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Ilustración cortesía de EKO.
Ilustración de EKO.

Por Verónica Ortiz Lawrenz

Ciudad de México, 13 de abril de 2020 (Neotraba)

En mi anterior texto les decía que las personas de mi edad también ríen, brincan, hacen el amor y tienen orgasmos y prometí hablarles sobre el tema. Empezaré por el principio.

Muy joven inicié –después lo sabría– las que fueron mis primeras experiencias masturbatorias. Desde el cosquilleo placentero provocado por los frotamientos montada en mi bicicleta; y el juego en aquellos tubos de la casa de los Bello en la colonia Nochebuena donde varios niños y niñas, entre diez y doce años, nos deslizábamos sintiendo ese delicioso escozor entre las piernas muertos de risa y de excitación.

La formación católica y provinciana de mi madre y su terrible experiencia de los diez a los diecinueve años en la Segunda Guerra Mundial en Alemania le generaron muy pocas aproximaciones al placer. Razones por las que en mi casa el tema de la sexualidad estuvo siempre rodeado de prohibiciones y pecado.

Me casé adolescente; el tipo en cuestión me encerró con llave durante tres años hasta que decidida me escapé entre los barrotes de una ventana, mi cárcel. Muchas cosas pasaron desde aquel ejercicio de sobrevivencia. Buscaba la libertad y entender mi camino y las necesidades de mi cuerpo.

En 1980, invitada por Jimmy Fortson, iniciamos el primer programa televisivo de educación sexual en el Canal Once: “La pareja humana”. A fuerza de escuchar a los especialistas, pocos entonces, me di cuenta de lo incompleta que era mi vida sexual y que el orgasmo en pareja era un pendiente.

Fue por esas fechas que una bella poeta me inició en el escarceo y reconocimiento voluptuoso de mis zonas erógenas. Mujer a quien eternamente le estaré agradecida. Habiendo vivido esta estimulante y lúbrica experiencia, entendí que mi cuerpo todo, mi piel eran un espacio sensual múltiple para ser conquistado y descubierto y me puse a hacer la tarea. Vinieron los encuentros amatorios y aunque no concibo las relaciones sexuales sin vínculo amoroso-afectivo viví algunas muy placenteras. También conocí a hombres limitados y cobardes que sólo buscaban sexo en el conocido y vulgar “pisa y corre”. Hombres incapaces de compartir lo más importante de la sexualidad, el antes y después del orgasmo.

En tiempos de pandemia, de quedarse en casa, tengo el privilegio de experimentar una riquísima relación con amantes virtuales. Nuestras conversaciones a través de redes son estimulantes y provocadoras. El cerebro es el órgano sexual más perfecto y poli-sensorial que tenemos. Nuestra imaginación y sus impulsos pueden llenar de intensidades hasta un coliseo con todo y sus gladiadores.

Qué piruetas hacemos, no hay edad y los tamaños y posturas son tan inquietantes como las imaginemos, porque de eso se trata, de estimular la imaginación. La piel en blanco lista para asombrarse y paladear el gozo en toda su geografía. Ellos son tan distintos que comparto desde pases de fútbol hasta adivinanzas. Hay lecturas de poesía erótica, recordamos escenas cinematográficas que nos dilatan el pulso. Intercambiamos recetas de cocina para estimular todos los sentidos. Acompañados de saxofón o piano, la remembranza y los deseos del ejercicio sensorial son generosos y muy recomendables para estos días de recogimiento.

¡Viva nuestro cuerpo y sus impulsos vitales! ¡Sexualicen su encierro! Les auguro días de placer. Además, es sexo seguro [muchas risas]. Conviértanse en amantes feisbukeros y compartan historias, cuentos, poemas, escenas cinematográficas, música y cuanta parafernalia se les ocurra para erotizar un poco esta cuarentena. Ahí están las letras de Aute, “…haz que se incinere el mar…, sin el mínimo pudor…, con la insidia de la fiera…”.

Describan, como mis amantes y yo, escenas de The pillow book, de Greenaway, o El imperio de los sentidos de Õshima. Léanse en voz alta Eros una vez y otra vez, de Julia Santibáñez e Inmaculada… de García Ponce. Esperen y consigan Nada es para tanto de Óscar De La Borbolla, de próxima aparición en el FCE. Y para sexualizar este muro los dejo con el Domingo de Eduardo Casar González:

Conozco a una mujer abierta por abajo.

Se le hace agua la boca

entre las piernas.

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