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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 29 de agosto de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

Pocas canciones quedan tan bonitas con el tema de mis columnas como ésta: https://www.youtube.com/watch?v=YJHz52AgC1k&pp=ygUYYWxnbyB0aWVuZSBxdWUgZXN0YXIgbWFs

Trabajar. Supongo que pertenece a las cosas que aun sin que la humanidad le pusiera nombre, existía. Dudo que la prehistoria fuera indulgente con los homínidos que, en vez de cazar, contaran la cantidad de lunares en sus manos. Por eso mismo creo que ha seguido el mismo esquema; realizar una actividad provee. Con infinidad de nombres para la recompensa; un favor, comida, materiales, herramientas, y dinero —que básicamente resume todo lo que se puede dar en un sistema de intercambio. Obviamente, depende de la sociedad que haga uso del sistema, cómo es que opera.

Trabajar puede ser en beneficio de todos, o de pocos, o de uno solo. Y la recompensa puede ser justa, abusiva, mediada, o desproporcionada. Todas las condiciones imaginadas para cumplir con la premisa “realizar una actividad provee” son definidas por la sociedad que diseña el sistema. Y sin afán de meterme en páramos que no domino, como los económicos, creo que el problema reside precisamente en el hecho de que, por mucho tiempo, las sociedades han sido construidas en torno al beneficio de grupos muy pequeños. La lucha de clases que explica Marx.

Además, como ya explicamos en la anterior columna, ese sistema es susceptible a la inserción de discursos que varían según el momento cultural. De modo que las palabras relacionadas a prácticas poco éticas de trabajo son suavizadas en significado y uso. Como el de “ponerse la camiseta del equipo”. El echaleganismo. Jornadas no pagadas. “Lo renunciaron”. Todo eso parece normal dentro de lo que significa tener un trabajo, porque se justifica en un sistema de por sí imperfecto. Si alguien recién egresado le pagan por debajo del agua y sin prestaciones, aun siendo titular del empleo, se explica por la falta de experiencia.

Es normal tener una mala relación con el trabajo. Tanto con los espacios, como con las personas y todo lo que rodee hacer una actividad que provee. Sobre todo, porque muchas veces esa actividad no es recompensada con lo mínimo y que incluso, si lo hace, la remuneración no considera situaciones tan humanas como el desgaste físico, emocional y la enfermedad.

Trasladarse entre 1 hasta 2 o 3 horas a trabajar, reducir el tiempo libre, dedicar incluso ese tiempo libre para lidiar con cargas de trabajo inmensas, sobrevivir a la fecha de pagas a costa de un mundo violentamente capitalista, procurarse a sí mismo y las personas que nos importan. Todo con una tarifa de salario mínimo de $207.44 mxn.[1] el día que, llevado a una semana laboral de 6 días de tiempo completo, deja al mes $4,978.56 mxn. Asumiendo que no son afectados por impuestos de seguro, Infonavit y demás servicios al trabajador; ese dinero es apenas suficiente para pagar una renta, sin mencionar gastos de luz, agua, gas, comida, transportes, y cualquier eventualidad que pueda surgir. Trabajar no provee, visto de esa forma.

Esto demuestra dos cosas: la primera, es increíble que la sociedad mexicana supere este tipo de adversidades como si nada, pero quizá hablemos de eso luego —aprovechando que vienen las fiestas patrias—; y la segunda, que a pesar de que la gente es consciente de este problema en la correspondencia entre lo remunerado y lo trabajado, el discurso de una sociedad compuesta casi en su totalidad por trabajadores es que entre más esfuerzo se imprima en una actividad, mejor será el resultado. O, en otras palabras: echarle ganas al trabajo va a hacer que te vaya mejor.

Sea por la razón que sea, la gente prefiere vivir con lo mínimo. Y se cuentan esta historia del cómo la movilidad social es muy sencilla, de generación en generación. Es un discurso que no creo que termine en los años venideros y tampoco en mucho tiempo más, porque tiene su base en las historias de éxito de algunos. De los que tuvieron suerte. Y sobre todo de gente que tuvieron en sus manos un mundo completamente diferente al nuestro. Son una especie de leyendas urbanas que alientan al trabajo duro en las peores condiciones.

Y no es que yo esté en contra de mirar arriba, y trabajar para llegar ahí. Estoy en contra de perdonar medidas que claramente son abusivas, y ser indulgente con una realidad que nos explota desde que despertamos hasta que nos acostamos a dormir. Porque contarse una leyenda no hace más ligero dormir menos horas de las que se trabajan, ni tampoco paga la renta.

El trabajo es un sistema que falla, porque la gente que controla los medios de empleo carece de una perspectiva real del cómo viven sus trabajadores. Y que aun cuando llega gente que empezó como trabajador a puestos de poder, ejercen exactamente los mismos mecanismos de explotación que los aquejaban.

Quizá tampoco es como que haya una solución simple a este problema, porque toda la postmodernidad parece estar centrada en quién se come a quién, pero como dijo una sabia estampa miada en Los Sapos; hay que tener conciencia de clases para amarnos Marx.


[1] Y eso hasta el primero de enero de este año. Porque antes era $172.87 mxn. según datos de la CONASAMI y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.


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