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Por Carlos Sánchez Ramírez

Ciudad de México, 18 de agosto de 2022 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Zumbido*

El mosquito entró a llenar la habitación con su intermitente presencia, a corromper los cuatro muros, a quebrar el silencio. Su presencia, que hoy es mi insomnio, en otro tiempo fue suspiro de muerte, motivo de extinción de aquellos reptiles enormes. En su danzar zigzagueante y torpe, lleva la gloria de David frente a Goliat; la del pez pequeño que logró devorar, de un solo bocado, al pez grande.

La grandeza del charco*

Las autoridades reportan, al menos,

8 inundaciones,

11 encharcamientos,

3 bajadas de agua

y afectaciones a la vialidad

en la CDMX

Decir que las hileras del agua escurren inadvertidas debajo de las puertas, cual serpientes, no basta. Es necesario decir: hay bisontes azules golpeando, una y otra vez, los muros; decir: nacen heridas húmedas en lugares inhóspitos de nuestras casas. Las lluvias perdurables anidan ya sólo en mitos. Pero, de pronto, toda coladera es una fuente.

El horizonte azul nos invade como en aquel tiempo

donde ofrecíamos los corazones a dioses generosos,

donde la corrupción en un juego de pelota

todavía era impensable.

Del libro Tan de pronto mañana

Fotografía de Alexis Salinas
Fotografía de Alexis Salinas

Jaulas

1.

Se sabe la bestia por el sitio enrejado que ocupa del mundo; sabe que en las noches iluminadas, entre risas y aplausos frenéticos, le corresponde saltar el fuego humano. Su ser fue diseñado para causar el miedo. El miedo existe para ser apagado con el fugaz látigo que, entre rayas, deja otras más delgadas, más profundas. En el reflejo del agua se sabe la bestia porque eso le dice su afilada sonrisa y su cuerpo de infame y enorme cerdo. Ah, si supiera que quien posee el látigo lleva, bajo ese disfraz de imagen y semejanza a dios, el alma de la más implacable bestia.

2.

Nada es permisible en este sitio. Somos los únicos habitantes de su jaula. Somos, al fin, su fiel presa: aquello que lo hace ver como un ser superior a los otros seres. Todo este lugar está lleno de tigre, y la memoria nos inventa que en otro tiempo los papeles fueron distintos.

Aquí no

Es tiempo, amada gente, de largarnos.

Hugo Gutiérrez Vega

Tantas prisiones en las que se mete uno, que para no desestimar la lágrima del amigo, que para no fracturar el fémur de una cena familiar, que para darle sublimidad y certeza al vino. La palabra aquí es una cadena o, al menos, el más ríspido y acre de los eslabones. ¿Qué recuerdo de infancia no es una casa fracturada y sus retratos espectros y sus jardines esqueletos? Lo cierto: cualquier basurero es el adecuado para fundar hoy una ciudad y derribarla pasado mañana. El cadáver de Ícaro tiene más nostalgia del vuelo que de la respiración.

La palabra y la cosa

Cuánto innumerable destrozo. Manojos de cosas que nosotros escondemos de nosotros mismos. ¿Quién lleva las estadísticas de los rostros hechos trizas de la hojarasca? Aun así, le ponemos a esas cosas, cual camisa de fuerza, gramática y sintaxis. A decir verdad, la palabra dolor ni duele tanto. Hablo de ciertas cosas como hablo de Mozambique, un país que no sé ubicar en el mapa.


Carlos Sánchez Ramírez. Foto por cortesía de Manuel Parra Aguilar

Carlos Sánchez Ramírez, Emir (Ciudad de México, 1998). Ganador del segundo premio del 51° Concurso Punto de Partida en el área de poesía con la colección de poemas Ese algún otro pude ser (2020). Ha sido becario de verano, un par de ocasiones, de la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Veracruzana (2017 y 2018). Libro: Tan de pronto mañana.


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