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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 30 de noviembre de 2021 [17:25 GMT-5] (Neotraba)

Está por terminar el año y cada que retomo una columna para terminarla suena una canción así de fondo:https://www.youtube.com/watch?v=qL4m04OyCkY

Díaz, Mondragón, Victoria, Iturbide, Santa Anna, Habsburgo… Hay apellidos en la historia de México que pasaron a ser el sinónimo de la villanía, como un efecto colateral en la formación de un héroe o simplemente por estar en el tiempo y lugar equivocados[1]. Hasta ahora hemos hablado del cómo funcionan las revoluciones, sus razones, pero hoy llegamos a la manipulación en masa; la ideología puede ser comprendida como un sistema normativo ajustado a la visión de uno o varios grupos sociales. Se entiende que no es un sesgo natural y que corresponde a la necesidad de los miembros de los grupos involucrados, por lo general suele ser considerada como un efecto de rasgos más grandes y valdría la pena preguntarnos el porqué.

Claro que podemos conectar una ideología en una raíz histórica y social, su complejidad como parte de un aspecto humano les otorga cierta familiaridad ontológica. Sería imposible, más bien, considerar que una convicción es independiente de un contexto fijo. Pero considerar a la ideología como la causa de sí misma cambia la imagen del entendimiento humano.

Pues, siendo que una convicción es expresa en actos humanos, inevitablemente llevarán a otra convicción distinta, que a su vez impulse otros actos que impulsen otra ideología… pasa a ser un proceso en lugar de un efecto. Descomponer ese proceso en partes mucho más pequeñas y comprensibles probablemente competa a la sociología[2], registrar y analizar su desarrollo sea una tarea histórica, pero la parte crucial –al menos de forma inmediata– se desarrollará en el análisis antropológico de este tipo de ciclos. ¿Qué nos impulsa a ser parte de una ideología? ¿Cómo es formar parte de una?, por ejemplo.

Ahora, en este punto es sencillo comprender una ideología en una comunidad pequeña. Digamos que la normativa es llevar un pañuelo rojo en el dorso de la mano, porque la ideología asegura que, de no ser así, la mala suerte y la desgracia se harán presentes. No hay una razón más allá de lo que provee la fe humana. Es un acto de fe, de confianza, en que lo que sea que diga la ideología será cierto por razón inherente. Yo me pongo dos pañoletas por si las dudas, dirá alguien de esa comunidad. Las costumbres y normas son muy difíciles de distorsionar cuando la relación dialéctica es reducida, sea por la densidad de población o por el estrecho lazo entre unos y otros. ¿Qué pasa cuando una comunidad se hace más grande? Aquí es donde entra la figura de un Heródoto-intencional[3], alguien que puede o no ser ajeno a la comunidad, pero no a la ideología, pues parte de su conocimiento para alterar la normativa a su propio favor.

Debido a que la comunidad ideológica –que no necesariamente corresponde a la comunidad social[4]– se extiende fuera de lazos próximos, la manipulación de un mensaje debe su razón de ser al ruido entre un punto y otro. Aquel ruido, precisamente, puede ser ocasionado de forma intencional, causando confusión entre las dos partes –emisor y receptor–, teniendo su voz como la única forma de solucionar el conflicto.

El Heródoto-intencional, pues, describe la historia de héroes y villanos que sostienen su privilegio. Engrandece la realidad para hacerla más atractiva, minimiza los detalles que a sus ojos parecen innecesarios –porque no son útiles. Ocurre algo que ya comentamos en la anterior parte; una historia de cualquier mortal es transformada en el relato mágico e inspirador de un semidiós, pero estos cambios no son azarosos -sería mucho más fácil identificarlos de ser así-, parten de una base poco desarrollada o mal planteada.

