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Por Verónica Ortiz Lawrenz

Ciudad de México, 15 de septiembre de 2021 [06:00 GMT-5] (Neotraba)

Leo, no paro de leer. Un libro tras otro. Poesía, novela, cuentos. Leo febrilmente para salvarme, pienso. Para encontrar el tono que reivindique mis miedos, mis deseos. Entro a sus cuerpos de letras, donde me siento segura, hasta que una frase o una palabra brinca. No debe estar ahí, no debió escribirse así. Las imperfecciones de los seres imperfectos, lo somos.

Así, también, leo páginas perfectas. Acometen en mi cuerpo, erizan mis sentidos. Releo hasta la saciedad, hasta que ninguna parte de mi quede exenta del viaje exquisito, intachable del que salgo satisfecha, inquietamente satisfecha porque quiero más.

Libros como amantes. En sus cuerpos busco, en cada hoja, nuevas sensaciones. Pieles de frases, párrafos de movimiento incesante, de oraciones voluptuosas. Acaricio el papel. Me acaricia. En las yemas de los dedos la sutil y áspera textura mientras leo entregada.

Me desnudo y se desnuda quien escribe. Somos dos cuerpos encabalgados en el ritmo de una voz, en ese juego de seducir de quien escribe, porque busca el amor, ser comprendido, igual ellas que ellos. Amantes furtivos hasta la nueva entrega, el nuevo texto. Sus frágiles pieles, las atisbo en las ficciones de papel, en los versos implacables de tan bellos, dolorosos.

Son nuevas las palabras en su conjugación infinita. Un verbo lastima o penetra hasta el orgasmo. Como genitales expuestos se frotan los acentos en cada repetición descriptiva. La plenitud que no sacia. Cuando termino un texto y ansío otro, soy tan vulnerable, tan virginal. No puedo parar. Son esos otros mundos que descubro donde mi piel no tiene edad, donde me entrego toda, inacabada. Donde el infinito no sacia mis deseos de nuevas historias que me contienen y excitan.

Soy todas las voces inventadas: héroes, villanos, aventureros, psicópatas. No soy hombre ni mujer, y qué importa si me sacian y enloquecen. Una y mil veces me describen, están en mis sueños de niña, de mujer. Nada y todo conmueve cuando una frase describe el llanto, la felicidad, la traición o la muerte, el enamoramiento o el odio.

Leo voraz, selectiva, en la libertad que me acercan las palabras conjugadas en silencio. Son arrullo, pesadilla. Mar tranquilo y naufragio. Violencia, color, hurto, fragancia, eco, intransigencia, maldad, paz, injusticia. Dioses y paganos en su miseria humana y su grandeza. Eso soy, un poco de todo, hembra y animal, tempestad y desencanto, suicidio y nacimiento. Una mujer que busca definiciones, verdades, sentencias para desarmarlas todas y reescribirlas.

Los muros se destruyen y empiezan nuevos después de terminar un libro. En el hueco del abismo que es la vida, todas las historias son un grito de esperanza. Mientras tengamos voz y palabras compartidas, nada termina.

Por eso leo, por eso escribo. Hay principio.


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