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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 16 de noviembre de 2021 [00:46 GMT-5] (Neotraba)

Al borde de las distopías que se imaginaron hace 200 años, sólo queda escuchar música para la ocasión: https://youtu.be/AgHaGrZkkv4

Antes de que lo pregunte: lo sé, ya pasamos la temporada de muertos y sustos, ¿verdad? No. El mundo siempre da miedo, es solo que el otoño le sienta mejor, porque el invierno está plagado de luces empalagosas y colores todavía más vacíos. Hablar de lo que nos aterra es una herramienta más para cambiar la realidad que conocemos. Pero no nos adelantemos, primero lo primero. ¿Qué es el miedo y por qué sabemos lo que es?

Responder puede tomar dos caminos igual de entretenidos, el primero en una explicación individual y con una manifestación social, y otro como una explicación social con manifestaciones individuales. Creo que ambos puntos en la balanza tienen algo de razón, pues el ser humano no puede ser separado de su naturaleza social y, por tanto, la sociedad que crea tampoco puede ser separada del comportamiento humano. El miedo, como otras reacciones inmediatas o paulatinas, responde tanto a lo que conocemos como a lo que experimentamos. Pensemos en las historias de fantasmas, en los monstruos, en los espacios, los sonidos… todos parten de la convención social del peligro, pero es nuestra experiencia la que prioriza los detalles que notamos.

Es curioso que tanto usted como yo, entes que juegan a hablar en medio de una página de internet, discutamos las motivaciones de un villano de cómics. O más bien, la forma en que actúa su poder. Jonathan Crane[1], personaje dibujado por Bob Kane en septiembre de 1941, es uno de los villanos menos reconocidos del hombre murciélago –a quien ya dedicamos su columna–, sin embargo, parece ser el de una noción más clara del cómo y por qué comete sus crímenes.

Ex profesor de psicología en la universidad de Gótica, descubre en un compuesto químico una fórmula precisa para provocar el miedo en aquellos que inhalen el gas. Tras probarlo de forma clandestina en sus alumnos, es despedido y continúa sus experimentos en personas secuestradas al azar, hasta que es detenido por Batman. Entre las visiones observadas a lo largo del tiempo, vimos manifestaciones del miedo a primera vista no temibles.

Injustice, cómic odiado por algunos y disfrutados por otros, muestran a un Superman envenenado por el gas, delirando con la imagen de uno de sus enemigos más fuertes, matando en su paranoia a su esposa junto al bebé que esperaba. Sin embargo, en otro caso, con Batman en específico, le muestra a un fantasma de su padre diciendo que está decepcionado de él.

Para ambos héroes, el miedo no tiene nada qué ver con manifestaciones cliché como las que nos ofrece Hollywood hoy en día. El miedo real, el que realmente te hiela la sangre, parte de su experiencia personal, pero nosotros, como parte de la sociedad que consume ese contenido, podemos entender el porqué de ese tipo de visiones. En el caso de Superman, porque el enemigo visto era igual o más poderoso que él; en el caso de Batman, porque sus traumas de la infancia persisten incluso muchos años después del suceso detonador.

Por ello es importante preguntarnos ¿a qué le tememos? Si el miedo que mencionamos es extraído directamente de la sociedad circundante, ¿realmente tememos a ello? Es una pregunta con un sentido mucho más profundo de lo que aparenta e incluso podría ser un buen parámetro para conocer a una persona, porque la respuesta delata nuestra experiencia con la realidad, con todo lo que hemos conocido e incluso lo que reconocemos como inexplorado. El miedo de una persona debería explicarse desde su propia motivación y explicar su manifestación desde cualquier otra cosa relacionada. Yo le temo a los demonios, porque mi experiencia desde la religión me ha advertido de ellos. Yo temo a las brujas porque cerca de mi casa hacían misas negras. Y un enorme etc. de ejemplos que pueden ser explicados desde la razón.

Tanto reconocer que tenemos miedo como saber qué hacer en caso de enfrentarnos a ello, son cruciales en el desarrollo de una persona funcionalmente estable, es la forma de que nuestra razón puede superar nuestro pánico inmediato, evitando así cualquier catástrofe mayor.

Como un temblor. Es sorpresivo, violento, temible, incluso si no se ha vivido antes. Una profesora de mi secundaria solía contarnos que durante el temblor del 85 encontró a otra persona rezando en medio del paso a las escaleras para abandonar el edificio, obstaculizando así a cualquier persona que quisiera pasar. Y habré de tomar este punto con pinzas: rezar, orar, llorar, sentirse mal durante un evento así no está mal, pero dejar que ese miedo que nos impulsa a hacer –o sentir– ese tipo de cosas nos consuma, nos pone en riesgo a nosotros y a otras personas. Al fin y al cabo, viene de una situación inmediata –planteada o no– y en tales circunstancias, se quieren acciones igual de inmediatas.

Plantearnos la duda respecto a lo que tememos reduce gran parte de nuestro andar intelectual en reconocer que todos los días estamos expuestos a peligros, que incluso no hay forma de escapar al final que todos tenemos. La muerte. Y aceptar esta verdad es un poco como la historia sin fin que proponía el bigotón deprimido de Nietzsche; qué tal que todo lo que has vivido y vivirás sucederá una y otra vez hasta el fin de los tiempos. Puede ser peligroso pensar en ello mucho tiempo, pero vale la pena buscar estar en paz con uno mismo y con todo lo que fue, será y pudo haber sido, para que el peso de una existencia breve sea mucho menor que el de nuestros propios párpados al cerrarse por última vez.

Conciliar nuestro miedo, y saber que somos vulnerables ante él hace que sepamos cómo enfrentar –no evitar– este tipo de situaciones. Llegar a un punto donde podemos hacer las paces con nuestras experiencias y hacer la guerra contra el contenido que nos llega desde la sociedad. Transformar el miedo en una característica inherente al ser humano y no una que quiera ser excluida. Porque vivimos, somos humanos y el miedo es parte de nuestra supervivencia.

Incluso para la gente que quiere trabajar con él, desde un punto artístico, es importante reconocer qué es el miedo y por qué todos los seres humanos lo entendemos. Saber la diferencia entre la sorpresa y el temor genuino. Jugar con cada sombra, cada espectro, cada nombre y sonido para crear efectos asombrosos desde la sugestión y el suspenso, y no sólo del miedo inmediato como el que ha sido tan explotado en el cine de la última década.


[1] Su apellido alude al protagonista de la historia de Washington Irving, Ichabod Crane, que es decapitado por el jinete sin cabeza una noche de brujas. Gran detalle, considerando que es un personaje relacionado al terror.


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