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Guadalajara, México, 18 de abril de 2024 (Neotraba)

Dobletes*
¿Qué idioma corre en mi sangre, qué pájaro –pigargo de las nieves o quetzal– anida en el hermoso nido de mi quiasma óptico? ¿Es mi octava costilla quebequense y mi epiglotis mexicana? ¿Es mi riñón izquierdo tropical, mientras que el derecho sigue nevado? ¿El árbol de mis vértebras sostiene qué fronda, la del arce o de la jacaranda? ¿Qué frontera divide en dos mi carótida? El arcángel que presidió en mi cabecera escarchada, un 21 de diciembre, ¿qué recuerdos borró con su espada? (Acepto el milagro que no sucedió) Y cuál, en la balanza de mi corazón, pesa más: ¿la tourtière o el taco de cochinita pibil? Mientras yo me hacía esas preguntas, tú tenías todo entero: un sólo idioma en tu sangre, una sola ave en tu ojo, tus órganos de la misma nacionalidad, tus riñones escarchados ambos, y la fronda que le daba cobijo a tu esqueleto no podía conocer sino los árboles del norte. Tu balanza no servía para pesar más que tu propio corazón.
Párpados alzados
Tus párpados con pestañas pelirrojas que barrían el vacío habitado, ¿qué mano desconocida los habrá bajado? Los susurros a los que somos sordos -nosotros, los rezagados- ¿serán este monólogo entre vivos y muertos, ese rosedal celeste donde en los cálamos sobrenaturales un enjambre de voces inaudibles sigue tañendo hasta que el silencio las ahogue? ¿Qué mano desconocida pudo bajar esos párpados para que tu córnea no viera luz más allá de la habitación adornada con solutos, el cuarto donde acechaba el hermoso lince de la hora final? ¿Qué mano santa —entendida en eso de bajar párpados— habrá apagado la gran máquina de los electrocardiogramas y encefalogramas, para luego salir de puntillas de la cámara de tortura en la que, hasta la víspera, entraban sigilosamente enfermeras y médicos? ¿Qué oncólogo redactó, como un poema de dos versos, tu certificado de defunción? El cable que une nuestras dos tumbas no es un cordón de plata.
El ventanal que separa los mundos
Estamos de pie, ella y yo, cara a cara. Un ventanal nos separa. Nuestras manos están pegadas al cristal con ventosas parecidas a las que rematan los dedos de un gecko, y en nuestras palmas blancas, se alcanza a leer las líneas de la mano. La línea de vida de ella está cortada con navaja; la mía fluye como las aguas de un río que buscan llegar a una aldea, corriente abajo. Una eternidad nos separa. Y por si fuera poco, el calor y el frío nos hacen pertenecer a mundos incompatibles: ella muerta, yo viva. Pero el vidrio está ahí, opaco y transparente al mismo tiempo, un diamante vertical y vítreo, para cercenarnos una de otra.

*Los poemas aquí presentados pertenecen al libro Corazón de seda.


Francoise Roy. Foto por cortesía de Manuel Parra Aguilar

Françoise Roy (Québec en 1959, pero vive en Guadalajara, México, desde 1992). Poeta, traductora, narradora y fotógrafa. Ha publicado varios poemarios, plaquettes, libros de cuentos, uno de ensayos y tres novelas, en francés y en español. Ha ganado números premios internacionales, ha sido invitada a festivales de poesía o residencias artísticas en diecisiete países y ha traducido unos setenta libros.


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