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Puebla, México, 19 de abril de 2024 (Neotraba)

Dividido en tres partes: Mármol Creciente, Mármol Lleno y Mármol negro, Bajo el mármol lunar, Claudia Berrueto, provoca que nos encontremos ante un poemario de la pérdida y de las enfermedades en donde aparecen los recuerdos de estancias en hospitales, de recuerdos con personas con las que compartimos la vida, con las que nos sentimos amados.

Justamente es la voz poética (¿acaso la voz de la autora?) quien se enfrenta a las pérdidas y comienza a monologar de manera fluida, sin embargo, en esa reflexión pesada y fría, como un témpano gigante que se desprende y se pone a navegar en un mar de soledades, nos recuerda que una pérdida también es la posibilidad de reiniciar un ciclo. Vaya lección, ante lo que jamás volverá a ser, reinventarnos:

todo lo que deja de ser parte de tierra firme
adquiere un nuevo nombre;
todo lo que es mutilado de un cuerpo también,
lo mismo todo cuando abandona la vida.
el sonido de ese desprendimiento lo dicta;
una ruptura es también un bautismo.

La enfermedad de la madre y su posterior pérdida toman diversas formas: jeringas traspasando la dermis; tardes enrojecidas y el sonido del canto de las aves que nos transportan a otra dimensión.

La noche es un símbolo importante en el poemario –no podía ser de otra forma– y con ella aparece todo lo que ocurre en su transcurso: animales moviéndose, reptando sobre nuestro rostro y otros seres se han convertido en un eco histórico: los estromatolitos han estado ahí mucho antes que nosotros ¿quién es aquí el invasor?

la noche es un fósil que late,
un fruto que crece,
capa sobre capa,
hacia adentro.

la noche:
un número cerrado.

El apartado “Mármol Negro” inicia con una imagen demoledora: el sueño donde un avión se incendia y es la víspera de la muerte real y queda como un eco de fuego, que marca la vida de quien ha tenido el sueño:

durante la desintegración el metal enarboló su estirpe.
desde entonces mis ojos,
como llamas líquidas,
atraviesan los días.

¿Cómo seguir viviendo ante la ausencia? La cotidianidad nos devuelve esos vacíos que nos estrujan cada que nos enfrentamos a los objetos que estuvieron ahí, que están ahí ante las desapariciones repentinas: el auto, la ropa, la cocina, la estufa: todo se vuelve doloroso ante la pérdida:

ENTRO A TU COCINA
y veo el viejo directorio que escribiste con todo tu esmero;
soy el papel herido por tu pulso.
me atoro en mi propia garganta
como yo en la tuya cuando era una piedra sin brillo.

rocas de silencio se desprenden de la estufa.

Y así se nos va la vida en recordar y reflexionar sobre lo que nos enseñaron, por eso:

es largo el camino para llegar al animal que somos.

tú lo sabías
y no me lo dijiste.

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