¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Karime Montesinos

Puebla, México, 07 de agosto de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

El baile es algo de lo que no me gusta hablar, por ser entrañable. No tengo demasiados recuerdos, así que tampoco puedo decir mucho. Por supuesto, participé en diferentes festivales escolares, donde hice el ridículo frente a padres de familia, ya sea cantando o bailando. Pero, la verdad, nunca se me dio eso de ser expresiva frente a las masas.

Prefiero bailar en mi habitación, practicar 5 horas al día y lastimarme las rodillas sin tanto alboroto de un entrenador que me respire sus maldiciones en la oreja. Aunque quizá eso sea ahora, porque antes no existía la vergüenza de presentarse en público, ni mucho menos el miedo a ser juzgada, ni tampoco a las miradas.

Cuando era pequeña –tenía unos 12 años o menos– me interesé en demasía por el cheerleading, la gimnasia, la danza contemporánea y el ballet. Todo empezó cuando vi a Maddie Ziegler y a sus compañeras de Dance Moms –serie en la que transmitían sus competencias de danza– e instantáneamente me enamoré de lo estético del baile, de los pies en punta y sus expresiones faciales que significaban un amor al talento de bailar.

Mi mayor inspiración era Maddie. Estaba tan inspirada en ella, que en una semana aprendí toda la coreografía del videoclip “Chandelier”, de Sia. Sólo la vi y seguí sus pasos, ni siquiera seguí un tutorial o algo parecido.

Recuerdo la elasticidad de mi cuerpo, lo magnífico que se sentía poder estirar mi pierna derecha hasta detrás de mi cuello, mientras me mantenía de pie. También hacer pirouettes sin ningún tipo de problema por el equilibrio. O la satisfacción de cuando logré mi primer split y scorpion en porrismo. También, quise aprender algunas acrobacias, pero resultaron en intentos fallidos –que después se convirtieron en un abandono hacia el baile.

Fotograma del videoclip Chandelier.
Fotograma del videoclip Chandelier.

En 6º de primaria, hubo dos competencias de tablas rítmicas y, por supuesto, yo participé en ambas. Mi hermana y yo creamos durante horas las coreografías, con piruetas y todo tipo de cosas. Fuimos las elegidas para dirigir a los demás compañeros. Teníamos horario de ensayos y permisos para practicar en el patio de mi casa.

En la competencia, me vestí de porrista, lo que más soñaba ser en ese momento. Yo era la principal. Mis compañeros se vistieron algo casual, pero tampoco demasiado cutre. Recuerdo lo mal de la sincronización de nuestros pasos, pero en ese entonces creíamos que lo hacíamos de lo mejor.

Aún con el fracaso del baile, le ganamos al “A”. Dos veces. Nosotros éramos del “B”. Por supuesto, ningún grupo había podido ganarle a nuestra organización y prácticas de semanas. Ganamos y también obtuvimos unos cuántos cumplidos por mi vestuario. Después de eso, recuerdo abandonar el baile y el intento de practicar gimnasia.

Suelo dejar todo a la mitad. Cuando algo mínimo no sale bien, me rindo. Quizá sea por el miedo al fracaso o a lo que puedan causarme un par de miradas. O a el miedo irracional de los accidentes y fracturas que también suelen verse en estas disciplinas. No quería algo como eso para mí. La peor debilidad en este mundo –o mi mundo– es ese, el miedo. A cualquier cosa. Y yo lo tengo a casi todo.

Después de esas pequeñas victorias en la escuela y el alejamiento de bailar, vuelvo a desvelarme por aprender las coreografías de Lalisa Manobal y algunas improvisaciones que hago de algunas canciones de K-pop no coreografiadas.

No tengo la misma flexibilidad, aunque lo intente. Sigo practicando, con curitas en las rodillas y dolores en la espalda. Ya no le tengo miedo a nada.


¿Te gustó? ¡Comparte!