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Por José María Durán

Ciudad de México, 19 de septiembre de 2021 [01:16 GMT-5] (Neotraba)

Siempre tuve la facilidad de iniciar una conversación contigo, más que con cualquier otra persona, quizá por eso me es tan difícil escribirte. Me disculpo por no haberlo hecho hasta ahora, aunque sé que no es necesario, pues tú ya me has perdonado en un sueño. Es verdad: has venido dos veces a mis sueños y dos noches me has dejado sin dormir.

Supongo que es algo justo. La primera experiencia de insomnio la desperdicié, no supe qué hacer más que quedarme en cama, aunque entre más intentaba dormir con más energía me sentía; la segunda vez aquí me tienes, plasmando en mi teclado algo que ya escribí en mi cabeza.

En mi primer sueño venías a mí con las palabras exactas, siempre sabías qué decirme, me decías que no había problema por no haber ido a visitarte una vez más, por no mandarte otro mensaje, por no intentarlo más; me sentía culpable pero no desde esa noche.

El segundo sueño fue mejor, nos encontrábamos por casualidad, yo te abrazaba y por un instante todo volvía a ser como antes, como en la Zapata.

La Preparatoria Emiliano Zapata, lugar donde tengo los mejores recuerdos contigo. Primer año clase con la profesora de Historia Universal: a ella le gustaba que su clase fuera un debate más que una cátedra, hicimos un círculo con las bancas como en todas las clases, pero en esa ocasión me tocó sentarme al lado tuyo, fue la primera vez que hablamos y por supuesto nos hicimos amigos ese mismo día. Recuerdo claramente la pregunta que hizo la profesora para iniciar, “¿Qué productos se exportaban de Nueva España a Europa?” Una pregunta sencilla, las respuestas no se hicieron esperar y pronto se escuchaba hablar de plata, oro, maíz, pero una voz sobresalió entre las respuestas: “Chocolate”, lo dijo la misma profesora. No sería nada extraño pues seguramente trataba de estimular la conversación, pero entonces volvió a preguntar algo muy extraño: “Chocolate… ¿Quién dijo eso?” Era inverosímil, ella había dado una respuesta y luego preguntaba quién había sido, me voltee hacía ti desconcertado, no tuve que comentarte nada, tu expresión era la misma que la mía, nos empezamos a reír sin control, fue la primera vez que escuche tu risa. Lo más extraño para mí fue voltear alrededor y observar que a nadie más le pareció extraño, como si no lo hubieran notado. Quizá teníamos una verdadera conexión, pues no te dije nada y entendiste todo lo que quería decir. Esa fue la primera vez que experimenté esa sensación de que el mundo se detenía y nada más importaba.

Último año, siempre habías bromeado con tu frase: “Chema, ven y bésame”, pero esa vez yo ya había terminado con mi relación de casi de tres años y tú también, así que simplemente comenté: “Tú siempre dices eso, pero nunca me dejas hacerlo”. Así que acordamos que lo haríamos, yo seguí pensando que todo era un juego, nuestra amistad en ese punto iba mucho más allá pero no había algún tipo de atracción, sin embargo, eso fue tan natural que no caí en lo que hacíamos hasta que sucedió.

Todo nuestro grupo tenía que ir a ver una obra para la clase de literatura, por suerte el teatro estaba a unas cuadras de la prepa, acordamos que sería ahí. Jamás olvidaré esa obra, ni su título, que es igual al de este escrito. Ciertamente me gustaría olvidar, pero cómo podría si es el mejor beso que me han dado en toda mi vida. Durante la puesta en escena estaba nervioso, algo emocionado debo admitir, pero no había oportunidad, aunque nos sentamos en los últimos asientos del segundo piso, una amiga nuestra –sentada dos filas delante– no dejaba de voltear a vernos entre escena y escena, como si supiera que tramábamos algo, pero dudo que se diera una idea.

Pero en el destino estaba escrito, así como en el libreto, entonces en el último acto las luces se atenuaron y ocurrió: nos besamos. Aunque lo recuerdo vívidamente me gustaría tener la capacidad de describirlo en estas hojas… haré mi mejor esfuerzo.

