¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 8 de agosto de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

Con todo y que no he sido tan fan de los últimos discos del Cuarteto,

la rompen los uruguashos:

https://www.youtube.com/watch?v=mq73yqxt_ok&pp=ygUdY2ludHVyb24gZ3JpcyBjdWFydGV0byBkZSBub3M%3D.

Hablé del demonio antes, y de cómo es que el ser humano se vale de éste. Pero nunca me pasó por la mente hablar del ambiente en el que se encasilla: el infierno. Sobre todo, porque tampoco es como que sea un lugar fijo para hablar sobre el demonio, hay muchos puntos de referencia en los que se puede situar –y todos igual de interesantes.

Claro que, al pensar en ese espacio, llegue a nuestra mente la imagen de fuego y azufre. La imagen cultural del infierno se ha moldeado con tanto detalle que, como seres humanos, podemos explicar mejor su concepto, que el del paraíso. Casi no ponemos en duda el cómo debe ser. No varía mucho la descripción entre personas del mundo occidental. En parte porque todas comparten la misma raíz en la fe, pero también porque se tiende a simplificar el dolor.

Para explicarlo mejor; pensar en el sufrimiento exige tener una causa. Y esa causa puede ser una entidad o un elemento, en este caso, el fuego. El infierno, como un producto cultural, se moldea según la concepción de la sociedad que lo forma. Y si revisamos la historia de la humanidad hasta antes del siglo XX, podemos entender el por qué el infierno tiene características tan definidas; todos son signos de las peores cosas que podían pasarle a un ser humano. Más allá de las creativas torturas dantescas, de los escenarios apocalípticos, nadie podría imaginar algo más doloroso que arder toda la eternidad.

Pero hoy en día, algo así –aunque sigue siendo impactante– deja de tener ese efecto repulsivo y de coerción que lograba. Porque los infiernos de hoy en día sobrepasan cualquier fantasía retorcida. Y quizá no de todos los seres humanos, pero sí de la gente que resiente ser el engranaje del sistema. Oficinistas, gente sin hogar, aquellas, las almas perdidas para el capitalismo voraz del siglo XXI.

Por alarmista que suene, la realidad de hoy en día está fundamentada en la violencia contra el individuo. En el individuo en su trabajo, en su vida social, sus hábitos, su exposición. El sistema demanda nuestra participación, no podemos quedarnos al margen de nada, porque estamos embarrados de todo en todo momento. En cosas tan simples como que lo primero en mirar al despertarnos sea nuestro celular; sea para apagar la alarma, para ver si nos llegó un mensaje, o solo nos llama Tiktok para ver el mismo meme en distinto contexto.

Y después ir a la escuela que, si se es joven, solo costará 8 horas al día durante 5 días a la semana, pero que después se extiende hasta donde la responsabilidad académica quiera; un entrenamiento para que la vida laboral nos ponga en cara jornadas de hasta 10 horas, con una hora de descanso, por el mínimo al día. Y, aun así, resistir para ser un humano funcional que pueda convivir con gente que no conoce, mantener relaciones estables con la gente que ya conoce, mantener un lazo saludable consigo mismo, cuidar de su cuerpo y de su mente.

Incluso así, esto que digo son problemas muy mundanos y de un joven de clase media, pero si vemos el horizonte social, hay gente que a todo eso debe sumar deudas por algo que debería estar garantizado; la vida. La búsqueda de una vida digna, de una vida segura, puede transformarse en un calvario si no se nace en el momento ni lugar adecuado, porque todo el sistema abusa de las necesidades de un ser humano para operar. O como lo conoce México; Elektra. Y como ellos un montón de empresas que se valen de las desventajas en el sistema para generar su riqueza.

El mundo de hoy en día es agotador, silencioso y tortuoso. Un infierno postmoderno. Uno que se sostiene incluso dentro de la concepción del espacio en sí, porque al mirar en el material de la cultura pop, la representación del infierno cambia para conservar la proyección de las flamas y el sufrimiento, pero extenderlo a una dimensión menos palpable. El sufrimiento eterno ha dejado de arder en la piel para quemarnos desde adentro.

Antes me habría preguntado cómo sería la visión del infierno dentro de 100 años, pero me doy cuenta de que lo mejor es preguntar por el infierno de ahora, el que me tocará vivir y que seguramente le tocará a la generación que venga después. Es una espiral de cosas innecesarias. Como le pasaba a Sócrates al describir la república perfecta o como el castigo de Sísifo. Perseguimos ahora la vida perfecta y creemos alcanzarla, hasta que hay algo más perfecto. Porque claro, todo estándar está diseñado para no ser alcanzado.

Y parece que no podemos salirnos, que es lo que hace de esta tortura, el infierno mismo. La imposibilidad de salirnos de las llamas es lo que hace al castigo eterno, además, inescapable. Porque, aunque lo más idílico dentro de saber que el mundo es violento, es escapar de todo, la verdad es que hoy en día es sino imposible, absurdo. El escape siempre será eso, evadir la responsabilidad que todos nosotros tenemos con la realidad que formamos. Eventualmente a ese escape llegará una barra de señal en su celular, un trabajo de medio tiempo.

O incluso, si no es nuestro deseo escapar porque nos sentimos cómodos dentro del infierno, es cuestión de tiempo para irse degradando hasta ser una fracción de uno mismo. Terminamos por consumirnos en una opinión política, las ideas de alguien más, la forma de actuar y ver el mundo de alguien más. Y nos apartamos de toda la gente que no piensa igual que nosotros, siempre aparentando tener la razón. Se polariza la identidad como si esta dependiera únicamente de nuestro acuerdo con otros. Se le roba al individuo lo que sería el alma dentro de la fe, su razón como un ser único, formado de muchas miradas y voces dentro suyo.

La supresión de las nociones identitarias hace que movimientos de odio se disfracen de opiniones respetables. Seguir ideas que no se digieren y solo se asimilan, llevan a repetir discursos incompletos. Razonar con el odio de por medio, solo lleva a satanizar cosas que no se entienden, lo diferente, lo que no puede ser nuestro. Vivir en el infierno postmoderno hace que la gente persiga con flamante furia libros de texto que ni ha leído, ni quiere leer. Y con todo el respeto que cualquier persona se merece, pero qué jodido es vivir para joder a otros.

Quizá el problema esté en el sistema que está mal diseñado y ha sido llevado a sus límites, pero el problema también está en la gente que habita estos círculos infernales. La gente que sabe que está en el infierno y se aprovecha de ello, aquellos que lucran de forma mediática, económica o política de las deformidades en la periferia humana. El infierno no lo es si no habita el diablo en él, después de todo. Y aunque vencer al diablo sea una tarea virtualmente imposible, creo que la forma más prudente de hacer el infierno, solo la tierra, es ejercer nuestra parte del engrane social en beneficio de otros. Reducir nuestros hábitos de consumo, abrirse a otras voces, aventurarse a conocer todo tipo de cosas nuevas, cimentar nuestras ideas en convicciones y no en apoyo de la masa, ver el celular menos, salir a caminar un rato, ver el mar al menos una vez.

Sé que esto último se escucha como un “échale ganas”, luego hablaremos de cómo esa frase ha erosionado hasta convertirse en una charca de aguas negras. Por ahora, baile en el infierno.


¿Te gustó? ¡Comparte!