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You gotta grab the wheel and own it
https://www.youtube.com/watch?v=2Iz66sKf9NI

Por Camila R. H.

Puebla, México, 11 de junio de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

La taza está caliente con el café más mediocre que me he atrevido a preparar. Sabe a miel, a vainilla y muy, muy de fondo, a café aguado. Es casi triste, por eso me lo bebo en tragos largos y sin respirar, como si fuera medicina. Empino la taza, uno, dos, tres. Baja por la garganta, como tengo el estómago vacío a esta hora de la mañana puedo sentir el calor llenarme las tripas de una forma tanto desesperante como adictiva. Esto de estar vacío es toda una experiencia.

El sonido retumba en los cristales y hace temblar las paredes. Estoy solo aquí. Y como ambientación, para mi mala suerte, se suceden una tras otra las canciones que no son mías. La distinción entre lo mío y lo suyo cae en el espacio como una manta vergonzosa pero necesaria. Esclarece la inexistencia de lo nuestro. Me quedo parado con la taza en la mano y el sintetizador de otra canción martillándome los oídos.

¿Me apareceré en sus listas hechas por un algoritmo sin emociones? O, como me gusta dramatizar, ¿será esto una mala pasada de la nostalgia? Después de todo no nos caemos muy bien, algo de culpa tendré por ser insensible y ajeno y vacío y beber mal café a las seis de la mañana un lunes nublado.

Pero no.

Quizás sí es puro azar. O azar puro, jugándome bromas en su estado de poder máximo; o sea incontrolable, inescapable y las demás variaciones, ¿invencible? Yo no creo en las coincidencias y quizás eso significa que creo en el destino. ¿Será esta canción mi destino? No, no porque el azar y el destino no son lo mismo. Además, esta canción es el resultado de un algoritmo descompuesto.

El último trago siempre es el peor. Glu. Cae en el estómago como una piedra volcánica. Si esta no fuera una canción tan buena quizás seguiría dramatizando el acto al maldecir la predictibilidad de los algoritmos de ahora (como si supiera yo mucho de algoritmos), pero cierro los ojos y me imagino siendo un gato bajo un rayo de sol (sólo uno, eso es crucial) mientras de fondo escucho (a parte de los ronroneos) algo tan, tan, tan bueno que me deja en un estado casi comatoso de relajación.

Esto no es nostalgia. No es puntiagudo ni espeso ni sabe a café soluble. Esto es un mero acto de rememoración, un homenaje, una sonrisa pasajera de camino a casa (o cualquier otro lugar feliz). Esto es despertarse y sentir, enseguida, que el día va a ser un buen día.

Y qué buena es esta canción. Su canción.

Y qué mal café preparo.

Y qué y qué.

Abro la ventana, el viento frío ocupa la función de mi piel como protectora de mis huesos y, en el camino, deshace el nudo de café al centro de mi abdomen. Vuelvo a estar vacío. Bueno, estoy repleto de otras cosas ahora: mal aliento, cafeína y un montón de sonidos agudos acumulados cerca de mis tímpanos.

El aire me espabila, estas ya no son sus canciones, este sentimiento no es un fantasma de todos aquellos que ignoré hace tanto tiempo. Tanto tiempo. Vuelvo a estar solo, con la temperatura cayendo, las nubes revueltas anunciando tormenta y un cuerpo lleno de líquidos, de cicatrices (por los gatos), de recuerdos, de melodías, de todo menos de nostalgia, de amor, de sentimientos. Soy un recipiente quebrado, cualquier cosa es pasajera dentro de mí.

Por eso, dentro de un año más volveré a sorprenderme por encontrar sus canciones entre las mías. El algoritmo sólo engaña a los tontos y devora a los débiles. Yo soy todo lo anterior.

Sobre la frente se me seca el sudor pegajoso de haberme puesto nervioso por un brevísimo instante. Las primeras gotas de una brisa ligera lavan la sensación mañanera de temprano fracaso. Soy yo de nuevo y murmuro la letra de otra canción. Ya me he olvidado.


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