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Mexicali, Baja California, 22 de diciembre de 2023 (Neotraba)

El norte mexicano es inagotable en rutas de exploración, en hallazgos literarios. Mundo hecho de muchos mundos. Universo multiplicado en sus semejanzas y diferencias. De sus entrañas nacen los narradores que hoy relatan los pormenores, personajes y situaciones que le dan identidad y portento a esta enorme zona de nuestro país que va desde Tamaulipas a Sinaloa. Y dentro de la literatura norteña, la narrativa policiaca tiene muchas cosas por decir, muchas historias por contar. Es la aguja creativa que marca el rumbo de la literatura nacional en esta hora de sobresaltos, festividades y congojas.

Entre las decenas de autores policiacos –y aquí me refiero a los que residen en el norte y en esta región escriben y trabajan en tiempos recientes– a últimas fechas destaca Luis Héctor Arreola (Chihuahua, Chihuahua, 1983), quien ha dicho que escribe novela policiaca “porque es la única forma socialmente aceptada en que un adulto puede seguir jugando a policías y ladrones”.

Héctor es licenciado en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Empezó en la vida artística como gente de teatro, pero pronto brincó al género negro con la novela Érase una vez en Chihuahua(2016). A ella seguirían Dalila (2022) y Paralelo de sangre (2022). A la novela se agrega su interés por el cuento, por el relato criminal, publicando una colección de los mismos bajo el título de Chihuahua confidencial (2023).

Y hablando del norte, es obvio que, por su edad y su interés genuino en la investigación detectivesca, Arreola representa a su estado natal en lo general y a la ciudad de Chihuahua, su capital, en lo particular. En sus narraciones podemos ver que Héctor incursiona en la zona fronteriza de su entidad, como ocurre cuando las indagaciones de un caso llevan a sus protagonistas a Ciudad Juárez. Lo cierto es que estamos ante un autor del norte, del desierto, de la vida urbana con memoria de largo alcance. En su obra narrativa lo regional es visible, se palpa en modos de vida, en trasfondos climáticos, en gustos culinarios. Pero también aparece en su obra una lectura concienzuda de la novela negra en una doble vertiente: la estadunidense (Hammett, Chandler, McDonald) y la mexicana (Bernal, Taibo, Hernández Luna). De ambas extrae ambientes, formas de comportamiento, aseveraciones lacónicamente filosóficas sobre la condición humana y su vínculo con el crimen en todos sus aspectos. Arreola ha aprendido que de lo local se extrae lo universal y así lo proclaman sus escritos.

Con tales lecturas, la narrativa de este autor chihuahuense nos ofrece un personaje singular, Santos Mondragón, detective privado que sabe seguir el rastro de sangre, ambiciones y codicia que hacen de su obra un mural de plaza pública, donde la vida comunitaria se expone en todos sus goces y traiciones. Según Héctor, Santos se autodefine como un “culero”, un animal rabioso, un ex judicial que ahora se gana la vida como jefe de seguridad del bar Cowboys, hasta que el destino lo pone en camino a ser más que “un cabrón hecho y derecho por culpa del entorno de mierda donde me tocó vivir”.

El retrato que contemplamos de Santos es el de un hombre con achaques, que intuye que “sus mejores días han pasado”. Nada de eso le impide poner manos a la obra, deambular por los espacios citadinos donde el infierno norteño calienta y fustiga a sus habitantes, un orbe de cantantes de corridos, narcos en plan de venganza y actividades ilegales al por mayor. Aquí, en este contexto, Santos es el rastreador supremo, el investigador incansable que no pretende la justicia y que se conforma con la verdad a secas.

El norte mexicano de Luis Héctor Arreola es un mundo de tierras rurales y tecnología de punta, de retenes militares y comandos fantasmas. Lo que nos cuenta no es un relato maniqueo del bien y el mal, sino la crónica donde “no hay santos y villanos, sólo hay gente”.

La Chihuahua que exhibe es “una línea de sangre”, una “tierra maldita que parece ser una mezcla de Irak y Afganistán”. Un campo de batalla donde se necesita la astucia, la sangre fría, para sobrevivir, donde ser joven es una maldición ancestral y un suicidio cotidiano:

El viaje hacia el pueblo transcurrió en absoluto silencio. El par de matones llevaban a cabo su tarea con un desinterés profesional. Santos aprovechó su mutismo para observarlos con mayor detenimiento. Se sorprendió de cuán jóvenes eran, pues su rostro aniñado y su piel repleta de espinillas de uno de ellos, le hizo caer en la cuenta de que tenía dieciocho años, cuando mucho. No era extraño, en un pueblo como aquél, no sólo debía haber pocas opciones laborales para la gente joven, sino además la vida de pistolero, a sus inexpertos ojos, debía poseer un irresistible romanticismo. Pronto iban a descubrir, si es que no lo habían hecho ya, que aquella vida no era como en los narcocorridos…

Portada de Paralelo de sangre de Héctor Arreola
Portada de Paralelo de sangre de Héctor Arreola

En Paralelo de sangre, Santos Mondragón, anda siempre de la sartén al fuego: de proteger a un músico a indagar un crimen por órdenes de un narco de pueblo chico. Es la historia de un personaje que, aunque le cueste trabajo aceptarlo, se crece con los desafíos, un observador perspicaz que sabe dónde está parado y con quiénes hace negocios en una realidad de arenas movedizas, de lealtades en fuga. Una narrativa estrictamente policiaca, que se atiene a las reglas del juego detectivesco, aunque Santos no cuente con una oficina con ventilador ni con una secretaria rubia despampanante.

