¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Verónica Ortiz Lawrenz

Ciudad de México, 21 de abril de 2021 [02:14 GMT-5] (Neotraba)

El tema está, se repite en literatura, teatro, en la pantalla. Las mujeres mayores de cincuenta años parecen estar destinadas a quedarse solas. Sucede en casi todos los países.

En el filme Aquarius de Kebler Mendonça Filho, producción franco-brasileña de 2016, admiramos a una Sonia Braga en sus sesentas que llena la pantalla. Bella como ha sido, con su cabellera longa, negra, sin maquillaje, Sonia-Clara convence. Inteligente, sensual, su vitalidad la recorre en todo momento. Viuda desde hace 17 años, convive en su departamento frente al mar, algunas horas, con su ayudanta y gran cocinera.

Los deseos de Braga siguen intactos, nuestros deseos. Sí, porque las mujeres de estas edades hemos tomado la vida en nuestras manos y nuestros cuerpos para florecer más plenas. Pero algo pasó en este esforzado camino de crecimiento de millones de mujeres: muchos hombres que podrían acompañarlas, se olvidaron de ver más allá de sus cuerpos.

Contundente escena la de un grupo de mujeres maduras que acuerdan ir a bailar. Una de ellas les cuenta que decidió pagarle a un hombre joven para tener sexo. Las demás hacen bromas, Sonia-Clara le pide el teléfono. Nadie las saca a bailar. Bailan entre ellas. Por fin, un viudo canoso se atreve a invitar a Sonia-Clara. Se fajan, la lleva a su casa, en el auto se besan y cuando el hombre empieza a tocar sus senos, se percata de que la mujer no tiene el derecho. Sonia le dice que tuvo cáncer de mama.

La cámara retrata cómo el viudo, visiblemente excitado momentos antes, se separa de la mujer, sus gestos se tensan. No quiere saber más, se niega a conocerla, a disfrutar su humanidad toda en ese cuerpo que, minutos antes, llamaba su atención viril.

Después de treinta años abriendo espacios de educación sexual en radio y televisión, sé que hay opciones: la recomendada y bendita masturbación, el pago de servicios sexuales y otras.

Sin generalizar y sin queja, observo con tristeza cómo nuestros posibles compañeros se niegan a sentir el paraíso que podemos ser las mujeres. Además, que éste no sólo se encuentra entre las piernas, el tamaño o firmeza de glúteos y senos. ¡Cuánto se pierden, queridos!

Es posible vivir en plenitud, en y con todos los sentidos. La falocracia los vuelve miserables, impotentes, autistas emocionales, cubiertos por armaduras que se adhieren a su piel, que llevan a las guerras y usan para matar y robar.

Se puede cambiar este síntoma del machismo que también los mutila, que estorba al amor, la plenitud sensorial. Se puede, miren las ablaciones, silencios, violencias, prejuicios, cárceles y cadenas impuestas que hemos tenido que superar nosotras las mujeres. Desnúdense de armaduras y miedos. Es posible el paraíso para todos.


¿Te gustó? ¡Comparte!