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Por Javier Gutiérrez Ruvalcaba

Ciudad de México, 1 de febrero de 2023 [00:02 GMT-6] (Neotraba)

El desdén mostrado por Octavio Paz hacia sus primeros devaneos literarios contribuyó enormemente a que los estudiosos de la obra paciana no se pusieran de acuerdo en cuál fue, oficialmente, su primer poema.

En primera instancia, Hugo G. Verani encontró que el autor de Vislumbres de la India publicó en el Suplemento Dominical de El Nacional, el 2 de agosto de 1931, “Cabellera”, versos que por un tiempo se pensó eran su primera entrega a la luz editorial y así estuvo reportándose por varios años.

De hecho, en una entrevista del propio Verani a nuestro único Nobel literario, aparecida en Letras Libres, un achacoso Paz le comentó en ese ocaso de 1996 que estaba preparando sus obras completas, quienes incluirían sus primeros poemas, los cuales con desagrado entregaría ya revisados y corregidos.

Por ello, uno de los mayores sorjuanistas que ha dado la historiografía literaria señaló que publicaría los primeros poemas sin alterar los géneros. Siendo tajante al inferir que había alteraciones, pero no eran recientes, sino antiguas. No tal como aparecieron y así lo explicó: “En algunos casos, hay una primera versión, pero de esos años, es decir, de la misma época, en que hay pequeñas modificaciones, o raras modificaciones. Son poemas escritos entre 1931, cuando tenía diecisiete años, y 1943, cuando tenía veintinueve”.

Insistió en explicarle por qué hay esa ruptura: “La primera parte está compuesta por poemas que nunca han sido recogidos, casi todos publicados en periódicos, por ejemplo El Nacional”.

De inmediato, su interlocutor insinuó si sería el famoso “Cabellera”, dando pie a esta réplica: “Sí, hay otro más que no recogieron, que está en El Nacional también. Se trata de poemas publicados en Barandal, una revista que hacíamos en aquella época, en Cuadernos del Valle de México, y en otras más. Son una serie de poemas y tres o cuatro inéditos. Bueno, a mí me gustan, me divierten, son juguetes. Me divirtió verlos”.

Asimismo, confesó que estaba contagiado por la poética del momento, ya que había que hablar del patín, del tenis y del deporte”.

Pese a que entrega pistas, esta última referencia seguramente contribuyó a la confusión de uno de los mayores conocedores de su obra.

Cabellera de oleaje marino.
Cabellera –salobre cabellera–
de fragancias salinas
y sabores verdosos y amargos.

Cabellera revuelta,
impregnada del viento
que resbala por los senderos líquidos,
mientras conduce sus enormes manadas de nubes.

Cabellera:
sugerencias y sueños
de puertos extraños y azules.

Cabellera de veloces marinas intuiciones,
Como los vuelos ágiles de las gaviotas,
–pasajeras de última hora–

Cabelleras de brisas tropicales,
que sacuden y mecen las faldas azules
de las mañanas clásicas,
–jugadoras de tennis
con raquetas de nubes
y pelotas de estrellas caídas–.

Cabellera –salobre cabellera–
con la ilusión fresca de la playa
en donde todas las mañanas nada la Aurora.

Cabellera –cambiante de olas–
apenas presentida; irreal;
como deseo de viaje
como la sombra del rumor del viento
en el corredor del mar.

Precisamente, en esa misma entrevista le sugirió el autor de Piedra de sol el por qué ese acercamiento a la versificación: “La poesía fue una manera de darme cuenta de lo que yo quería decir. Muchas veces te acercas al papel atraído por una necesidad oscura de decir algo, pero no sabes qué vas a decir.

“Eso se nota, por ejemplo, cuando uno quiere escribir un ensayo. Cuando uno va a escribir un poema, muchas veces no sabe qué va a decir. Sientes la necesidad, pero es una necesidad que no aciertas a definir claramente. En su lugar hay una suerte de páramo angustioso. Pero de pronto una chispa, una espiga, un chorro de agua, lo que sea, te lleva a decir ciertas cosas”.

