editor!

Introducción. O bien, la moneda epifánica

Caminaba de regreso a casa. Mis tenis me lastimaban los dedos con su lengüeta dura, a lo lejos las nubes se juntaban para llover y para colmo, no sabía de qué hacer mi trabajo final. Todo era propicio para no saber nada. Estaba en piloto automático esquivando gente, hasta ver tirado en la calle una moneda china con la que resbalé y por la que casi dejó mis dientes en la banqueta.

Habían abierto una tienda china frente a mi fraccionamiento. No había gente china en el local, pero una señora estaba colgando un amuleto de siete monedas en la puerta, de las cuales, cayó una. Afortunadamente logré agarrarme de un coche que estaba estacionado y el incidente no pasó a más de un ¡pinche chingadera!. Y ahí, con mis pies doloridos, el susto de casi caer y lo cinemático de la escena, tuve una revelación: debía escribir sobre El Complot Mongol de Rafael Bernal.

Conocía la obra, sabía de la calidad del texto y del cómo tratar una novela para un análisis. Además, había leído una entrevista a Carlos René Padilla mencionando la obra como parte de sus referentes para escribir, novela que se desarrolla en gran parte en el Barrio Chino, barrio que había conocido en un lapso de pocas semanas atrás, lapso en el que escribí al respecto para mi columna y para mis trabajos de lingüística. Todo hacía sentido dentro de mi cabeza. Era yo el heraldo de la literatura, portador del mensaje divino en letras de un señor que murió hace 61 años, el cronista de un paraíso perdido en las fauces del turismo y la mega urbanidad.

Debía escribir sobre El Complot Mongol. La moneda me lo decía, el clima. Mi propia expresión. Y yo, preso del misticismo, llegué a casa para iniciar mi trabajo.

¿A poco es una película?

Hay una adaptación a película de la novela. Sí. Quizá sería raro pensar en adaptar una novela de hace 54 años, pero al leerla hace un poco más de sentido. La razón viene desde su material de origen. Toda la narración parece ir corriendo, desde que llegamos a la habitación de Filibertoy nos habla de sus muebles intactos, ya llegamos tarde. Todo transcurre en tres días. Días en los que para nada se pierde la noción de tener prisa por terminar el caso, y nada aparece al azar en las menciones de los personajes. La novela ya parece una película porque a diferencia del resto de géneros en la literatura, el noir no tiene la pretensión de justificar el resultado de muchas acciones. Sino de hacerlas notar. De proyectarlas como una película. Aunque claro, no es como que su adaptación sea la mejor de todas. Aparece Chabelo, que no es Chabelo, eso sí.

Quizá Xavier López nos diera fe de que la novela ha sido distribuida por diferentes sellos editoriales a través del tiempo y, sin embargo, su formato no ha variado mucho. Siendo en la mayoría de las ocasiones un formato pequeño, de bolsillo y pasta blanda.

La edición que empleo para este análisis cuenta con 243 páginas en total, dividida en seis partes, con un máximo de 25 hojas por capítulo y un mínimo de 13 hojas, teniendo su extensión más larga en los capítulos II al V. Está escrito en prosa, con narración lineal en primera persona mediante el personaje protagonista Filiberto García. La narración, además, cuenta con breves interrupciones en las que el protagonista da voz a los demás personajes involucrados en la trama. Cuenta con cinco personajes recurrentes además del protagonista.

La fábula narra la historia de Filiberto García, un investigador viejo en tiempos de la guerra fría, al cual le es encomendada la misión de descubrir un complot que atenta contra la vida de los presidentes de Estados Unidos y México, en una de sus visitas diplomáticas a la capital de nuestro país. Para ello debe valerse de sus contactos dentro del Barrio Chino, y de la ayuda de dos agentes; Richard P. Graves, agente del FBI, e Iván M. Laski de la KGB. En la resolución del complot, Filiberto tiene oportunidad de ampliar su relación con Marta Fong García, quien es su interés amoroso durante toda la obra.

Entre tanto, en el siuzhet de la obra, podemos observar la relación entre los investigadores extranjeros ejemplificando –casi de una forma cínica– el conflicto de la guerra fría; la historia de Marta y su relación de abuso con el señor Liu; los conflictos personales del propio Filiberto con el país moderno; la relación entre Filiberto y su mejor amigo, El licenciado; y claro, la situación política del México ficticio que pinta el autor en la obra.

De todo lo mencionado, podemos destacar el formato de distribución; todo en la novela hace cómodo avanzar en la trama, es accesible en casi todos los aspectos. La voz narrativa y la forma en la que este personaje usa el lenguaje, coloquial, cercana al lector. Entendemos quién es el protagonista desde la primera página y aprendemos sus vicios léxicos, y su imagen personal como un distintivo en sus acciones. Rafael Bernal hace una magnífica labor de introducción de personajes en el primer capítulo, a decir verdad, desarrolla casi todo el planteamiento en dos acciones; el despertar de un avejentado Filiberto y su llegada a la oficina del Coronel. Es todo. Simple, conciso, accesible a una lectura rápida. Es crudo por lo rápido que van las acciones, pero lejos de ser un obstáculo, es una herramienta dinámica que se complementa con notas ocasionales de Filiberto.

Además, la misma narración usa el hecho de saberse una novela policiaca para repetir detalles en la trama cruciales para avanzar, a modo de datos que sueltan los investigadores para destapar la conspiración. Lo que facilita poner atención en detalles menores o sub narrativas desprendidas de los personajes secundarios. Aunado a lo estáticos que pueden ser los capítulos de la novela, que no varían de escenarios comunes que hacen mucho más fácil seguir el hilo conductor de la narración. Rafael Bernal nos lleva de la mano en una Ciudad de México tan limitada que parece teatral, y nos revela las entrañas de estas calles pequeñas con cafés y bares y misterios y leche para Laski y coñac para Filiberto. Pero, sobre todo, de una familiaridad con los espacios y personas, que pareciera a veces como un recuerdo noir de cosas que no vivimos.

Quizá por eso desautomatiza. El mismo Padilla dice de la novela que es un referente en México para cualquiera que empiece a leer o escribir desde lo noir, y ahora que hago este análisis no dudo que así lo sea. Al leer sobre el género, uno que ni siquiera surgió aquí, era normal y hasta necesario que la narración fuese impersonal y dura, fría. Como lo es una investigación real. Quizá porque para otros contextos, el noir no era ficción sino parte de su realidad, realidad casi documental a la que se le debía un respeto fúnebre, silencioso pero absoluto. Y al toparse con un país como México, no.

Rafael Bernal –al menos para C. R. Padilla como para mí– hace de parteaguas en el género en el país, porque si bien es consciente de que hay momentos que requieren esa solemnidad tácita, los personajes no dejan de ser humanos, y de desear más allá de lo pasional, o de equivocarse, o de tener miedo.

El Complot Mongol soporta su calidad narrativa en lo humanos que pueden ser los personajes, incluso siendo caricaturas de sus roles. No son nombres en un papel de hechos en un crimen, no son fotografías que revelaremos en un expediente al que le daremos carpetazo. Son personas. Conclusión que nos lleva al siguiente punto de este análisis.


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