Si quiere verlo en una historia concreta, Rebelión en la granja tiene una frase que se perpetúa en toda la obra: “todos los animales son más iguales” y agrega “pero algunos son más iguales que otros”. La corrección narrativa está siempre ligada a la función historiográfica y a los mismos preceptos que siguen a este narrador. Como toda corrección, puede sustituir, ampliar o modificar cualquier oración o fragmento para lograr un objetivo discursivo –como ocurre en la obra de Orwell. Aquel que en sus manos toma una ideología y transfiere su propia fe al desarrollo historiográfico, no hace más que alterar mitos, mas no su raíz. El suceso.

Pero dentro de la transmisión oral, un mito es mucho más fácil de recordar y contar miles de veces, no importa si con la misma fidelidad que con la que surgió en un principio. Un poco como lo que ocurre con los esquemas piramidales –de lo que ya hablamos.

Lo importante siempre es cuestionarnos el origen de la ideología. No con el afán de destruirla, sino de identificar cada paso que ha llegado hasta nosotros, un rastreo completo del camino descompuesto que nos queda por recorrer y prevenir. De modo que, al cuestionarnos el origen de una ideología y hallar respuesta en la revisión constante y fundamentada, podamos verdaderamente creer en algo. Una fe[5] orientada.

No confiar nuestro actuar a la voz o el conocimiento de alguien. No volvernos una persona[6] de la ideología y buscar errores –toda ideología los tiene– para solucionarlos, mejorar o cambiar radicalmente el sistema con visión a la mejora común. Probablemente nos equivoquemos, puede que incluso nunca cambiemos algo de forma profunda, pero de intentos se compone un hecho, de ideas la revolución y de las voces presentes la historia.

Ya no basta con acusarnos entre unos y otros, descalificarnos mientras nos llamamos rojos o fachos. No. Es inútil. Lo que hace falta entre ambos espectros del pensamiento es admitir que no son los únicos ejes, ni las únicas formas de administrar el poder político. No porque Marx y Engels fueran los primeros en poner la palabra comunismo en un libro significa que su ideología no debería cambiar ni adecuarse a la realidad que vivimos ahora y no a la de hace un siglo atrás.

Buscar y evaluar las raíces en que se ha construido nuestro mundo es fundamental, ahora y siempre. En principio estas columnas tenían ese objetivo: hablar del cómo es que la historia puede llevar a puntos tan violentos como una revolución. Podemos concluir –si es que alguna vez concluiré algo en serio– que la ira, la apología y el adoctrinamiento son estas causas primordiales. No hay otra fórmula más exacta para predecir el desastre y, sin embargo, saber que existe y el cómo puede ser identificada en el panorama político no es considerado cuando en las escuelas nos enseñan historia: los sucesos corresponden solo a la historia de grandes héroes.

Por ello pienso que cuando los políticos dicen México necesita de educación, tal vez no sepan que esta educación debe ser completa y de calidad; que la visión del conocimiento debe ser nutrida por hechos, sí, pero también de alimento para el alma de una persona, de convicciones racionales y expresas de su naturaleza como ser humano. Que ese alumno debe estar preparado para entrar en el campo de la ideología para cuestionarla, para derrumbarla y reconstruirla amplia y mejor. Saber, por ejemplo, que el hecho de disentir de la ideología común es una oportunidad de aprendizaje, en vez de una para defender a políticos –o personas muertas, cuyo caso es peor– que seguramente jamás estrecharán su mano para darles las gracias.


[1] No, no los justifico. Todos los mencionados hicieron cosas horribles, pero ¿los héroes hicieron algo distinto?

[2] Espere las entrevistas, tal vez haya una sorpresa o dos.

[3] Siguiendo con la analogía de la segunda parte entre Heracles y su relato.

[4] La ideología no reconoce un límite geográfico, un ambiente social sí.

[5] Mientras lo voy releyendo para la edición, me doy cuenta de que no sé si la palabra fe puede ser un sustituto de la palabra convicción. La segunda parte del primero, supongo.

[6] Como de la que habla Jung; alguien que solo refleja lo que lo rodea de forma vacía.


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