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Por Luis J. L. Chigo

Puebla, México, 22 de julio de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Quiero pensar que todos tuvimos este sueño en algún momento: un día, sin esperarlo y mientras el sol entra por la ventana o atraviesa el rocío, algo toca a la puerta y, en este estado de primer reconocimiento del mundo, nos acercamos torpes a la entrada de nuestra casa e, inconfundible e inesperada, clara, feliz, aparece frente a nosotros la racionalidad, nos da la mano y nosotros, confundidos pero aliviados, le damos la bienvenida y la invitamos a tomar café, porque a esas horas es lo único en nuestras estufas. Todo llega a su fin, a partir de ese momento todo tendrá explicación, sabremos resolver cualquier problema, decir los adioses más complicados y los holas más esperados.

Cuando queremos, muy en nuestros adentros, la razón es una telenovela. Como nos dijeron que es incondicional a nuestra naturaleza, puede estar en un cajón, bajo la cama junto al calcetín perdido o en compañía de un revólver bajo la almohada. Por las circunstancias, al levantar la cama o las almohadas, será más probable jalar el calcetín o el revólver.

Porque en algún momento, desde el capricho –quizá–, odiamos los pares desiguales o nuestra existencia enterrada, inmóvil. Si se le piensa poco y se le piensa mal, antes de la razón y del amor –ya llegaré a ello– estará siempre el miedo. ¿Acaso no el miedo nos tenía en los árboles y él mismo nos bajó de ellos? ¿Acaso no el miedo nos alejó y acercó del fuego?

Pongo pausa al fuego lento de mis tonterías y le doy play al sencillo de Rosé, que no había escuchado con detenimiento desde su lanzamiento en marzo de este año.

En el cielo no

Probablemente, cuando su papá compró un boleto de avión para viajar a otra ciudad, cuando ella bajaba los seguros del estuche de su guitarra –quiero creer que era un estuche–, mientras en su mente imaginaba la fila enorme o los escaparates del aeropuerto al que llegaría o cómo se escucharía su voz en la audición, con el cabello todavía negro y las mejillas más redondas, con la chamarra gris gruesa y la bufanda azul y la minoría de edad debajo de la nariz, sin imaginar que en algún momento de su existencia le blanquearían hasta el alma y su rostro cubriría todo un edificio en Manhattan y en él se verían joyas imaginarias para las carteras de 90% de la población, sin todo eso que ahora vemos de ella, Rosé, que no era Rosé sino Chaeyoung, probablemente se decía a sí misma –lo que nos decimos todos cuando queremos lograr un objetivo, a veces muy poco objetivo–: que ella podía, que no sería fácil pero ninguna de parte de su corazón se escaparía de dominar ese momento y –en su caso– cada una de las notas musicales en su guitarra y en su garganta, que nada la haría temblar ni llenarse de angustia.

Que no tenía miedo. ¿Qué? Que no tenía miedo. Y así un sinfín de veces. Chaeyoung, que después sería Rosé, todavía no se visualiza en programas de variedades ni en conciertos en otros países, ni en el set de una famosa productora y distribuidora de contenidos audiovisuales, cobrando millones por decirle piropos a sus compañeras.

Rosé –que todavía no ve a Jisoo diciéndoles “pasta” detrás de una puerta– no piensa en el vestido de Anna que usará para celebrar los cuatro años del grupo al ritmo de How you like that. Su padre la llamará desde el otro lado del océano, muy pequeño pero océano al fin, y le pedirá que regrese, que deje el entrenamiento y no hable más en otro idioma que no es el suyo y regrese junto a ese pez naranja con comportamientos de perro que la besa desde el otro lado del vidrio de la pecera.

Fotograma del video musical Gone, de Rosé
Fotograma del video musical Gone, de Rosé

Llorará como llorará en Tailandia cuando voltee a ver a sus compañeras y se dé cuenta de que no ha hablado en la privacidad con ellas desde hace meses y ahí, desde el escenario, entre la intimidad que sólo miles de espectadores con lightsticks rosas en forma de corazón pueden darles, llorará –mientras le limpian las lágrimas con papel para no arruinar el maquillaje que seguramente tardó horas en lograr el maquillista–, llorará y dirá que no es fácil estar lejos de casa, que todas han hecho un gran trabajo.

