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Morelia foto de Iván Gómez
Morelia foto de Iván Gómez

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

 

La fuga –por lo que parece– constituye una llamada de socorro

y a veces una forma de suicidio.

Pero al menos se experimenta un breve sentimiento de eternidad.

No sólo hemos roto lazos con el mundo sino también con el tiempo.

Dora Bruder, Patrick Modiano.

 

A mi madre.

 

Cuando partieron los seguí un rato hasta que aceleraron más y más y mis pasos no me dejaron alcanzarlos, entonces sí le permití a la lágrima rodar por mi rostro. Cuando me di vuelta para volver casa –mi nueva casa–, vi todo con los ojos de un animal nocturno: las construcciones y los jardines que aún no se graban en mi memoria, el sol con otro matiz –y otra intensidad–, los árboles, que aunque similares a todos los que he visto en mi vida me resultaban extraños, el acento de la gente, tenue pero notorio para un poblano que dejó atrás su Estado en la camioneta que vio irse y aceleró poco a poco.

 

Fue hasta que me quedé enteramente solo que me pregunté qué carajos es la realidad; algo que se distorsiona, sin duda, un momento o la suma de los momentos que más valoramos, o quizá no es nada, ¿pero cómo saberlo hasta no “vivirla”?

Y ahora escribo esto en un nuevo escritorio, con otra vista, otro clima y la sensación de estar gestando a otro individuo. El viaje –y más el que implica una mudanza– está constituido por una especie de borrachera que se atenúa cuando se asienta la soledad.

 

Qué habrán sentido aquellas personas que se mudaron a estudiar a otra parte hace 30 años, cuando la comunicación a distancia se reducía a las llamadas, o hace 80, cuando el medio eran las cartas.

 

Tengo otra pregunta: ¿dónde quedan todas esas costumbres (recorrer una y otra vez determinada calle), las manías (caminar al súper que está más lejos sólo para ver a la cajera bonita), los momentos (platicar una y otra vez en el mismo café con las mismas personas), las rarezas (entrar a las librerías sin un solo peso en la bolsa)? ¿Se pierden? ¿O únicamente cambian de lugar?

 

Una más: ¿dónde queda la persona que fui allá? Se diluye y de ella sólo queda la sombra que pigmenté en el piso. Y cuando me vaya de aquí, ¿será lo mismo? ¿Será que somos la sombra de esas huellas? O quizá es al revés: somos lo que no se impregnó y llevamos siempre con nosotros.

 

En ese caso, cualquier travesía –implique o no una mudanza– debe modificarnos en algo. La literatura misma es una aventura y el tópico por antonomasia es el viaje: La Odisea, Pedro Páramo, El Quijote, La Divina Comedia, Moby Dick

¿Pero tiene caso preguntarse qué me hace ser yo y no el de al lado siendo que no sabemos qué es la realidad? Yo creo que sí: esa es la forma de dar respuesta.

Somos el lugar que fuimos y al que iremos.

 

A la niña Vivanco: tantísimo afecto, cariño y devoción.

26 de julio 2018.

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