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Mauricio Bares, foto de Óscar Alarcón
Mauricio Bares, foto de Óscar Alarcón

Por Lizeth Tlatelpa De Roman

Puebla, México, 16 de febrero de 2020 (Neotraba)

A propósito de una reedición de la mano de Ceibo Ediciones, a la cual llegamos un poco tarde. Si relacionó correctamente el título y la fotografía, recordará Usted aquél libro de Mauricio Bares titulado Apuntes de un escritor malo por Anónimo Hernández. Un personaje poco común envuelto en situaciones penosas, vergonzosas, enfrentadas con cinismo. ¿Por qué de repente no es famoso? ¿Dónde están las grandes librerías para hablar de este personaje? ¿O será acaso que en su desesperación Mauricio Bares ha hundido al pobre Anónimo? ¿No será que Mauricio Bares es sólo un seudónimo de Anónimo Hernández? (Como leí en algún cartel por ahí…) A continuación, una reseña.

Un escritor malo… ¿Cómo se llega a serlo? No, la interrogante que sigue a tan atrayente título brota desde el interior, una sensación que contribuye a la inquietud: ¿por qué este autor se proclamaría malo? El hambre a saciar en busca de respuestas nos guía hacia el responsable, una figura mexicana de índole internacional: Mauricio Bares.

Siendo un personaje de espíritu independiente, logró realizar una convicción poco convencional al publicarse en su editorial Nitro/Press. Demoliendo la importancia de encapsular en esquemas, trayendo consigo unos apuntes que reflejan parte de Bares cohesionados a la vitalidad de su seudónimo, donde la ruptura de lo establecido permite multiplicar el “yo” observado audazmente en el papel.

El ataque a los clichés de la estructura narrativa tiene como principal característica una tonalidad carismática. Desde sus primeras páginas está dispuesta a provocar sonrisas de oreja a oreja. El lenguaje con que conquista la atención del lector es un factor clave que contribuye a cumplir el cometido vital de la literatura de nuestro autor.

Desde el punto de vista gramatical se percibe un carácter idiomático que omite el signo interrogativo inicial de las preguntas. Emerge a la par de modificaciones verbales por medio del inglés, cuya habilidad deja en manifiesto un juego de palabras que coadyuva a la persistencia de una voz confidente y natural. Cada cuento se acopla a un mismo protagonista, Anónimo Hernández, quien conforme transcurre la lectura establece una charla de la que nos hace participes.

Malas influenzas (pág. 83) es un reconocimiento al particular despliegue lingüístico en el que se intercambia la mayor cantidad de conceptos posibles con la terminación “encia” por “enza”, “cuestionando si la gente calcula la importanza de semejante cambio, de sus consecuenzas”.

Perdido en la translación (pág. 25) nos conduce a una conferencia de prensa a la que asiste Anónimo como entrevistador. Sin embargo, las dificultades de dicha tarea irían acumulándose puesto que no bastó con llegar tarde, acudir sin el material necesario o ser el único participante en tan desolador paisaje, sino también provocó la furia de su entrevistado al culminar con una translation cargada de inglés impuesto como materia y no como lengua.

Malnacido! (pág.31) es un ejemplo de la destreza para poetizar lo cotidiano: ¿alguna vez imaginaste los percances que tienen lugar en el camino a pagar la cuenta de luz?

Portada de Apuntes de un escritor malo por Anónimo Hernández, foto de Luis J. L. Chigo
Portada de Apuntes de un escritor malo por Anónimo Hernández, foto de Luis J. L. Chigo

Relatos que parecieran convertirse en anécdotas, imágenes que te permiten visualizar el puño y letra de un escritor. Sumergirse a escribir dentro del panorama obstaculizado que se presenta es una decisión envolvente e irremplazable, una zambullida en Anónimo, la pasión de Bares hecha esencia que irremediablemente provoca algo en ti. ¿El efecto final? ¡Una carcajada segura!

Una vez adentrados en el contexto cómico que se ha construido, fluye la autenticidad de recursos vinculados a la ironía del ambiente. Una oportunidad a la sátira sobre la mexicanidad en la cual converge una visión intelectual de cercanía. Claro ejemplo el cuento Mi agente en Tijuana (pág.102), en el que Anónimo menciona un dato peculiar que captó su atención al leer Historia de Tijuana de Alejandro Lugo:

“Allí leí que en el Centro Turístico Aguacaliente alguna vez fue mundialmente famoso por contar con un lujoso casino, un galgódromo, un hipódromo, acogedores bungalows; que entre sus asiduos se cantaban Rita Hayworth, Buster Keaton, Clark Gable, Al Capone, que el sitio contaba con una imprenta y una escuela donde se impartía educación primaria a los hijos de los huéspedes y de los empleados…

De pronto pensé que aquella descripción no solo se ajustaba como guante de seda al exquisito recreativo, sino a toda la Tijuana de aquellos tiempos, a la de éstos, y de hecho al país entero: un oasis de ocio para celebridades y maleantes, con la imprenta dentro de sus instalaciones, con un nivel de primaria, y señores saltándose una laaaaaaaaaaaaarga barda como si escaparan de una prisión.”

Empero a la descripción de “malo” en la portada, viajando por el contenido hasta hallar su extensión transformable en la contraportada, Bares nos regala un interesante lente del y hacia el escritor que, en conjunto con el humor, un sello cacofónico y de reiteración brinda una frescura cargada de significado.

Recomiendo leer a Mauricio Bares porque consigue maleabilidad en un universo cómico, intimando sin piedad en el entorno, de la mano de Anónimo Hernández. Además difunde la biblionarcolepsia, una desconocida enfermedad que lo conlleva a dormirse en el intento de leer las primeras páginas de un libro, rememorando cualidades de propósitos despistados que en su determinación lo atiene a declararse “el escritor más malo de México” sin equivocación ni arrepentimiento.

Mauricio Bares, foto de Óscar Alarcón
Mauricio Bares, foto de Óscar Alarcón
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