Llorará y dirá a su padre que, si llamó para eso, para que regrese después de que él mismo la animó a audicionar y tocar el cielo durante dos horas en avión, que mejor no llame, porque está a nada de hacerlo, de regresar y jugar con el pez naranja, por el cual también llorará cuando en medio de una llamada confusa con su madre le diga que murió sin causa aparente.

Y quizá por eso, porque trabajó toda su vida para llegar alto, para pensar en ti y en mí –en nosotros, dirá ella–, se dará cuenta de que su oro era sólo plástico y todo lo que necesitaba siempre estuvo aquí abajo, en el suelo. Quizá por eso, en el documental la introducen sentada al centro de un salón de espejos, con apenas un foco sobre su cabellera ahora rubia, lo único brillante en ese salón, con un teclado, una guitarra y una tablet con herramientas de composición, a diferencia de sus compañeras, presentadas en escaparates de tiendas de antigüedades o cruzando las piernas en salas perfectamente decoradas.

Y mientras Rosé, que antes era Chaeyoung, dice que la música siempre es algo más, que le trastoca el alma, que es disciplina y ella no juega a esa disciplina y, lo que es más, se enoja porque ahora, entre modelo y bailarina profesional y cantante, ya no le queda tanto tiempo para componer.

Por eso, Rosé aparece en el suelo. Porque después de haber tocado el cielo –aunque fueran sólo dos horas– vencerá el miedo, sus miedos, y se dará cuenta –y nos daremos cuenta– que todo lo que ella necesitaba estaba en el suelo.

Demasiada oscuridad para un arcoíris

Ah, pero esta Rosé de las happy tears, vestida de pastel y corriendo bajo fuegos artificiales, la Rosé que nos dice que todas las bellezas son válidas pero nos demuestra que no a todos nos queda pintarnos el cabello de rosa –porque no somos una k-pop star–, ella misma nos recuerda que perder el miedo sólo nos dura apenas 2:48.

Una naturaleza descaradamente bipolar, contenta, llena de plenitud, que se mira al espejo para decirse “mira cuánto has cambiado, no eres lo mismo”, se da la vuelta para decir “odio las mañanas por tu culpa”.

¿Quién eres, Rosé, y por qué apareces vestida de colegiala en medio de una pandemia? ¿Por qué, Rosé, el tiempo creado por ti se llevó tu amor? ¿Cómo terminó todo eso en otra triste y real historia?

Y no es que no te entienda, porque somos filatelistas, amantes de lo coleccionable, de abrir álbumes y contar las estampitas recolectadas en cierta cantidad de tiempo, y decirnos cómo y cuánto hemos cambiado. Bajamos las cortinas y la habitación se pinta de azul.

Fotograma del video musical Gone, de Rosé
Fotograma del video musical Gone, de Rosé

Y te entendemos porque, a pesar de nuestra presunción de claridad y de todos los ladrillos que desarmamos –uno a uno–, de las construcciones que dijeron que somos, a pesar de nuestras sátiras arquitectónicas a los que dicen que esas no son las formas, a pesar de navegar con la bandera del cambio, nos volvimos víctimas de la peor calaña. Y la calumnia del tiempo se cuela en nuestras espaldas para recordarnos que, como tu verso, queremos ser los únicos, sólo nosotros protagonistas de nuestras historias y sólo nosotros el objeto de deseo del otro. Sin poder ser ni una cosa ni otra.

Gracias, Rosé, por este recordatorio de que no somos ni la mitad de lo que deseamos. Amable énfasis para la mentira que creció entre nosotros, de ser sanos y claros y justos y recíprocos, pero ejercer de la manera más perversa el poder sobre los otros.

Y hasta entonces, que te sigan cantando los que dicen que saben.

Y yo a reproducir este sencillo tuyo, todo lo que sea posible, al menos hasta que alguien me diga que no entendí nada de tus canciones. Hasta entonces, que las cosas no nos hundan más abajo del suelo. Y que el miedo te mande al cielo y de regreso. Hasta que se terminen todas tus filatelias.


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