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Por Luis J. L. Chigo

Puebla, México, 08 de octubre de 2020 [00:30 GMT-5] (Neotraba)

“Me salvaré. La fuerza que impulsa mi viaje es opuesta a la muerte. Escapo para alejarme de la pérdida. Hoy me levanté de la cama y tuve que apoyarme en la pared. Tengo vértigo.”

El animal sobre la piedra, Daniela Tarazona

Se trata de una coincidencia la entrega de esta columna los jueves que, por si no lo había notado, ahora ostenta el nombre de Crónicas de lo crónico. Una especie de honor a todo lo que no podemos cambiar y que de alguna manera también nos acompaña.

Por ejemplo, este año. Estar vivo ya no es una triste sino una feliz consolación. El encierro para los privilegiados fue una especie de catarsis. No obstante, continuar en la misma línea vital para mí hubiese sido un desperdicio. O eso creo. Usted juzgará.

Una de las sensaciones más geniales para mí es sentir cómo el viento juega con mi cabello. Un cliché aprendido no sé de dónde, pero que también me permite no despreciar las cabezas despeinadas. Se ven mejor, más poéticas, más naturales.

Sin más –y sin sentido– les van 24 razones para caminar de espaldas contra el viento:

  1. Por supuesto, porque la sensación del polvo en los ojos no es agradable. Uno no sabe cuántos elementos repugnantes se ocultan en forma de partículas diminutas cuando el viento azota contra la polvareda.
  2. Para asesinar un insecto de la manera que menos asco cause. O una rata. No verlo directamente puede reducir la culpa. Hasta lo más despreciable merece una segunda oportunidad, ¿no?
  3. Porque encontraste al “amor de tu vida”, vestida monocromáticamente, pantalón negro y blusa blanca. Y lentes. Por un momento piensas en la oficina gubernamental en que trabaja, pero descubres un moño de largas tiras bajo el cuello. A lo mejor está haciendo cosplay, piensas. Pasa a tu lado y te deslumbras.
  4. Porque ahora que encontraste al amor de tu vida –y suponiendo que te acepta y salen y así–, decides hacer algo “divertido” con ella. Le tomas la mano y la retas a llegar en esa posición hasta la parada del camión. Dios te salve de que se caiga.
  5. Como remedio contra la distimia. Igual lo único que faltaba era una contradicción tan poderosa como esa y los neurotransmisores se ponen a chambear. Descubres así una coincidencia entre la tristeza y el andar de un cangrejo.
  6. Porque imaginas que en los muslos, justo en la parte media, existen músculos nunca ejercitados y esa es la única forma.
  7. Porque te gustan las panorámicas extravagantes y quieres ver a las personas como en un video musical, donde la cámara se aleja en sentido contrario y rápidamente.
  8. Para no hacer contacto visual con alguien indeseado. Digamos, un exjefe que no te liquidó. O una expareja con su nueva pareja. O un gato de la calle.
  9. Para hacerte notar. Tus dinámicas tóxicas no funcionaron para que te prestaran atención y ahora te queda esta pequeña pero bastante atrayente actividad.
  10. Como aderezo perfecto para leer cualquier libro recomendado por la SEP.
  11. Para hacer como que te vas, pero no te vas. Es decir, a lo mejor después de caminar con la chava de tus sueños –de verdad– y mirar la ventana del camión donde parte y se terminará el recuerdo, mientras te alejas. O después de unos tacos de asada.
  12. Como homenaje a las paletas Arcoiris y su espiral de colores hacia la izquierda. Algo de psicodélico había en ellas. Después de todo, fue una niña muy pequeña la que te mostró su existencia.
  13. ¡Por supuesto para fingir ser la modelo inexpresiva de Oddloop mientras cruzas un paso peatonal en Japón! “No conozco las noches sin bailar”.
  14. Para recordar al primo que te enseñó a caminar de espaldas un día después de navidad, porque advirtió la polvareda antes que tú y sin avisar te giró 180°. Descanse en paz.
  15. Para evitar exponer el broche roto de tu zapato. Cuánto oraste al cielo por ese par infantil y ahora te obliga a no romperlos más.
  16. Como prueba de confianza a tu subconsciente: ¡Mamá ya no te puede decir cómo caminar! ¡Mucho menos con diez años de muerta!
  17. Para establecer una nueva hombría. Inevitablemente te caerás varias veces, pero de eso se trata: sólo así conocerás el dolor a diario y aprenderás a vivir con él.
  18. Porque vas a fingir que algo en alguna parte del mundo te jala. Como una especie de imán o agujero negro. Sólo así podrías decir que alguien se siente atraído hacia a ti. O tú a él/ella/eso/esa.
  19. Por miedo. Tú y tus lecturas sobre la diabetes frente a un puesto enorme de pan de dulce.
  20. Para recrear alguna escena romántica de un anime —qué kawaii—, donde él la acorrala a ella contra una pared. Pero tú quieres ser ella, no él. ¿Qué tendrán las chavas dominantes?
  21. Porque te acabas de espinar. Lo único que no se te murió fue un cactus. Y algo tenías que cuidar antes de irte a vivir solo.
  22. Para complementar las canciones de Yes que estallan en tus oídos, imaginando que estás a mitad de una autopista entre Morelia y Guadalajara pidiendo aventón.
  23. Porque te espantó el otoño. Y no querías que llegara con huracán bajo el brazo. Pero llegó y ni modos que rechaces la razón 24.
  24. Porque, efectivamente, corre el viento. Descarado, contra tu paso. Y se engalana de no ceder. Cubres la cara con el antebrazo pero te das cuenta de la inutilidad del asunto, hasta que te encuentras de espaldas. Ni modos, no te puedes detener, caminas de espaldas y metes las manos en los bolsillos. Se ve genial la escena. Y, además, descubres una nueva forma en la que el viento toca tu cara con el cabello: de espaldas, el cabello se te acomoda borrando tu desafortunado perfil. Un poco dramático, pero ya no tienes otra forma de vida.

Juzgue usted. Tratemos de no herir de muerte al viento.


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