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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 30 de agosto de 2021 [01:35 GMT-5] (Neotraba)

Sé que el tema de hoy puede incomodar a algunos –te hablo a ti, Vargas Llosa–, por eso le dejo esta rola para que se relaje en lo mientras:
https://www.youtube.com/watch?v=R0q4U668L3E

¿Alguna vez ha sentido que todo conspira en un mismo sentido? Bueno, algo así me pasó después de leer un artículo en Milenio. Salido de un anuncio en Facebook, con un título escandaloso, me metí con cierto morbo a conocer la opinión de un nobel como Vargas Llosa. La pregunta era simple, ¿Qué opina sobre el uso del “elle”?[1]

Desde las primeras actitudes del escritor a la pregunta, podemos intuir su postura al respecto y el tono a desarrollar en toda la entrevista. No queda en mí decir si es un artículo que vale o no la pena, pero sí el revisar la respuesta que se le puede dar a la pregunta. De cualquier forma, sepa que no me estoy comparando con el escritor y tampoco pretendo bajonearlo por lo que respondió. Como veremos, su forma de pensar es parte de su formación y puede que sea inmutable. Tome esta columna como lo que es, un ensayo –o algo así– sobre el uso del lenguaje. Eche cotorreo, pues.

Empecemos por describir qué es el término “elle” y con qué propósitos se usa. Dentro del idioma español tenemos distintos pronombres para designar el género de una persona dentro de una oración, su rasgo particular es el uso de “o” en caso de los masculinos y de “a” en el caso femenino. De modo que para nombrar el plural masculino tenemos ellos y para el femenino ellas. El problema surge de la generalidad total, pues se puede referir a un grupo mixto como ellos, marcando así el plural neutro que es idéntico al masculino.

Elle y pronombres similares funcionan como un suplemento al idioma para hacer del plural neutro un verdadero plural neutro –o sea, sin el marcaje masculino. Pero también funciona como un signo de identidad en las personas que no se reconocen como hombres o mujeres y encuentran en elle la neutralidad genérica con la que empatizan[2].

Ya sabemos qué es y cómo se usa, ahora déjeme correr a los puristas del lenguaje. Porque no, usar el argumento lingüístico es valerse de una mentira. Tal vez hace mucho tiempo le habrían dicho que sí, que el lenguaje es inmutable en tanto tenga bases plenas de expresión, pero la postmodernidad se encargó de demostrarnos – a veces de formas muy irreales– que el lenguaje, la lengua, el idioma, son conceptos casi vivos[3], en un constante cambio y revisión del que los lingüistas sólo pueden ser testigos.

El lenguaje está al servicio de la humanidad y no al revés. Es más provechoso y divertido cuando se juega con él, cuando se trata como un concepto flexible y hasta un motivo de bromas constantes como lo sería el albur. Claro que si yo llegara con un formalista de la lengua y le pidiera que anexara el uso de albures a un diccionario, me mandaría de vuelta al lugar donde salí, lo que nos lleva al siguiente punto.

La formación es algo muy importante a tomar en cuenta cuando alguien considera el uso del lenguaje, y no porque estudiar lingüística dote de poderes sobrenaturales o algo así. Obedece más al convencimiento y aceptación de normas generales que se adecúan a nuestra visión del mundo. Si tener un objeto exacto de estudio[4] –por ello inmutable– nos permite estar más cómodos en el desarrollo del pensamiento en torno a algo como el lenguaje, entonces esa persona será más apegada a las normas que organismos como la R.A.E. pueden ofrecer. Y si bien hay principios básicos que se deben respetar, olvidarnos de la flexibilidad del lenguaje es faltar al papel primordial de un lingüista: el estudio de la lengua.

Además. incluso reconociendo normas muy rígidas del lenguaje, podemos decir que ahora mismo estamos en una transición conceptual, como lo hubo a finales del Siglo XX, agregando a nuestro vocabulario hispano muchas palabras y sonidos del inglés, o hace siglos con las palabras de raíces arábigas, con la mezcla lingüística indoeuropea, etc… Su uso, bajo esta valoración, corresponde a un uso y costumbre del lenguaje. Si alguien adopta esa nueva costumbre de asignar un tercer género a las palabras, entonces no estará equivocada, sólo es más abierta a este tipo de cambios en el idioma.

Pero, sinceramente, más allá de si usarlo es algo que esté bien o mal para una ciencia como la del lenguaje, su valor recae más en dos factores igual de humanos: la empatía y el entendimiento hacia el otro. Dedicamos mucho tiempo de la discusión a determinar si está bien o mal, que nos olvidamos que el uso de elle obedece a una necesidad de visualización y sensibilización respecto a personas de género no binario. Es necesario que las personas, fuera de su valor lingüístico, respeten esto como lo harían con un nombre propio. Un pronombre sigue siendo un asunto de identidad, y algo así es tan respetable como quien hable con claridad.


[1] Le voy a adjuntar la entrevista para darle contexto: https://www.milenio.com/cultura/mario-vargas-llosa-burlo-lenguaje-inclusivo-video

[2] Aquí iba a mencionar por qué el uso del elle no es consecuencia de un “feminismo mal entendido” como dice Vargas Llosa, pero creo que queda claro que si bien el feminismo presentó las bases para que expresiones de género más amplias salieran a la luz, no es su objetivo único cambiar el lenguaje. Sólo hace visibles problemáticas ya existentes en pro del género femenino.

[3] Digo casi porque aunque si tiene una característica dinámica y constante, no es un ser, y por tanto, no propiamente vivo

[4] Tampoco se me ofenda, tener un objeto exacto también es de utilidad para ciencias como la fonética. Solo que para reconocer una evolución en el lenguaje, tal se vuelve insostenible.


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