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Al maestro con cariño foto de Óscar Alarcón
Al maestro con cariño foto de Óscar Alarcón

 

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

A J. L. Esteban

 

Su nombre no importa porque como él hay muchos –aunque son pocos en comparación con los que sí tienen el empleo que perdió.

Los de ideales y convicciones firmes siempre son menos.

 

Egresado de la facultad de economía en 2015, trabajó un par de años en un Call-Center de paredes mugrosas y jóvenes universitarios que cada día perdían el brío con el que llegaron (acaso porque intuían que aun al acabar la carrera su destino se reduciría a pasar los años ahí). En agosto de 2017 le dieron un puesto en una preparatoria a las afueras de la ciudad para dar clases de economía a algunos alumnos de tercer año. Joven, sin el peso de los años encima, pero consciente de que el mundo laboral puede ser “rudo y agobiante”, se le veía por los pasillos –mochila a cuestas– saludando a sus alumnos y preguntando el nombre a los que no conocía.

Invitaba a fumar clandestinamente a algunos para platicar sobre la vida, sobre lo que no decía en sus clases, los libros que lo hicieron llorar, lo que ocurre en el mundo o sus inquietudes. Parecía que el cigarro duraba una eternidad. Así lo quería él y quienes le acompañaban.

Pero cometió un par de errores que le costaron el empleo: no sobarle –como muchos maestros en su situación (es decir: vulnerables a ser despedidos y sin un docente de tiempo completo que fungiera como protector)– las barbas al tigre:

 

La escuela a la que entró está plagada de un ambiente político muy corrosivo y dicotómico, o haces todo lo extra aula que se te pida o eres acusado de “no demostrar amor a la escuela”. Fue un error no acudir a los diferentes eventos políticos, lo fue también poner a los alumnos a leer a Marx, y el peor de todos: tocar a los alumnos predilectos de la dirección y no ponerles el 10 –o mínimo 9– de calificación que muchos maestros les ponían, hicieran o no algo (los únicos que no siguen esta regla tácita sin recibir consecuencias son aquellos cuya cargo y perfil académico los hace intocables).

 

Los que incumplen en esto son despedidos al finalizar el ciclo escolar, tal y como a él le pasó. “Tú no estás aquí para reprobar”, le dijeron como primer aviso, pero no escuchó. Los ideales y convicciones pesan más.

Nada de lo anterior significa que los maestros que permanecen son ideológicamente inferiores, adaptarse al sistema que rige cierto lugar también denota inteligencia.

Y mucho menos pretendo hacer una efigie de él: la lógica indica que cometió muchos errores de novato: algunas clases no eran del todo claras, las preguntas de sus exámenes llegaban a ser confusas, sus argumentos anacrónicos… varios errores, pero ninguno suficiente para despedirlo.

Lo imagino fumando en un café, evocando ese año, que aunque efímero no se borrará de su memoria, pues en esa prepa estudió también –y sé de buena fuente que muchos de los profesores que en el pasado le dieron clases entristecieron al enterarse de que había sido alumno de esa prepa. Bastante tarde, por cierto.

 

Ayer lo encontré en el centro. Llevaba la mochila con la que daba clases, sus lentes eran otros. El brillo de su rostro era diferente. Hablamos un largo rato sobre varias cosas, tuvimos diferentes opiniones en otras y entendimos que fuera del salón podíamos congeniar bien. Me habló de su desempleo, será difícil volver a dar clases, en todos lados te piden experiencia, ¿y cómo la voy a obtener si no me dan trabajo? Estoy buscando en varios lados, pero nada seguro, así las cosas.

 

Cuando nos despedimos, le dije cuídese mucho, profe. Él me respondió: ya no soy profe, dime Luis.

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