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Puebla, México, 29 de enero de 2024

Al final, todas mis columnas son arena que se lleva el mar,

y estás canciones son el coral.

https://www.youtube.com/watch?v=Ej8RhiSv2-4&pp=ygUVZmFsbGluZyBiZWhpbmQgbGF1ZmV5

¿Qué forma al amor? Según el momento de la persona es la respuesta. Y aunque me encantaría tener una respuesta, no la hay. Lejos de lo influido por la cultura que puede ser, de lo variable, tortuoso y bello que puede ser, hay algo en pensar qué cosa es el amor. Como una nostalgia por lo desconocido; historias que no pasan, despedidas que no llegan, y expectativas que no se cumplen.

A decir verdad, me cuesta pensar que si algo debe formar parte del amor –al menos uno temprano–, es la expectativa. Amar en todo caso es ceder a crédito. De que algo hay detrás de la expectativa que proyecta una persona, y no es solo una apuesta vacía. ¿Será entonces que es un juego? Limitado, sí. Aquel mueve con cautela y aquel otro con suerte. Este juega desde la experiencia, y otro juega por diversión. Las reglas son como las de los niños; todas y ninguna, según lo amerite el juego. Pero no tengo claro si alguien pierde o gana. O quizá sea un juego cooperativo en que, si pierden, pierden ambos, lo mismo si ganan. Pero no se siente así.

El elefante en la habitación contigua asoma su trompa a la mía. Hasta él sabría que el amor a veces se siente como un desaire. Superar un duelo largo puede que no sea a causa de amar mucho, sino de ser consciente de un amor pobre. Y qué mierda va a saber un video de tik tok. Ojalá saber qué es el amor fuera tan sencillo como deslizar una y otra vez, hasta ver que no hay razón para intentarlo. Solo que al querer a alguien siempre hay otra razón. Me agrada estar contigo. Me agrada las cosas que compartimos. Me agrada querer querernos. Siempre son razones. Casi nunca una confirmación. Ser algo certero en un cenagal tan hermoso como el amor, parece lejano; cómo explicar algo que se entiende mejor al sentirlo que al hablarlo. Interminables simulaciones de la vida tratan de hacerlo. La literatura tiene una plaga en medio de su campo, y es el amor. Roe con fuerza las letras, contamina ríos inmensos del pensamiento.

La ontología parece estar maldita a rodear al ser humano desde lo ominoso. El ser humano se sumerge una y otra vez en historias de amores imposibles; la de amantes enemigos, el de los inocentes, los ciegos, los perdidos, los recuperados. Tenemos en el pecho muchos corazones, pero ninguno late cuando cae la noche. Entre la almohada y nuestros sueños hay una caja vacía, haciéndose vieja. Sin que lo sepa. Sin imaginar cómo sucede. De pronto el pálpito drena la carne, y el músculo late por sobrevivir. Los tejidos no deciden todavía qué pasará con ellos, y postergan su muerte hasta nuevo aviso.

Amar, a este punto, se siente como una enfermedad. No necesariamente grave. Podría ser que pase como un resfriado infantil, que nos salva de ir a la escuela. Pero sí una enfermedad curiosa. Sufre uno cuando no está bajo el efecto de sus síntomas. Todos saben que uno está enfermo. Y la enfermedad empeora si la única persona que deseamos sepa de la infección, resulta inmune. El cliché humano por excelencia. Despertar temprano para tener atenciones minúsculas como preparar café, como llegar puntual a alguna parte, pero que por tan mínimo el detalle, se pierda en la marea de pensamientos diarios que tiene esa persona. Supongo que de las muchas cosas que no es el amor, no es algo tan complicado de entender como un hechizo espontáneo, en que uno al querer a otro, deben corresponderse. O en que todas las expectativas se cumplen. El amor es algo extraño de explicar.


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