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Fotografía de Alexis Salinas
Fotografía de Alexis Salinas

Por Nicole Abigail Schiaffini Ruiz (@3s_nicole)

Puebla, México, 14 de abril de 2020 (Neotraba)

El silencio es la ausencia de sonido, no existe como tal. Es imposible estar sumergidos a totalidad en él  porque, inevitablemente, el ruido del ambiente tomará fuerza. Recuerdo cuando había un minuto de silencio en el patio del colegio; cómo se escuchaba el viento, como si quisiera hacerse notar y llenar el vacío, se oían las hojas rodar, el mínimo movimiento sonaba tal cual un grito y me parecía que si me concentraba lo suficiente, podría oír el pensamiento de los otros. Estábamos expuestos.

El silencio es poderoso. Le tenemos tanto miedo hoy en día que buscamos cualquier forma para no quedarnos con él. Es tan fácil encontrar maneras de llenarlo, de evitar quedarnos sólo con nuestros pensamientos. Está la música, las películas, la televisión, incluso otras personas; usamos todo eso como ruido de fondo, demasiado ocupados en ello como para notar lo que perdemos.

El silencio da tanto miedo a las 3 de la mañana, cuando el cielo parece boca de lobo y crees que alguien camina por tu techo como a las 3 de la tarde en un parque repleto de gente; porque tiene la capacidad de mostrarnos parte de lo que somos, y muchas veces eso no nos gusta.

Nos llenamos de tantos ruidos de fondo, usándolos como anestesia para volverlo tolerable, que casi olvidamos que está ahí, esperando, pero después de un tiempo todo cansa y en exceso hasta la morfina deja de tener efecto, haciendo el dolor diez veces peor.

Suele tomar muchas formas: arrepentimiento, miedo, enojo, ira, nos hace darle vueltas y vueltas a una situación o convierte los murmullos de la casa en demonios, que casi siempre son los propios. Muchas veces es más violento que un grito y te hace sentir atrapado en tu propio cuerpo.

También lo usamos como arma, tal como la ley del hielo, que se vuelve un castigo mucho más potente que uno físico, quizás porque se siente como una bofetada en el alma, como si no fueras digno de sonido.

Pero no todas sus formas son malas. Reducirlo a eso sería completamente injusto. Hay ocasiones donde las palabras vienen sobrando porque se logra una comunicación superior y entonces se vuelve de lo más agradable. No da miedo ni se siente como una reprimenda sino como un regalo. “Te entiendo tanto que no es necesario ponerlo en sonidos”, parece expresar.

Estar con alguien en silencio, solo existiendo, tiene que ser entonces de las mayores expresiones de amor. No sólo de amor romántico, también con el amor filial, fraternal y, más importante, con el propio. Una vez que logramos entendernos, perdonarnos por nuestros errores y amarnos enteramente como somos, dejamos de intentar llenar de ruido cada momento, estamos en paz con él.

Eso nos da la oportunidad de apreciar lo que hay más allá de nosotros mismos, de notar el susurro de una gota, la voz del sol y del viento, de apreciar nuestra respiración y hasta nuestros latidos. Se vuelve una experiencia completamente distinta de la vida.

Estos días de permanecer en casa, el efecto de la anestesia que usamos parece relajarse y el silencio empieza a acercarse lentamente, quizá debamos dejar de temer tanto y aceptar lo que quiere mostrarnos. Tomar un descanso de todo el ruido, apagar la música y los aparatos para permitir que se acerque a nosotros como un viejo amigo; quizá lo que nos muestre no es tan terrible como creemos, pero si llega a serlo intentemos tomar este tiempo para arreglarnos con él, con nuestros seres queridos y con nosotros mismos. Así el silencio no será un castigo nunca más.

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