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Por Manuel Noctis

Tijuana, Baja California, 21 de enero de 2021 [00:00 GMT-5] (Erizo Media)

Hoy que ya está sano, lo miro y me digo a mí mismo: “Mi mismo, quieres tanto a esta pinchi ciudad fronteriza como para llevarla de por vida en el brazo, ¿verdad? Que rudote y cabrón”. Y pues sí, la verdad es que desde que llegué a Tijuana me conecté bien cabrón con la ciudad y ya no pienso separarme nunca de ella (¡Ay, que romántico!).

Digo esto porque hoy cumplo seis años de estar viviendo en esta ciudad que me lo ha dado todo. Y cuando digo “todo”, es porque es todo (¡Chale! Pinchi licenciado en Letras y no puede ser más explícito). La cosa es que han sido seis años de poca madre, en los que he podido experimentar un montón de cosas por cada uno de los rincones donde he andado pateando calle (como bien dice el compa Daniel Salinas Basave).

Llegué a Tijuana en camión (otra vez la misma historia) porque ya quería llegar y no había vuelos directos ese día que dije: “¡Chingue su, yo me voy, alra familia y amigos!”. Todo azonzado me bajé del camión Azul y Blanco en la calle Tercera, frete al Mamut, y como provinciano de rancho no supe que hacer más que, caminar hacia la Revu y quedarme ahí como idiota hasta que se me acercó un cholo queriéndome vender un anillo dizque de plata.

Luego de eso pasaron ya seis años que hoy sigo rememorando con el mismo entusiasmo con el que llegué aquel primer día. Y es que Tijuana tiene ese no sé qué, que no sé cómo (¡que básico!), pero que produce magia pues y que es muy difícil de decir porque, tratar de explicar a Tijuana es caer en conceptos a veces retóricos o retrógradas que no llevan a nada.

El chiste es que, Tijuana ha sido parte y copartícipe de mis mejores aventuras y desventuras. Es la ciudad donde me he estado realizado chingón de forma profesional y donde he encontrado todo lo que quería encontrar. Es la ciudad pues que me hace feliz (como dijera mi compa Rafa Saavedra).

No pienso escribir un mamotreto para describir todo lo que quiero a esta ciudad, porque no terminaría nunca, y está por demás decir que soy un hijo de la vagancia enamorado de la zona centro, la Revu y la calle Sexta. Así que mejor, para celebrar estos seis años en la ciudad, les comparto cuatro pequeñas historias curiosas que me han pasado en esta ciudad, que de cierta manera dan ejemplo o noción de lo que en Tijuana se vive en algunas de sus calles.

Músicos norteños en la calle Primera. Foto de Manuel Noctis

Mi amigo El Diablo

Por aquellos primeros días de enero de 2015, solía caminar todas las mañanas por la avenida Revolución con un montón de solicitudes de empleo, currículums y cartas de recomendación, esperando encontrar algún trabajo en las instituciones de cultura, librerías o sitios por el estilo que había por ahí y sus alrededores.

Uno de esos días, cansado de tanto caminar y fatigado de ver tantas caras largas ignorando mis peticiones de trabajo, me fui a buscar un espacio dónde refugiarme y me encontré con el Pasaje Sonia. Me senté, ahí solitario. Traía poco dinero en el bolsillo, tres cigarrillos en la cajetilla y una soda a medio tomar. A los pocos minutos llegó un morro, un cholillo bien tumbado que traía unos cuernos de diablo tatuados en su cabeza rapada. Se sentó a mi lado, pero de lo fatigado que andaba no le presté mucha atención.

Después de la nada, me pidió que le prestara cinco pesos, los necesitaba para ir al cyber a ver un correo que le mandaría su novia. Eso me dijo. Se los di sin mucho aspaviento y se quedó sentado a mi lado, esperando a que su novia le avisara que ya tenía el correo en su bandeja. En ese momento pensé que lo peor que me podría pasar era que el cholillo me asaltara, pero no tenía mucho de valor conmigo, más que mi celular.

Mientras fumaba mi cigarrillo, el morro volteó hacia mí y me preguntó si le podía regalar uno. “Para no hacer tan enfadosa la espera”, dijo. Sin peros de por medio le di uno de los dos que me quedaban y fumamos juntos. Luego de unos minutos, el morro me pidió que le diera un trago de mi soda y ahí sí ya salté un poco eufórico, le dije: “No chingues, carnal, ya estuvo, te di cinco varos, te regalé un cigarro y todavía me pides un trago de mi soda, ¡no mames! Es lo único que traigo para aguantar el rato”.

Después de soltarle mi perorata me temí no solo que me fuera a asaltar, sino que me sacara un fierro o me pegara un plomazo. Pero el morro se quedó atónito unos segundos y se paró, dio tres pasos hacia la Revolución y me soltó: “Sí, verdad, me estoy pasando de lanza, qué cabrón”. Yo solamente me quedé en silencio, el morro se me quedó viendo y luego avanzó nuevamente hacia la calle. Antes de dar vuelta, se giró hacia mí, se quitó una sudadera que traía colgando en el hombro, me la lanzo y me dijo: “Chingón, carnal, gracias por el paro, ahí te dejo eso para que te alivianes del frío, me dicen “El Diablo” y te acabas de ganar un amigo en Tijuana”.

Lo que mi compa no supo entonces, fue que por ese gesto se había convertido en mi primer nuevo mejor amigo en la ciudad… ahora pienso, que ironías de la vida que mi primer amigo en Tijuana fuera el mismísimo “Diablo”.


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