¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Francisco Azuela

Ciudad de León, Guanajuato 22 de abril de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Edgard Cardoza Bravo tenía 21 años de edad cuando en su patria dolorida cayó como un estruendo la dictadura del malévolo general Anastasio Somoza. Con Nicaragua nos unen muchos años de vida. Es un país de poetas con los que México ha compartido experiencias y sueños.

En lo personal, tuve la oportunidad de disfrutar la amistad de Ernesto Mejía Sánchez, cuando él era profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Este excelente escritor compiló y escribió el prólogo de un extraordinario libro que se intitula: Estudios sobre Rubén Darío, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1968. Es la obra más completa que se conoce de Darío. Allí se incluye un mensaje de Jorge Luis Borges, que fue leído en la Asamblea Plenaria del II Congreso Latinoamericano de Escritores, celebrado en 1967 en las ciudades de Guanajuato, Guadalajara y el Distrito Federal. Hago alusión a este dato porque las palabras de Borges, con motivo del centenario del natalicio de Darío, contribuyeron al nacimiento de la Comunidad Latinoamericana de Escritores, de la que fue presidente Carlos Pellicer. Comunidad que mucho fortaleció el acercamiento y la fraternidad de los escritores de nuestro Continente.

Todo lo anterior nos abrió la visión para conocer la obra de muchos buenos escritores de ese gran país que es Nicaragua. No traté personalmente a Beltrán Morales, que nació en 1942, pero sí conozco su poema “Yo hice el esfuerzo”, donde trata de “pulir líneas tan vitales como el cristal de bacará para las ricas herederas de la Banca y el Comercio”.

En la República de Costa Rica, tuve el privilegio de la amistad del poeta Carlos Martínez Rivas, del que leí sus libros monumentales: El paraíso recobrado e Insurrección solitaria, gracias a él conocí las obras de un grupo de escritores de principios de siglo, entre los que destacan José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Luis Alberto Cabrales, Joaquín Pasos y Alberto Ordoñez Argüello. Por cierto, que este grupo le daba un trato muy curioso a Rubén Darío, le decían: “nuestro amado enemigo”. También traté al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, del que conservo una imagen de sencillez.

Doy estos datos porque cuando mi amigo, Octavio Torija, me invitó para hacer una reseña sobre el libro de Edgar Cardoza Bravo, acepté con mucho agrado porque me vinieron a la mente recuerdos de “La Isla de Solentiname”, de Mayasa, León, Estelí y Managua. El cielo en el abismo, nos permite discernir la naturaleza de la poesía de Cardoza Bravo y su propio proceso creativo.

Su libro está cargado de mensajes cifrados que crean un gran rumor genealógico, no solamente es una especie de génesis. Este poeta se introduce de polizonte en el Arca de Noé y nos habla de todo tipo de animales y de su comportamiento. Nos habla también de la “Sagrada Familia”. Este rumor se hace verdad y la sinceridad de su palabra se aúna al tacto porque el poeta convive con las especies.

Este plan de Torija de reseñar los libros que edita el Instituto Estatal de la Cultura, brinda algo nuevo a la crítica literaria y, en este caso concreto, porque acude a los poetas para que realicen la labor crítica fundamental y al autor para que se establezca una relación más profunda que ofrece un interés especial. Gracias a ello, nos permite informarnos sobre la intención original del escritor y nos proporciona detalles de los antecedentes y la composición que de otro modo ignoraríamos.

Las críticas, escritas por poetas, están particularmente exentas de prejuicios, consideran la integridad de los poemas y del poeta por igual y captan toda la gama de esos acontecimientos y recursos de la imaginación y del lenguaje por los que la experiencia se transforma en poesía. Evidentemente, el propósito principal de esta reseña es la exploración de los poemas contenidos en El cielo en el abismo.

Interiores de El cielo en el abismo de Edgard Cardoza Bravo
Interiores de El cielo en el abismo de Edgard Cardoza Bravo

Es estimulante su lectura y me ha permitido apreciar una visión muy original del autor. Hay una evocación serena de inmanencia angelical. Viví también el sentir de muchos poemas, su grito interior, su aura etérea, el encuentro con muchas imágenes en cada uno de sus cuarenta días; su lozanía, aunque también hay poemas muy apretados, pero no se asfixian. Hay poemas libres, abiertos en su expresión, en su vocabulario, son espontáneos, dinámicos y logran en un bello lenguaje contar su historia. Hay un Dios que lo deja ver muchas cosas que para otros pasarían desapercibidas. Cardoza con su trabajo, aporta elementos nuevos a la poesía, es como un veloz estudio de los fenómenos psicológicos de las especies, desde un punto de vista eminentemente poético. Seguramente fue muy interesante cómo se fue acumulando el conjunto de sucesos en la mente del poeta que, finalmente, los expone como algo que ocurrió y también que sigue ocurriendo y en donde él participa con su experiencia, como polizonte de la vida. La segunda parte de su libro contiene poemas con un fuerte estado de ánimo también.

En todo su libro formula su propia verdad, en ocasiones la vive con dolor y la contempla. Sus poemas no descubren una falsa aurora, nos hablan de heridas reales del mundo. Hay versos infinitos. Se destaca también una bien lograda economía del vocabulario. El cuerpo de sus poemas es sólido y tiene una buena estructura.

Es posible que el dolor del poeta Cardoza, como el de muchos poetas de Latinoamérica, pertenezca al linaje del dolor vallejiano, en este caso, sobre todo cuando Cardoza nos habla de un “Dios amortajado” en su “Declaración de Fe”, que pertenece a “Hijos de la penumbra” o su “En nombre de Babel”, donde olvida su rostro, pero conserva el espejo.

Omallen sale a la defensa de la luz del espejo en donde se sostiene, finalmente, un punto de esperanza, el de su propia vida. Entonces entendemos todavía mejor al poeta porque es una voz auténtica. Su torbellino de palabras no es una trampa para el destino futuro del hombre. Hay muchos cadáveres sembrados en la tormenta, pero él está siempre vivo, aún si él ha tocado el hilo de la muerte y sentido el furor provocado por la indiferencia, el abandono y el olvido. Su poesía mira a través de los ojos del búho y escucha por el canto del gallo. Es un observador de las costumbres de numerosos animales, lo que es un desafío a la velocidad del tiempo que lanza sus escritos que no se aprecia en el transcurrir del día y de la noche. Gracias a la dinámica de la poesía, su aspecto estático es dominado. Imagino en el provenir de la poesía de Cardoza, un canto más profundo, más deslumbrante.

El cielo en el abismo, es un libro que se lee de un tirón, pero que contiene imágenes que pertenecen a una eternidad. No sé si se trata de un poeta en el exilio, pero, en todo caso, si ha podido viajar en el Arca de Noé, puede vivir en cualquier parte del mundo. Lo felicito y me alegro de su presencia entre nosotros, México siempre tendrá un lugar para poetas de esta dimensión.


¿Te gustó? ¡Comparte!