Tiempo después, en 1997, Anthony Stanton, profesor e investigador del Colegio de México, en una ponencia presentada en la Cátedra Octavio Paz, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, contradijo lo que Verani había asegurado como poema inaugural en la vida intelectual del Premio Nobel y presentó que, un par de meses antes de la fecha dicha por el profesor emérito de la Universidad de California y estudioso de la obra del poeta, un muy joven Paz, de tan solo 17 años, ya había entregado anteriormente otra colaboración poética intitulada “Juego”, bajo la firma de Octavio Paz Lozano, nombre que usaba para distinguirse de su padre, Octavio Paz Solórzano.

Entre sus primeras aseveraciones, Stanton subrayó que, en las distintas ediciones de Libertad bajo palabra, la recopilación posterior de la temprana obra poética, ostentan como parte de su título las fechas 1935-1957, y no un 1931.

“A pesar de que varios de los textos incluidos llevan al calce fechas anteriores, se ve que el autor fija su propio origen como poeta en el año de 1935. Sin embargo, empieza a publicar poemas en 1931. “Los textos líricos de los primeros años, o están excluidos del canon de Libertad bajo palabra (un canon que no es fijo sino sujeto a constantes reacomodos), o se dan en versiones nuevas que traducen la intención estética original a términos más aceptables para el poeta maduro: son recreaciones que constituyen muchas veces poemas nuevos. En el olvido, la supresión o la reiterada reescritura, el texto original queda sepultado bajo las capas de un palimpsesto”.

Saquearé a las estaciones.
Jugaré con los meses y los años.
(Días de invierno con caras rojas de verano.)

Y por la senda gris,
entre la muda procesión
de los días duros e inmóviles
colocaré a los azules y gimnásticos.

Una mañana ondulante
y de labios pintados,
fresca, como acabada de bañar,
con un crepúsculo otoñal.

Y cogeré a las nubes
–rojas, azules, moradas–
y las arrojaré en el papel inexpresivo
del lívido firmamento,
para que escriban una carta,
en el lenguaje universal,
a su buen amigo el viento.

Para ayudar a los burgueses,
haré anuncios luminosos,
con foquitos de estrellas.

Quizá asesine a un crepúsculo,
para que, desangrado,
tiña de púrpura una nube blanca.

Venderé en la tienda de las estaciones,
manzanas maduras de otoño
envuelto en papel de neblina invernal.

Me raptaré a la Primavera,
para tenerla en casa,
como una bailarina.

(El viento alterará sus horarios.
Travesías inseguras de las nubes.)
Y por la carretera del Futuro, arrojaré al Invierno,
para tener la sorpresa de encontrarlo después,
mezclado con el Verano.

En el tapete verde del espacio,
apostaré a los días,
que rodarán como los dados.

Jugaré con los meses y los años.

Del poema en sí, aseguró el conferencista que “Juego” es un poema precioso que celebra el espíritu juvenil y deportivo de cierta vanguardia despreocupada, embelesada con su propia capacidad creadora.

“La contundencia afirmativa comunica una impresión de poderío y seguridad: una especie de sobrecompensación del principiante. Se estrena en la libertad expresiva del verso libre, forma canonizada por las vanguardias, y en este festejo de la modernidad se dirigen ráfagas de humor iconoclasta a los tópicos convencionales de la poesía modernista (lo gris, lo crepuscular, la solemnidad de la parábola moralizante)”. Entendemos que “Juego” es un tributo a la vanguardia lúdica de la década anterior y hace pensar en Alberti, Diego, Cocteau y el creacionismo de Huidobro.

Entre si es uno u otro el poema inaugural, me quedo con su descubrimiento de lo que fue para él y su generación la poesía moderna de sus primeros años como vate: “Naturalmente la gran revelación de ese primer periodo de mi vida literaria fue la poesía de Pablo Neruda. Su primer gran libro –un libro que marcó a los que llegamos después– se llama Residencia en la tierra.”


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