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Por Karime Montesinos

Puebla, México, 04 de julio de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Es el día 22 de Junio a las 22:45 horas. Es la primera vez que me atrevo a escribir acerca de mi cumpleaños sin que me tiemble la mano y me duela el corazón. No puedo decir que es fácil hacerlo. Desconozco qué escribir de ellos, porque los odio.

Ese odio debe ser porque no encuentro qué decir más que un “Gracias”, cuando me mandan una tarjeta o un vídeo donde salga mi cara y de fondo la canción que tengo que escuchar todos los años –y que también detesto.

Debe ser porque no encuentro palabras para describir la felicidad pura, una que no había desde que existo. Una felicidad en la que sólo estoy yo. Debe ser porque tengo que rebuscar entre mis sentimientos, y no sé muy bien qué es lo que mi existencia quiera decir con lo nuevo que siento en mí.

Paso horas buscando palabras e imágenes fantasmas que mi mente quiere escribir, pero está más allá de la posibilidad de una imaginación que no existe. Cuando se necesita ayuda emocional, siempre hay alguien, pero ¿cuál es la línea de emergencia para que mis colapsos de escritura sean tratados?

Hoy, unos minutos antes de que cumpla los 17 años, sé que no me cantarán Las mañanitas ni tampoco espero que sean puntuales con un texto largo a la medianoche para felicitarme. Aprendí que eso está bien, que la felicidad no depende de un mensaje parigual que se repite todos los años: ese que provoca picazón en las mejillas y hace que sonrías, aunque sepas que el remitente original es desconocido, porque reusaron el mismo mensaje mil veces y lo reenvían otras mil veces. Sólo le cambian el nombre del destinatario.

Nunca antes había prometido dejar de hacer caprichos por las cosas más insípidas del mundo que me invadían la serenidad del alma, y me mantenían en un círculo vicioso donde no había podido salir.
Ya pude barrer todo lo que había sucio dentro de mi subconsciente y decidí ya no reutilizarlo ni reciclar.

Mi mente parece renovar contratos con la gente. Les doy meses de renta que no deberían corresponderles por daño causado. Pero este año encontré una respuesta que me decía a gritos en la cara: ¡Hey, Karime! ¡Por fin encontramos a la motivación en persona! Por fin tenía razón.

En la vida y en el sistema educativo en el que estoy, siempre me encontré profesores que limitan, que sofocan y te quitan el aire de aspiración y sueño. Para ellos la paga es más importante que la pasión. Y son los mismos que ven a los escritores y artistas como la vagancia reflejada en personas. Quienes ignoran hasta sus narices y no pueden entender ni un poema de Neruda, pero se llenan la boca de palabras que ni ellos mismos pueden masticar y tragar. Terminan vomitándolas en discursos para sus alumnos. Pero, el profesor que yo encontré –o que me encontró– es bastante diferente a esos que ya mencioné.

¿Han visto La sociedad de los poetas muertos? Mi profesor de Literatura, es el Profesor Keating en persona. Y estoy segura que, quizá, al inicio fui Neil Perry en su vida. Un Neil que renunció a los sueños. Pero también quizá, después, dejé de ser él y empecé a ser Todd Anderson. Uno del que el profesor de Literatura no esté equivocado.

Ya son las 23:50, y yo no tengo nada más que decir. Sólo agradecerme por los 17 años más especiales que alguien ha tenido. Bienvenidos cumpleaños querido, bienvenido 23 de junio.

“Carpe Diem. Aprovechen el día, hagan sus vidas extraordinarias.” -John Keating.


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