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Por Christopher Amador

La Paz, Baja California Sur, 29 de septiembre de 2021 [02:44 GMT-5] (Neotraba)

Manifiesto. De “pequeño dios” a ventrilopoeta*

El lector es el gran ventrílocuo. Sin usar consonantes labiales nos tiene en su boca como el poeta usa a otros poetas cual marionetas que manipula —Francisco Hernández como el pináculo y más claro ejemplo—. Lo que antes salía del corazón es empujado por el vientre y el lector es bacinica. Seguimos siendo los hombres huecos de T. S. Eliot, los hombres rellenos del polvo que se desprende de la madera al serrarla –“aquél tiene madera mucha de escritor, éste muy poca”–. La poesía hoy es el juguete pero no la diversión, la risa ya no es lo mismo tras Nicanor Parra. Ventrilopoemas, ventrilopoesía… ¿Quién después de Nica bebe y habla sin ahogarse? Acaso sea hora de volver a casa, de–cantar para recordar y no cantar para ordenar el caos. Hemos prestado la voz a un espantapájaros. Poetas: el único método para la verdad es la interpretación de nuestro cinismo. El poema es un cielo sin orillas, agua que no sacia o calma la sed de los que la contemplan. La literatura congela nuestras manos para no pasar tan rápido las páginas del día, nos deja en la cara esa mirada postcoital adolescente en el azoro de estar vivos. Hay que aceptarlo, no estamos listos para, como el marinero fenicio que advierte Borges, devolver el remo –somos una eterna intertextualidad, continuar al otro, pasar la estafeta, hacer a muchas manos un estilo propio–. Mientras braceamos se construye la canoa; nuestro vivir es un buscar peces más gordos donde nadie está remando. Pisar de grillos en la noche la poesía es un laberinto de espejos encontrados donde las enunciaciones de la técnica se ven rebasadas a la hora de medir el mundo en las regiones de la mente desde la frágil materia del verbo. Cada verso en un poema es una punta de una misma figura geométrica donde la fábula y la metáfora de lo eterno se contiene, se multiplica. Estamos mil veces solos a la n potencia, cada punto y seguido nos abre una puerta a lo desconocido. No podemos parar, nos persigue un lobo, nuestro aliento es su aullido. Poesía es la relectura del presente, el nosotros como novedad ante la lectura; la escritura es una forma de leer, es la relectura de nuestros antepasados –escribir es releer clásicos–. Como en los sueños, inventamos el poema que leemos. Sin embargo, yo no escribo para gustar, escribo para defenderme de la realidad. Escribir es defenderun tiempo propio. Que la ciencia política se siga ocupando de los límites de la opinión, nosotros de no tropezar o pisar al vecino en la danza de la post-belleza y la posverdad. Lectoras, lectores: unos hablan con los pájaros, otros como ellos o a pesar de ellos –hay quienes incluso intentan, con sus palabras, volar más alto–. Yo cuando escribo los apedreo, aliento la prisa de sus colores falsos. Hoy más que nunca es de valientes navegar con remo tan pobre como una guitarra o un adjetivo. Los gallos no deciden si amanece. Que quede claro: el poema es una muchacha que se mira en el espejo mientras cuenta l   e   n   t   a   m   e   n   t   e cada pétalo de su propia rosa. El poema de nuestro tiempo es la bitácora de un burócrata o de un becado que no permite lugar para el cuerpo tendido en pleno de la urgente Musa, un rascar de huevos que no puede ni llegar a ser puñeta. El bosque empieza en el primer arbusto que uno incendia. La poesía es el hilo de Ariadna que vibra y corre de la música de las esferas a la teoría de las súper cuerdas. De ese hilo pendemos todos los que la buscamos, los que intentamos oírla como dos niños que, con un hilo tenso y vasos de corcho, hacen un teléfono. Que alguien nos diga dónde el poema cuando la cultura de la terminología y el avance de los modelos para explicarnos la realidad es la nueva metafísica del logos. Dios no ha muerto, está soñando(nos).
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dejé mi rostro atrás). (Contando nubes

La poesía nos dejó hablando solos.

Estética de los tiraderos de partes fundamentales de motores desahuciados
[Respuesta a Víctor Bancalari. Chiste local para Manuel Cadena]

Es un basurero deslumbrante la poesía. El motor que la hacía correr acabó desbielado, sin vi(gencia en el)go(bie)r(no). Al leerla, velamos a un muerto. Mucho corazón, poco mover de ruedas. El aceite de la técnica está frío, casi negro de tan lodo. Lo nuestro es asistir al renglón como quien comprime gasolina sin saber a dónde dirigirse, qué de nosotros se quema en esa prisa de aire viciado. Estamos tragándonos las exhalaciones, lo que antes fue una flauta o mascarón de aguda proa es cubreboca. Nuestras líneas son fugas, fugas de líquido de frenos; f(r)icción de algún vehículo verbal con nuestro Victorioso Ego. Las partes fundamentales de un poema no son las que lo mueven a un Me gusta o a un comentario, son las que consiguen que la Lengua las deguste –después de largo sueño sobre cama de laureles–. Las esculturas que hacen el Louvre, cuando eran piedras, se resumían en un tiradero. Lo mismo pasará al caer la BOMBA.