Fragmento de El curioso incidente del perro a la medianoche de Mark Haddon
Fragmento de El curioso incidente del perro a la medianoche de Mark Haddon

Era un beso cálido, aunque fue el primero daba la sensación de que nos hubiésemos besado mil veces antes y otras mil después. Tus labios encajaban perfecto con los míos, otra vez pude comprobar la relatividad de lo que llamamos tiempo y en ese instante todo se detuvo, para ser sincero –tú sabes que siempre lo fui contigo– me sorprendió demasiado; me había besado ya con bastantes chicas, algunas primerizas y otras más experimentadas mayores que yo, pero tú lo hacías de una forma única, el movimiento de tus labios era milimétricamente perfecto, casi imperceptible. No duró muy poco como quizá debió haber sido pues hasta ese momento éramos sólo amigos, pero tampoco se extendió demasiado: simplemente el tiempo exacto.

No sé qué pasó después ni recuerdo cómo llegué a casa o si antes de dormir esa noche pensé en ello. Pero al siguiente día, durante el descanso entre clases, salimos a pasear por el centro, hablamos de lo que pasó, me dijiste que después de haber salido de esa relación tú solo buscabas experimentar, fuiste muy sincera conmigo y lo entendí perfectamente. También acordamos en que nadie de la prepa lo podía saber. Te agradezco que hayas sido tan franca conmigo, supongo que no fue nada difícil pues nos conocíamos tan bien que podíamos expresarnos libremente. Yo he tratado de seguir tu ejemplo, y desde esa vez las pocas relaciones que he tenido traté de ser muy claro sobre lo que quería desde el principio y aunque eso disgustó a algunas –la sinceridad parece ser, de alguna manera, repudiada– o fui criticado por ello, no lastimé a nadie ni le hice parecer a ninguna persona algo que no era.

Si lo pienso bien he aprendido muchas cosas de ti, por ejemplo, recuerdo que al despedirme de ti tenía que decir “nos vemos” o “hasta pronto”, algún sinónimo quizá, pero jamás un adiós, porque me reclamabas que un adiós es para algo que no se vuelve a ver –como los benditos pájaros negros–, así que tuve que adaptarme y hasta el día de hoy, cada vez que me despido de mis amigos ellos algunas veces me dicen “adiós”, pero yo siempre respondo con un “nos vemos”. No creo que alguien lo haya notado o al menos no me lo han hecho saber, de todas maneras, sin el trasfondo, ¿por qué a alguien le parecería raro que yo respondiera así?

Durante esta segunda noche que me la paso en vela, pensé en al menos diez momentos que pasé junto a ti. Es curioso cómo al escribirlos parecen más extensos, algunos ni siquiera deben ser escritos porque no son ideas traducibles a palabras, son sensaciones, es sinestesia asociada a ti. Otras parecen tan insignificantes, pero están llenas de retórica, por ejemplo, para la clase de física teníamos que hacer un proyecto final, hicimos equipo, recuerdo que estabas muy emocionada por el trabajo que hacíamos y yo estaba emocionado de ver tu expresión a medida que avanzábamos.

En uno de esos días acudiste a mi casa, cuando acabamos ya eran casi las 6 de la tarde, pero el clima era terrible, había mucho viento –extraño ese clima de Puebla– y una pequeña brisa. Mi madre me dio un paraguas, te acompañé hasta la parada de tu autobús que estaba al menos a media hora de ahí. Caminábamos abrazados intentando cubrirnos con el pequeño y negro paraguas, pero el viento era tal que era difícil no soltarlo, así que lo agarré con todas mis fuerzas y la sombrilla no salió volando –como los malditos pájaros– pero sí se volteó, fue la primera y única vez que me pasó algo así. Como siempre, no tardaron en venir nuestras risas, ya no importaba mojarnos o que un señor nos viera con mirada indiferente al cruzar la calle.

Me parece que el siguiente será el último párrafo –acto–, pues el escribirte poco a poco me ha hecho recuperar la capacidad de dormir –soñar– de nuevo, pues como dijo nuestra amiga Mercedes, “puedo permitirme todo menos sentir”.

Durante mucho tiempo me ha atormentado esa obra, pensaba que era un chiste cruel de la vida, pero ahora entiendo que el negro no es maldito ni bendito, es el color que predomina cuando las luces se atenúan, para preparar lo que está escrito en el último acto del guion de la vida y, desde ahora, para mi serán “los negros pájaros de un hasta pronto”, porque sé que volverán en primavera, una vez que el invierno haya pasado.


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