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Por Marie Anne

Guaymas, Sonora, 2 de febrero de 2023 [00:02 GMT-7] (Neotraba)

Galería de recuerdos

El arte y el amor: son dos recuerdos que se acompañan y que están leyendo las instrucciones para poder armar, a un lado del bosque, una casita de acampar. Pareciera que su deseo es capaz de transformarse en la melodía de una flauta dulce, haciendo que su canción trascienda y trascienda a partir de los ecos que se transmiten en la memoria.
La memoria me sirve una copa de vino. Seguramente se acuerda de las bellas artes, y de su fascinación por el cine francés. Me trae a la mesa dos botellas con vinagreta de hace días, preparada para bañar la superficie dorada de un panecito que se acaba de tostar en mantequilla y ajo, y queso fundido con burbujas brillantes. Escribiendo postales que viajan desde la infancia hasta el primer acercamiento con el mundo: 
las imágenes descritas se convierten en ese mismo deseo que abandona el panorama de Ciudad Obregón y sus explanadas en las que gente contratada por el gobierno trabaja arduamente en el trigo, o lo hacía; ahora hay mucha siembra que se abandona en agosto y una vaga señal de que el desempleo no es el diseño de ningún chiste. 
La memoria transporta con ella su cuerpo, pálido y frágil, hacia la salida del mundo, en donde las puertas se asemejan más a un recuerdo; donde las manos se arrugan a medida que se gira una perilla con un desesperado deseo, y me sorprende; esa fuerza que conduce el anhelo y la nueva curiosidad. 
Caminando de vuelta hacia los prados del Edén, intento pensar. Ortiga muerta, campos de fresas. Hay una zarza que se prende entre los pinos, y una tranquilidad constante que envuelve al mundo con un antifaz diferente. Todas las futuras historias serán un parafraseo. Y todavía me recuerdo joven, creyéndome los cuentos que decoraban las limitadas ofrendas de la realidad.
Está el temor de los hombres, el desconcierto de los hombres; una fruta jugosa que obviamente cuelga desde un árbol prohibido, y el amor que nos convierte en hombres, y el arte que nos ayuda a reflexionar… a partir de ahí es que los nuevos caminos bifurcan.

Me enamoré de una isla llamada desperdicio,

con sus flores partiéndose por las costuras, emancipando semillas que alguna vez estuvieron empaquetadas con envoltura. Con las alas húmedas, y los huesos de un pájaro apretados con fuerza en el refugio de una mano gentil.
Las constantes polillas estaban encaramadas en la puerta del porche como si estuvieran adheridas con pegamento. Los campos de algodón, y los árboles dorados tenían a vacas fugitivas ahora condenadas, por alguna vez haberse atrevido a escapar por los bordes.
He vivido toda mi vida en una isla llamada Desperdicio, e incluso las orillas eran el comienzo de otros mundos.
Hay olas pertenecientes a sirenas, todas ellas destinadas a convertirse en espuma; su rugido afilado se rompe en la arena, y desde la distancia se ven azules por el color plateado que desciende, reflejándose desde los cielos; o incluso verdes como césped, si el mar fuera lo suficientemente valiente como para revelar su tierra firme.
Allí en la distancia hay un barco mercante cuyo contenido es el aleteo de aves enjauladas, así como cuarzos de amatista, y tanques de petróleo. Con su paso provoca que las estancias de la luna sobre mi isla se conviertan en un cementerio de deseos que ahora convierto en mi repertorio.
Así es; vivo en una isla desierta en la que en sus arenas se esconde la evidencia de un tesoro, pero no hay suficientes palmeras como para que mis señales de humo sean alarmantes. Las lápidas están clavadas o engarzadas como cuencos, y algunas tienen la forma de troncos de árboles que los ángeles utilizan para construir sus nidos; y otras tumbas tienen la forma de mesas que se venden del tamaño de un niño. Con manteles emparejados y tazas de té, y la ilusión de una merienda que el infante recrea en su imaginación como juego para mantenerse entretenido; pero también se divierte cuando corta el pan al llegar a la mía, porque estoy atrapada en esta isla junto con él.
– he aprendido a llamar a esta salubridad un desperdicio.
Hay algo muy real en este momento, a pesar de la infinita tristeza, a pesar de la hipnosis.
Es algo de la quietud que existe bajo el cielo ensanchado y la vida que comienza y termina con las olas rompiendo contra esta isla, donde a lo lejos el agua se convierte en tinta, el barco que deambula dos veces al año termina hecho de papel con garabatos de poemas y notaciones musicales que se reproducen como el aleteo de los pájaros cautivos y la expansión energética de las amatistas.
En la isla hay cocos: marrones, pequeños y maduros, con nutrientes que son místicos por su capacidad de sustituir el hambre; y cuando la luna viene despidiendo al sol, mi isla se convierte en un cementerio que es un hecho cotidiano porque veo a los muertos levantarse de su casa todos los días. Las tumbas se iluminan hasta que la luna es asesinada de nuevo por el sol.
Todo es tan resplandeciente como lo fue en vida; por eso este descubrimiento final es lo que me guía a tomar una vez más el arado, la pluma, la espada, o la cuchara, o la pala, o el tesoro enterrado con mis propias manos, para hablarles de ello.
La vida es como un cementerio inspirado en los ciclos lunares ya que a las lunas se les enseña a no quedarse quietas, sino a regular las mareas para poder anunciarse, y por eso una y otra vez me someto a una compostura rebelde en esta isla, llamada Desperdicio.

Marie Anne. Foto cortesía de Manuel Parra Aguilar

Marie Anne. Nombrada por la editorial norteamericana Wingless Dreamer Publisher como una “pionera de la poesía mexicana y activista que escribe para defender la identidad y la espiritualidad”. La poesía de Marie Anne aparece en libros, antologías y revistas nacionales e internacionales, como “BIPOC Issue”, “Walk of Life”, “CULTURE”, el Instituto Sonorense de Cultura, y en los catálogos digitales de Mortal Magazine, F3LL Magazine, The GroundUp & For Women Who Roar Magazine. Su poema “A Movie Called Honeycomb” fue seleccionado para publicación en Torrey House Press, editorial del Programa de Humanidades Ambientales de la Universidad de Utah. Su cuento “Las botas que se sacuden espíritus” ganó el primer lugar para publicación a nivel estatal en el concurso literario “Plumas en ciernes 2022”.

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