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Por Rossángeli García Ramírez

Hermosillo, Sonora, 21 de enero de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

En la bahía

1.
Los claros del cielo resplandecían ante mí, ópalos tenues y
vaporosos. Me proveían de bienestar. Pocos paisajes del mar
generan la sensación contraria. Incluso dentro de una barca, entre el
sino de las olas, cualquiera puede sentirse valeroso, de manera
ilusionada dominante de las aguas y de la propia vida. Jesucristo en
su caminar sobre el agua ejemplifica ese anhelo contra las leyes
físicas. El extrañamiento de ser sostenido por transparencias, imagino
un cosquilleo en las plantas de mis pies a cada paso.

     Esos claros me parecieron abochornados, mas no
sofocantes –no tenían el apuro de ser devueltos a un origen, a
humedecer la arena para ser apenas anidados–, se ruborizaban. Algo
inesperado los recorría con calor, activó el bombeo y apresuró la
sangre en sus cuerpos ligeros. Y uno recuerda de lo que estamos
hechos. La corriente subió a sus mejillas y las había teñido, ofreciendo
un vistazo auténtico del rostro. Así se veía el paisaje, haciéndome
sentir sonriente.

Mientras caminaba por la orilla de la playa, en una de las casas vi a
una niña. En sus dedos gorditos llevaba una sandía jugosa. La
saboreaba antes y después de morderla –la transportaba al campo
Elíseo de un bocado, a retozar desde su interior, como se presume
sólo lo pueden los dioses. ¿Cuál será el sabor más endiosado? ¿Será
melón? ¿Será sandía? Quizás sea el de aquella obra culinaria al calor
del primer fuego. Qué va, sobre la planicie blanca de su memoria, la
niña recordará alegres bocanadas de cada mordisco, aunque sea
cada uno un copo de azúcar o de sal –la fuente de las creaciones en la casa de Hestia.
     Aquel goce momentáneo de la niña,
             esos segundos de explosión engolosinada,
                    no la hace menos dichosa que cualquier diosa inventada.
     En el trayecto a casa, divisé nidos de gaviotas sobre postes
de luz y a un grupo de gorriones que canturreaban entre aleteos sobre
la copa de un árbol de lo más común. No todos los animales pueden
cantar, menos reír, tal vez por eso nos parezca que las aves son
felices. Si los humanos fuéramos aves, ¿cómo serían nuestros nidos?
Habría muchas ausencias entre los ecos del paisaje/ por la falta de
trinos debido al mal humor de quien no pudo pagar su renta del árbol.
Al parecer, la felicidad para nosotros es así de volátil, fortuna.
2.
Al tiempo, en el mismo lugar, las manos y la sandía. Con la lengua
retiraba el jugo rojizo. Pero algo era distinto en la imagen. El dulzor se
mostraba transfigurado, oscilante entre lo intenso y lo opaco, por la
sal que chorreaba de sus ojos. Largas gotas circulando por sus
pómulos; grandes mordiscos saciando una necesidad.
       Tener es poseer. Es una palabra cuyo rango la torna imprecisa;
en el tablero mental juega varios roles. Sigámosle la pista:
       Gracias a las lágrimas que la niña tiene rodando a lo largo del
       rostro sabemos de su dolor.
       La niña tiene una lágrima, tiene dolor, siente dolor, lo
       experimenta.
       Pero también tiene hambre, tiene en su boca un trozo de
       sandía, lo devora, lo hospeda en su interior.                       
            Lágrimas y jugo de sandía enmarcando un semblante/
                  posesiones efervescentes, tácitas en su piel.

Mi general aspirina y sus hombres

Del otro lado del umbral, el cielo se tiñe de espesura. Se despliega un
bosque efímero, casi nocturno. El aire es tan delgado que apenas las
creaturas invisibles pueden alar vida. Yo respiro sus exhalaciones. Ellas se
asoman despacio, mostrando un aura particular, pese al misterio de sus
bombines ennegrecidos.
       Un hilo rosadito acompaña a las creaturas, las guía más bien. Las
orienta a merodear, a través de su perfume.
    Perfume
          no es cerezo ni tabebuia,        no es jacaranda ni azahar
                   es el aroma de sus temores pasados,
                     de sus pecados, de sus pasiones.
          Detrás penden unas cabezas. Las ramas acogen los mundos que un
día sostuvieron cada bombín, ahora el bombín sujeta su mundo y un
rostro.
      Rostros,                             
                                   rostros,
                                                                  rostros.
       Y debajo, áureo, el único ser aprehensible del monte inclina su cabeza
y bebe de su reflejo, que me es invisible desde esta distancia. Con su
montura tan traslúcida como su pelaje blanco, es el único de elegante
movimiento. Paz. Un chasquido de mi parte y disipará a las creaturas con la
fuerza de sus cascos.

Año Nuevo Seri

Tu mirada anhelante me invitaba, prometía. Dentro de ella, dos ánimas bajo
la lluvia, con andar apresurado, salpicando jarabe a cada paso.
      En el marco de ese vistazo nos quedamos. Hubo, un tiempo
después, caída libre en piel de aguas tibias, sumergiéndome en el mimo
de zumos cálidos que al tacto pueden llegar a la ebullición. Hubo florecer
entre melodías espontáneas.
      Tomado el cauce, me empapa parcialmente. Me acarician los
efluvios de tu voz, con ellos te siento, te entiendo, te pienso. Te veo a
través de esa cortina y me seduce el sutil misterio que se asoma entre las
grietas cristalinas.
      De tu mano, la aventura ha comenzado. A pie, pero hoy nadamos.
Sobre nosotros hoy pinta luminosa, llena, y su compañera salta de estrella
a estrella, coquetea con nosotros y las nubes, entre púrpuras y escarlatas.

Rossángeli García Ramírez. Foto cortesía de la autora.

Rossángeli García Ramírez. Hermosillo, Sonora (1993). Estudiante de la Maestría en Humanidades, en la Universidad de Sonora (2018-2021). Licenciada en Educación Primaria por la Escuela Normal del Estado de Sonora (2012-2016). Su investigación “El proceso de inclusión/exclusión en los conceptos de educación en México: Análisis desde la historia conceptual (1992-2019)”, es desarrollada en el Departamento de Letras y Lingüística de la UNISON. Actualmente es participante del programa “Letras Sonoras 2021”, Laboratorio Narrativo Audiovisual coordinado por el Mtro. César Gándara, y del taller: “Una ventana inmensa. El poema en prosa” del programa Una escuela de escritores, perteneciente al Instituto Sonorense de Cultura, bajo la instrucción del Mtro. Manuel Parra Aguilar.


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