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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 24 de agosto de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

El humano trabaja por obligación, la mayoría del tiempo. Se adapta o adapta el entorno conforme a la necesidad humana para responder preguntas, como un oráculo en formación que se vale de herramientas para dominar el mundo alrededor, en un todo contra uno como decía Hobbes –o en un todos contra la naturaleza, como prefiero concebirlo.

De esta necesidad surgen todos los modos posibles de contestar la pregunta entre todas. Llámese, filosofía, metafísica, física, biología, química, matemática, todos son métodos para hallar una respuesta por común acuerdo; todo lo material se rige por la física, pero no contradice lo dicho por las leyes químicas, y estas no contradicen a las leyes matemáticas –que demuestran validez– y por tanto tampoco la lógica, y así prolongándose a todas las ramas habidas y por haber.

De modo que podemos comparar cada enfoque a la respuesta como si se tratase de una lente en un microscopio, que concentra cada una de sus características en determinados parámetros medibles y demostrables que se pueden seguir hasta hallar una descripción verdadera del objeto de estudio. Dichas lentes –como en la vida real– son adquiridas según se necesiten.

Y dentro de la demostración de la vida práctica este microscopio sinóptico revela a nuestros ojos una realidad cautivadora que se conecta desde lo más grande a lo más chico, en súper sistemas cada vez más complejos en composición y forma que, sin embargo, pese a la dificultad de diseño, se complementan en una sola imagen general. El universo en conjunto, como un organismo simbiótico del que somos parte de forma inconsciente, el último objeto de estudio para el último investigador sobre la tierra.

Pero ¿y qué si hacemos de las lentes un telescopio? ¿qué visión tendremos del espacio entre los espacios? Para ser sinceros, yo no tengo las respuestas, solo hago las preguntas pero si quiere, puede preguntarle a personas mucho más preparadas que yo. Búsquelas por su dirección inexacta, o su nombre que yace escrito sobre arena como si fuera piedra. Aquellos que ya han visto lo lejano como si fuera una fotografía en el periódico de esta mañana.

La literatura cumple este papel de lo que está fuera de nuestro estudio, un universo discontinuo y palpitante que juega con nosotros desde un espejo de lo que yace bajo el microscopio, un mapa dibujado en humo y que se revela a nosotros en fragmentos de una historia –o muchas. De ahí que entrar en ella sea una disciplina temible, que es mejor observar a dirigir los cauces que puedan documentarse desde el telescopio. Porque sí, escribir da miedo, y es lo que impulsa en primer lugar a ver a través de las múltiples lentes que nos revele las múltiples realidades de la verdad.

Simpatice usted con la lectura –que es la forma directa de ver por el telescopio– o no, es indudable que la palabra escrita es poderosa, igual que las imágenes proyectadas sin necesidad de ser nombradas siquiera. La literatura posee grados de complejidad, igual que el universo evaluado bajo microscopio; no es lo mismo leer poesía a un cuento, son formas distintas de experimentar las maravillas del humo que vemos fuera del estudio. La complejidad está en la interpretación del documento.

Emplear recursos como la metáfora, la analogía, el discurso detallado, no son signos de esta complejidad, son señal del dominio del lenguaje; la Literatura va de usar esos recursos para contar una historia de forma que el espejo nos muestre a nosotros, que vivamos lo mismo que el ego-humo sin que seamos nosotros, ni seamos parte del humo.

Las personas que han alcanzado cierto grado de maestría literaria juegan con estos modos de encapsular realidades a modo de narración y la historia tácita, para mostrar piezas que reemplacen las que no encajan bajo el microscopio; a veces como presagio, como reto, sentencia o anécdota.

La literatura tiene este poder súper humano de cambiar el espacio entre los espacios, partiendo del alma humana. Por eso me gusta.


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