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René Avilés Fabila, foto de María José Morales Muñoz
René Avilés Fabila, foto de María José Morales Muñoz

 

Entrevista a René Avilés Fabila, segunda parte.

Por Óscar Alarcón

Ciudad de México, 25 de abril de 2011

En la segunda parte de la entrevista les presentamos la opinión de René Avilés Fabila sobre la literatura mexicana. Nos habla de las mafias y los grupos literarios en México.

Y nos confiesa su amor por la ciuda de México, el cual se ve reflejado en uno de sus últimos libros Antigua Grandeza Mexicana, publicado por la editorial Porrúa en 2010.

 

ÓA. Si tuvieras que escoger entre la literatura y el periodismo, ¿con cuál te quedarías?

RAF. Con la literatura, sin pensarlo. Yo soy literato de vocación, yo empecé muy chico escribiendo literatura; mi padre era escritor. Cuando yo tenía siete u ocho años, leí una novela de mi padre que se llama Leonora —que es la vida de mi hermana mayor que murió a los doce años—, y aparezco como personaje de cinco o seis años, es mi niñez. No me he visto de otra manera más que como escritor.

Al periodismo llegué por necesidad, por una necesidad doble: de dinero, y otra por la vanidad de ver mi nombre impreso y ver las reacciones que producían mis artículos.

 

ÓA. ¿Qué tanto ha cambiado el panorama literario en México, de cuando escribiste Los Juegos, a este momento? ¿Siguen las mismas mafias, con otros nombres?

RAF. En primer lugar, la mafia principal sigue ahí. Ya todos son viejitos decrépitos, no pueden bailar, ni chupar, ni hacer el amor, pero ahí están. Las bajas han sido recientes: Monsiváis, Piazza, Benítez, pero todos los demás están allí.

Hay nueva mafias, lo único que tienen es que son faltas de sentido del humor: no hay mafia más aburrida que la del Crack, son aburridos porque en el fondo tienen una conducta burocrática.

 

No estoy juzgándolos literariamente sino esa búsqueda incesante de empleos. O de declaraciones como las que hace Volpi: “ahora voy la embajada tal, para poder escribir”, eso en un país decente nadie te lo tolera. Vas a trabajar para México, a representarlo, a difundir su cultura. Me parece un cinismo que alguien diga: “voy a escribir a todo dar”. Es una beca.

Esas mafias siguen estando, se ayudan. Pero es normal, la gente se agrupa por simpatía, por afinidades, por generaciones, edades. No fue mi caso nunca, porque nosotros fuimos un grupo que equivocadamente o perversamente, se le llamó como de la Onda, pero yo no le hablo a ninguno de ellos.

A José Agustín lo he visto porque él sí era amigo mío desde la secundaria —luego ustedes [los poblanos] lo quisieron asesinar— y partir de eso nos vemos, me invita a su casa y —yo pensando en que quizá sea la última vez que lo voy a ver— acepto. Bebemos y recordamos cómo fue nuestra niñez, porque ya nuestros recuerdos recientes se nos han perdido. Pero nunca hicimos una mafia, nunca hicimos un grupo.

 

RAF, foto de María José Morales Muñoz
RAF, foto de María José Morales Muñoz

ÓA. Precisamente hablando del tema de las generaciones, hay una generación de escritores nacidos en los 70’s, que se ha autonombrado como la generación sin generación, y dicen que no le reconocen nada a la generación que les antecede, y mucho menos a la generación de la Onda, ¿qué opinas de ellos?

RAF. Creo que uno debe mencionar a los escritores de alguna manera que te sea cómoda. Agruparlos por generaciones es francamente tonto pero cómodo: “vamos a ver a la generación del 27” y tú ya sabes quiénes están allí; “vamos a ver los Contemporáneos; a la Generación Taller”.

En ésta eran un montón y se reconoce sólo a unos cuantos: Paz, Huerta, Solana y probablemente a Revueltas. Fue una generación que se agrupó quince horas, hicieron una revista afamada que tuvo dos o tres números: Taller, y luego se fueron por su lado.

Unos se volvieron comunistas como Revueltas y Huerta, y otros anticomunistas como Solana y Paz; y finalmente dejaron de frecuentarse por completo.

Eso de las generaciones es algo muy efímero, quizá sólo Contemporáneos y los Estridentistas hayan tenido mayor perdurabilidad en ciertos propósitos, que también van cambiando con la edad.