Acuérdate de la fuente

El día que salí de tu sangre debí haber sido algo similar a tus ganas tremendas de vivir aparatosamente, de aplastar a mi madre con todo el largo amor que corre por las venas cuando uno hace la mueca de Dios, ese grito seco desamparado (tan lleno de deseos inhóspitos y tristeza repentina) que nos abandona y acumula. Imagino también tu gesto, el modo sereno de apretar los ojos como quien exprime un limón con toda la sed de sabor en el vaso rutinario de la vida individual. Abrí los ojos y encontré tus manos. Aunque dudaste las mantuviste ahí, a la orilla del mundo, a los pies del continente inabarcable del amor de mi mamá. Mis ojos vieron los tuyos y debí sentir algo parecido a lo que vive el marinero al mirar la tierra. Puerto de carne cansada, de mirada alegre y ojos pesados de aguantar el llanto: estabas ahí. Como una gota repartiéndose en ondas por el estanque tu sonrisa era mi fuerza; nos quemaba la vida, nos unía la esperanza. Yo era todos tus sueños, el tacto en tus manos, el sabor de tu boca al decir que nací con tu signo.
     Pero qué es ser padre… La ocasión de repetirnos o de reinventarnos, honrar en el otro el espacio que nos tocó llenar, volver los pasos con sabiduría y aprendizaje. Quiero ser mejor que tú en mi planteamiento. Recompensar a mamá, recogerle las lágrimas que le sembraste y ayudarla a sonreír en los paseos que la memoria nos devuelve y reconcilia.
     Hiciste tu manera en este mundo, viviste como un hombre en libertad que sabe pagar (con su alma) los cadáveres que deja en la piel ajena. Escucho tu nombre y el monte se ensancha, corro por mis sentimientos como por mi vida y te siento pisando cada vez más cerca mis talones. Cómo nos pesa a los hijos la sombra del hombre mítico, la voz que nos llama hacia dentro; la fuerza moral de matar el pasado abrazando un minuto el presente. No te quiero extrañar con rencores, no te quiero escribir con las uñas la carne que se quedó doliendo. Busco la claridad del monte, busco tu canto para mi voz sin dueño.
     Padre, enséñame a quererte como no te quiero, enséñame a ser lo que me merezco, a ver la playa, no por los niños que juegan alegres, sino por los barcos que ya se fueron. Ayúdame a prenderle fuego a todas las pangas en que te hundes, a mirar el cielo sin esperar la lluvia y agradecer la nube que me da sombra.
     Sé que pude ser un mejor hijo. Tal vez la fruta amarga al árbol al concentrar todo el azúcar.
     De raíz me enamoró tu abrazo. Que me cargaras me dio confianza en mi entrada al mundo. Todo lo podía cuando me abrías tu corazón en verbo. Llamarte es abrazar mi propia carne, sentir el viento recorrer mi piel con la autoridad del rastrillo sobre las hojas secas. Celebrarte es darte gracias por remar mis sentimientos bajo la tormenta de tu propia ruta, tu tragedia bien ganada.

Surcaste mares imposibles con la confianza de los viejos capitanes desafiando las tormentas en el dialogo pausado del cigarro. Aunque no te entiendo, tienes mi respeto. Suplico tu presencia en mi última noche, te pido sea tu mano la que cierre estos ojos tuyos si me llaman antes. Que tu lengua se tropiece con las letras de mi nombre si me marcho. No me dejes lejos de tu ausencia como ahora, abrázame con tus silencios, con esa manera tan tuya de estar cuando no me tengo.
     A veces te quiero decir papá pero no te palpo en su sonido artero, es como si te inventara, como si mi cuerpo no tuviera sombra, como si mi sangre estuviera contenida en una sola rosa. A veces te quiero decir que tal vez te amo pero no es justo porque lo sabes y no haces nada. Me ves con sed, cargas con agua y no he sido vaso.
     Ayer mi hijo preguntó por ti. Yo sentí en ese momento que del pozo más profundo y olvidado aparecía una fuente.
     Que las líneas que te dejo te refresquen la garganta y nos ayuden a seguir silbando. Que esta carta nos regrese unos minutos lo que había cuando cruzaba la autopista de tu mano.

Posdata
Me levanta en las mañanas el recuerdo del silbido que regaba por el patio tu alegría. Hasta las aves se posan en los tendederos esperándote. Larga es la noche del alma. Yo, aunque te amo, ya no te espero.

Christopher Amador. Foto cortesía del autor.

Christopher Amador (La Paz, BCS, 1984). Es el escritor más destacado dentro de las letras sudcalifornianas. Desde hace años ha incorporado un estilo propio a la selva de signos de nuestra Lengua. Siempre inconforme, se inventa a sí mismo para alcanzar su definición mejor, dijera Lezama. Como pocos, se interna en la garganta del lobo para en las tripas sembrar su fogata. Libro a libro, premio a premio, nuestro país y el extranjero van parando oreja a sus bombas letales que estallan ya donde antes había silencio. Muchos hablan de él como un nuevo momento, fractura, cambio. Estamos seguros de que va por senderos muy únicos y encontrará lo que ande buscando.


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