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Portada del disco El mar querer de Rosalía
Portada del disco El mar querer de Rosalía

Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 27 de julio de 2019 (Neotraba)

Hace tiempo me pasaron el disco de Rosalía que da nombre a esta columna, uno que en mi opinión vale la pena escuchar si es que aún no lo han hecho. Pero lo que nos reúne aquí no son mis gustos musicales, sino el mensaje propuesto a lo largo del disco.

Yo no lo sabía pero es algo parecido a un álbum conceptual que gira entorno a la adaptación de un poema del siglo XIV, llamado El roman de flamenca. Una historia de una mujer que se casa y vive todo un calvario por los maltratos de su marido celoso, mujer cuyo único consuelo son sus dos hijos e impulsada por el amor que siente por ellos, toma justicia por propia mano y mata al hombre que le ha hecho pasar tantas penas por un mal querer.

Resumiéndolo así, a primera vista uno no se enteraría de que es una historia del siglo XVI. Y hay una pregunta que sale a colación: ¿Ha cambiado la forma de querer?

Y vaya duda, porque uno podría decir “¡Claro que ha cambiado!” y remitirse a los grandes avances que la imagen femenina ha tenido en el camino a una equidad social, pero ¿y si no?, ¿y si nuestra forma de querer no ha cambiado en casi medio milenio? Tan solo hay que verlo desde la perspectiva fría de alguien imparcial, ver un noviazgo o relación de cualquier tipo y sacar a relucir tanto lo bueno como lo malo.

Al principio de la relación, digamos unos tres meses, habrá solo muestras de afecto y cosas que uno denota como melosas pero hay un punto donde ambos tienen la confianza para mostrar su verdadero carácter; puede que se agraden más o se disgusten pero supongamos que se da el primer caso. En este lazo de confianza, cualquiera de los dos muestran señales de un ser aprehensivo que exige atención mutua y se le da el nombre común de celos, que de no frenar a tiempo se hacen más obvios y toman la forma de impulsos violentos.

“[…] Te atrapa sin que te des cuenta, te das cuenta cuando sales y piensas ¿Cómo he llegado hasta aquí?” como se dice en el capítulo 6 del disco de Rosalía. Las muestras de celos van creciendo hasta hacerse gigantes, pasando de ser algo tierno a una monstruosidad imparable.

Así que no, no ha cambiado la forma de querer si me preguntan a mí, solo la forma de tomarlo por parte de la sociedad, nos hemos acostumbrado tanto a ver violencia en el mundo que uno pasa por alto lo que sucede en su propia cara; y es que de otra forma no me explico cómo algo que es tan puro y noble como sentir afecto por alguien, puede tornarse en una pintura tan realista del síndrome de Estocolmo colectivo, viendo los celos como algo normal y hasta romántico, dejando pasar todos los casos de parejas tóxicas con la excusa de que no son problema nuestro.

Pero lo son, son problema de todos en cierta forma. Míralo así, ya que en lo conductual el hombre es bestia antes que humano y como tal, obedece a un fin de reproducción que lo sobrepasa, las futuras generaciones conocerán la violencia como forma de querer, usarán un puñetazo como sinónimo de un “Me caes bien” y una patada como forma de decir “Te quiero mucho”.

Esta violencia desmedida favorece a jerarquías absolutistas y pensamientos que deberían ya estar en una fosa de olvido común, porque si uno acepta un moretón como un “Eres especial para mí”, uno no tendrá problema en aceptar que lo traten como un pedazo de basura en la escuela, trabajo o cualquier espacio en el que estén más de dos personas reunidas.

Uno no tendrá problema en aceptar un mal querer como forma de afecto porque no conocerá otra cosa.

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