De la generación del 27, personalmente sólo conocí a Alberti, platiqué con él y ni siquiera se acordaba de los que habían sido sus compañeros de generación: “¿qué piensa usted de Lorca?” “¿De quién?”

Puede ser que sea algo serio y que sí se acuerden de sus compañeros pero es un rato el que están juntos, no es mucho tiempo, eso es una invención de los críticos.

Actualmente veo escritores y escritores, uno, porque soy maestro; dos, porque ya tengo edad suficiente como para que los escritores se me acerquen a pedir un consejo, un apoyo, hasta una caridad: “una limosnita para este pobre escritor que se muere de hambre”. Constantemente soy jurado de concursos de cuento y de novela. Y no los veo ya con esa intención de agruparse, aglutinarse, identificarse a través de algo, porque el país ha perdido su personalidad en esta globalización, incluso el mundo la ha perdido.

Por ejemplo a nosotros, en ’59, ’60, políticamente nos aglutinaba la revolución cubana, era un punto importante, y después la guerra de Vietnam, la presencia del “Che” Guevara en América Latina, en África desde luego. ¿Pero hoy qué le ofreces a la juventud? A Benicio del Toro interpretando al “Che” Guevara, es lo más que puedes hacer. Si tienes una cultura clásica, te acuerdas de Homero pero el griego, no Simpson ni Adams. O algunos creen en Brad Pitt como si fuera Aquiles.

 

Creo que los países han ido perdiendo su personalidad. El capitalismo, o la globalización, nos ha quitado muchísimo la identidad. Hoy en día, vas a Francia, y no es más la que yo conocí cuando llegué en 1969 a estudiar, es un país que ha ido perdiendo personalidad y conste que la suya era enorme. Ya no encuentras el restaurante bistró en donde te atendía la familia, que comías muy rico porque guisaba el marido y la señora te servía vino de buen precio. Ahora lo que hay son Kentucky’s, MacDonald’s, pero a cada paso.

Y también hace falta una bipolaridad: lo que fue el mundo de la guerra fría. Tenía su lado negativo pero existía la esperanza de que el socialismo pudiera ser más justo y equilibrado que el capitalismo, que es por esencia desnaturalizado.

 

RAF, foto de Óscar Alarcón
RAF, foto de Óscar Alarcón

ÓA. Ahora que estamos hablando de los lugares de identificación, ¿qué es para ti la ciudad de México en tu libro más reciente Antigua Grandeza Mexicana?

RAF. Un recuerdo, un conjunto de nostalgias. Voy a caminarla a veces, por ejemplo este viernes [santo] estuve allí, pensando en que estoy en un país de católicos y entonces los cabrones van a las iglesias a llorar ¡y no!: se empedan como locos, el día que está muriendo Jesús, están todos pedísimos en las playas —y los pobres que se quedan en las pinches playas mugrosas del PRD, nadie se acuerda de que existe el Señor—, y entonces están las todas las calles llenas.

Para ver la ciudad y medio saber cómo fue la ciudad que yo vi de niño, necesitas irte cualquier día a las cuatro y media de la mañana. Está oscuro, hay muchas ratas, muchas cucarachas, muchos hambreados, gente hurgando en la basura pero ya no te encuentras, como yo, a Torres Bodet, Octavio Paz, Renato Leduc, o a Carlos Pellicer; las cantinas de hoy son lugares siniestros en donde no hay intelectuales, no hay periodistas, no hay artistas, cuando eran puntos de reunión para hacer bohemia. Había respeto por la belleza del pasado, pero de pronto la modernización, la demagogia, el populismo arruinaron por completo el centro histórico.

Hoy en día quedan restos de lo que fue esa grandeza. Pero para mí —por eso se llama Antigua Grandeza— es la nostalgia. Ahora para entrar a la Secretaría de Educación Pública a ver los murales tienes que pedir permiso, sacar una charola, identificarte, te pasan por un aparato como los que están en el aeropuerto, te quitan la ropa ¡pues no vas! Recuerdo haber visto a Siqueiros, retocando —después de salir de la cárcel— el mural que están en la parte de atrás de la Secretaría, que es la ex aduana. Un mural grande y muy bien cuidado porque está retocado recientemente, de manera relativa.

Y otros recuerdos son los edificios donde estudié la secundaria en Regina, la preparatoria en pleno centro, todos los días caminaba por los restos del templo mayor.

No soy creyente y creo que nunca lo fui, de tal manera que siempre entré a las iglesias a verlas como museos o como lugares de espiritualidad.

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