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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 05 de julio de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Vaya en este momento a poner la rola mientras lee.

P.D.: Maldito seas, queso del Walmart: https://youtu.be/-Duut3ue7h4

No sé si es que lo ha notado, pero la lluvia suele ser lo mejor y lo peor de las tardes. Puede que una lluvia nos dé el petricor inicial, recuerdos muy bellos y paisajes urbanos de postal, pero es el agua la que provoca que pesquemos un resfrío y apagar los colores que hasta antes de que asomase la primera nube, dejaban a la vista detalles pequeños entre los postes; justamente, algún día de hace unas semanas –no tengo idea cuál– salí cundido de estornudos al Walmart cerca de mi casa.

La rutina es simple: salir, evitar gente, medirme la temperatura, ponerme gel de forma casi compulsiva, tomar las cosas para la comida, salir corriendo del Walmart sintiendo que me robé algo sin robar nada. Entre estos pasos, con mi nariz a punto de estallar bajo el cubrebocas, me di cuenta de que estos meses del año, acompañados de lluvias y vientos azarosos, es cuando el mundo parece diluirse o avivarse –sin puntos medios– con el agua que se va por las canaletas. Algo extraño.

Considerando que es la temporada invernal la que más suicidios presenta y hasta la que más aparece en obras relacionadas a la depresión, es extraño pensar que sea el verano una época de nostalgias –sabrá mi subconsciente de qué– y pensamientos sueltos. Bueno, eso pasaría en un año común, pero creo que todos podemos decir que no hay nada común ahora.

La verdad es que perdí la cuenta de los meses que lleva la pandemia hace unas horas y simplemente creo que seguimos atrapados en un largo marzo de 2020. Pero, eso no quita mucho de lo que se ha gestado en el ánimo colectivo, el agotamiento mental del que hablamos hace dos semanas –perdón por reaparecer hasta ahora, dicho sea de paso– y creo que no pude notarlo hasta pasar por el pasillo de lácteos, cerca de la panadería –creo que esto en particular es relevante, porque se me antojó chopear un pan después de verlo.

De alguna forma, pasar entre la crema y la mantequilla buscando un queso para unas enchiladas, hizo que pudiera escuchar algunas de las conversaciones entre las personas que también buscaban entre los refrigeradores o pasaban corriendo por el pasillo de enfrente.

¿Qué llevamos? dijo alguien. No sé, contestaron. ¿Realmente no sabe? Digo, podría entonces llevar una lata de espárragos en conserva, meterlos en una tortilla y comer algo asqueroso pero nuevo. ¿Realmente no sabe? O es que simplemente le da igual qué comer ese día. De ambas formas no lo culparía, he pensado lo mismo -sobre todo en ese momento- pero entonces, ¿qué significa pensar algo así?

Mi respuesta –aunque inesperada– vendría en mi indecisión al escoger el queso que pondría a mis enchiladas. La razón es sencilla; odio comprar cosas ya preparadas. Es un algo del que no me he podido desprender desde hace unos años pero no me gustan –aplican restricciones, claro, como en los puestos de tacos o cosas así.

Tanto el propio concepto de no darse tiempo para algo, como el hecho de suplir esta falta de tiempo con un “atajo”, se me hacen unas de las cosas que me hacen odiar la postmodernidad –luego hablamos de eso si quiere. Pero ahí estaba yo, frente a un gran refrigerador, rodeado de gente desconocida y preguntándome: ¿Qué llevamos?

A mi parecer –y como poco conocedor de quesos– la mayoría de los que venden ya rallados y empaquetados con una película de plástico son horribles en textura y sabor; prefiero ir a la verdulería y rallar un queso fresco o uno añejo. Pero ya con prisa uno no se acuerda de sus principios culinarios. No, uno toma un queso malísimo para acompañar sus enchiladas y poder no hacer nada el resto de la tarde.

¿Es esto el “no sé”? Sí. En el fondo yo sabía que odio hasta el tuétano los quesos del Walmart, pero con mis estornudos brotando cada que querían –algo muy incómodo antes y ahora, durante la pandemia–, lo de menos era comer lo que fuera. Bien podría haber sido un queso de Chipilo o un plástico aromático y lo mismo habría pasado.

El cansancio mental, ese desgaste es parecido al malestar estacional que nos aqueja a los que sufrimos de alergias; algunos no lo notan, algunos otros lo entienden como quieren y otros lo entienden de más. Por eso creo que la lluvia puede traer lo mejor y lo peor del año –a decir verdad, entre mis mejores recuerdos, siempre llovía.

Por eso mismo, ahora que al cielo le ha dado por llover, verá que en lo que resta del mes –ahora sí– vamos a hablar sobre este tema desde varias lentes. Agárrese, se vienen las entrevistas.


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