En cambio, en Chihuahua confidencial, los siete relatos que conforman este libro cruzan las fronteras de los géneros e incursionan en aventuras criminales que dan paso a elementos fantásticos, son cuentos donde lo criminal triunfa en toda la extensión de la palabra, donde los autores intelectuales se salen con la suya y siempre con las manos limpias, donde la justicia no pasa de ser una venganza bien organizada, donde profesores e influencers buscan destacar en las redes sociales.

Lo que Héctor nos relata es que el crimen ya no es lo tradicional (robos, secuestros, asesinatos, tráfico humano o sexual) sino que donde vaya la tecnología va el delito, las ganancias, el futuro del mundo. La Chihuahua de nuestro autor está llena de sicarios y guardaespaldas, de hombres y mujeres dispuestos a todo con tal de conseguir el éxito tal y como se estila en este siglo XXI:

Sacó su celular y se lo alargó a Julio después de iniciar la aplicación de Instagram. La fotografía de perfil era de él sosteniendo un cuerno de chivo. Eso no lo sorprendió en absoluto, lo que lo dejó atónito fue la cantidad de seguidores de la cuenta: cerca de un millón y medio. Exploró un poco las fotografías de Kevin y se encontró una infinidad de él presumiendo sus riquezas: autos deportivos, joyas, ropa, fiestas, viajes… era como la versión masculina y gangsta de las Kardashian. Julio sonrió. Su “anfitrión” pensaba que eran iguales, pero no había ni punto de comparación. Le devolvió el teléfono.

Portada de Chihuahua Confidencial de Héctor Arreola
Portada de Chihuahua Confidencial de Héctor Arreola

Los mundos criminales que Héctor Arreola expone son los de una sociedad en flujo permanente, de un mundo donde las campañas mediáticas suplantan a la realidad, donde las empresas extranjeras consiguen las tierras que necesitan para explotar las riquezas naturales de México, donde los antiguos funcionarios de seguridad terminan siendo la cabeza de los cárteles de las drogas. Una versión del infierno donde todos sacan tajada. Un ultramundo lleno de fosas clandestinas y fiestas públicas. Como dice Betty, la sicaria, se trata de obtener poder para eludir que “tu destino no dependa de ti sino de alguien con más poder que tú”. Aquí, en la obra de Luis Héctor Arreola, nuestro país es una nación de termitas, cada una socavando con sus sueños de triunfo y empoderamiento el tejido comunitario, la confianza social. Un reino donde cada quien se rasca con sus propias uñas.

En la contraportada de Chihuahua confidencial se afirma que “todas estas historias son ejemplos arquetípicos de la literatura de género negro, cuyo objetivo es devolvernos la mirada de un abismo plagado de injusticia, violencia descarnada, corrupción institucional y otros males que rondan las soleadas calles de Chihuahua”. Una narrativa norteña que festeja vivir en el infierno y que de tal experiencia sustrae la piedra filosofal de que se vive, en estas mudanzas de la condición humana, no como se debe sino como se puede: “No estaba para ponerse una capa y salir a tratar de salvar a la juventud. A su modo de ver, la juventud debía aprender a salvarse sola o chingarse, como todos los demás”.

Porque el norte que nos cuenta nuestro autor lo levantaron no las personas decentes sino los proscritos, los fuera de la ley. Los que no contaban con más autoridad moral que sus anhelos personales, sus luchas históricas (el villismo, el asalto al cuartel Madera), sus anhelos de cambiar la situación de miseria de sus respectivas comunidades a como diera lugar.

De eso trata la narrativa policiaca de este notable escritor chihuahuense: no de dar moralejas edificantes sino de sostener ante el lector las verdades que duelen, las certezas que no dejan de sangrar. Dar vida a ese norte que siempre será más que la suma de sus partes, que siempre estará sufriendo en carne propia los vaivenes del poder, los percances de las grandes empresas expoliadoras, los enfrentamientos de las bandas criminales, el amor fugaz y esplendoroso, las esperanzas frustradas por un mundo mejor del que se viene. Una narrativa que no da su brazo a torcer. Una prosa hecha desde las márgenes en “ese sinsentido que llamamos vida”, desde esos claroscuros que hoy Luis Héctor Arreola comparte en las páginas de sus libros con entusiasta creatividad, con prosa intensa y puntillosa.


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