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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 20 de abril de 2021 [00:30 GMT-5] (Neotraba)

Nota pre-texto:

Aunque sé que en este instante debe estar otro yo multidimensional no creyendo en mí, yo decidiré no creer en él y dirigirme a usted en esta nota para aclarar algo: supongo que será una serie de columnas las que tengan esta temática. Pero, por ahora, le basta saber que dejaré este semillero a mitad de la nada por un tiempo.

A todas las cosas mágicas que no creen en mí como yo no creo en ellas.

¿Si creo en la magia? No, al menos no como para conceptualizarla fuera de algo comprensible. De modo que, como puede intuir, no creo en el tarot ni en el horóscopo, en la adivinación ni en actos superhumanos de razones pseudocientíficas. Y, como introducción a mi propia perspectiva –de propia sólo tiene la consideración–, le explico el porqué de mi escepticismo rancio –como me dijo una adivina.

Podemos entender la realidad humana en tres lentes fragmentados en múltiples visiones, una más radical que la otra: la lente supernatural, natural y mágica. Todas existentes casi de forma inherente al ser humano y todas ellas probadas a lo largo de nuestra existencia como homínidos más o menos complejos. Desde que el ser humano puso sangre en sus dedos y pintó la primera cacería en su pared, plasmó frente a sí una visión de una de estas tres lentes primordiales.

La primera, la supernatural, comprende a todo lo que, como humanos en nuestra limitante sensible y mortal, no podemos explicar. Posiblemente tampoco podemos aproximarnos a desenmarañarlos en mucho tiempo. Conceptos como “el más allá”, “paraíso”, “infierno”, “muerte” y “espiritualidad” se ven envueltas en un ojo de espiral del cual no hay escapatoria, como una certeza sobre el final de todo, pero un aliento de las cosas imposible de ver a primera vista.

Dios–con cualquiera de los nombres atribuidos a él en la historia– es un ejemplo claro de la visión en la lente supernatural. Esto por ser omnipotente y regir el universo desde una forma incomprensible para nosotros, o inconmensurable por su naturaleza divina, como diría San Agustín en sus ensayos sobre el número áureo.

La segunda obedece a la razón humana, a todo aquello que podemos nombrar, cuantificar o representar de cualquier forma. Y, claro, uno podría decir entonces que los elementos del conjunto supernatural también pertenecen al orden natural por el simple hecho de que podemos nombrar cada uno de los elementos de ambos conjuntos. La gran diferencia radica en su utilidad –práctica o conceptual– a nuestra realidad. De esta forma, aunque Dios como concepto pertenece al orden natural, en esencia es sólo parte del orden supernatural. Algo muy parecido al mundo de las ideas de Platón.

Entonces, ¿qué es la magia? Pues, a decir verdad, yo la definiría como una conjunción entre ambos espectros de la realidad sensible a nosotros. No tiene más misterio que el generado por incógnitas de un ser razonable a un entorno irracional, las preguntas ontológicas por antonomasia: el amor, la muerte, el tiempo, lo absoluto y lo natural.

La magia es una respuesta donde el orden natural es un desprendimiento del supernatural o viceversa. Con base en ello justifica sus interacciones con conceptos resultado de ambos espectros, unidos casi por casualidad y hasta de manera surrealista. Caso de la adivinación la cual, valiéndose de un concepto natural como la astronomía, crea la astrología para explicar fenómenos estadísticos. Establece un sistema muy complejo de estudio para definir no sólo una personalidad entera, sino su forma de pensar y principios morales –cosa que me parece curiosa porque, según la cultura, cambia de significado.

De estas tres lentes volvemos a una analogía propuesta varias columnas atrás –de ver a la literatura como un telescopio y a la ciencia como un microscopio; según de las adaptaciones implementadas en estos instrumentos de observación–, nuestra realidad se deforma para encajar a las explicaciones más mínimas del entorno –o no, depende de lo que hablemos.

Y, bueno, si puedo reconocer estas diferencias y razones, ¿por qué no me agrada el concepto de la magia? La respuesta es a la par simple y compleja; la conciliación de ambas formas no es posible en la práctica, pero sí como un ejercicio teórico.

Como ambos conjuntos poseen conceptos, es sencillo imaginar que esos conjuntos deben tener partidas en común aplicables al mundo objetivo y el problema con este tipo de pensamientos radica en las uniones. Usar un concepto abstracto como uno completamente racional no solo hace que el concepto en sí pierda significado, sino además la forma objetiva en que se quiere aplicar se vuelve una espiral de justificaciones del vacío. De la misma forma, en los productos milagro justifican su funcionalidad con conceptos ya existentes de la medicina y distorsionados a conceptos muy abstractos malinterpretados con el tiempo.

Así sucede con muchos de los mitos de la cotidianidad y con conceptos que a veces se sobre extienden con las religiones o pseudociencias varias. Tal es el caso del shifting, ocupados en conceptos de la física moderna y el psicoanálisis; la propuesta es el cambio de realidad a voluntad bajo ciertas condiciones. O la propia brujería –en cualquiera de sus ramificaciones– que, aunque toma conceptos ya existentes en la fe y espiritualidad, carece de una base clara en sus procedimientos.

Sin embargo, estudiar sus conceptos como lo sería estudiar una serie de mitos, es una actividad bastante enriquecedora. Si no me cree, hablar del mal encarnado por el demonio, racionalizar un concepto como un monje punk, y elaborar un análisis de relatos específicos como el Ragnarök no es más que hacer uso de la magia conceptual. Traer objetos abstractos a la conceptualización racional de cada una de sus partes, así como lo sería la traducción de un lenguaje a otro.

Mi problema radica principalmente en el uso de este tipo de magias prácticas como medio de estafa –nada nuevo ni mucho menos desconocido. Vea en la televisión los miles y miles de productos cuya promesa es la cura a toda enfermedad con una sola pastilla, o quienes prometen ver el futuro al fondo de una taza, hablar con muertos, encerrar demonios, y tantas prácticas que parecen sacadas de un relato maldito de Lovecraft.

La ignorancia de la gente ante el no saber qué lente hace visible su realidad, es un impulso a estas estafas de gente que, sabiendo esto, usan su habilidad para hacer una actividad meramente humana: vender. Y así es como entre todas las distorsiones que ya de por sí un concepto abstracto puede tener, llegan a reducirse a un dije con piedras, figuras de cuarzo y amuletos, sin mayor mérito que ser vistosos.

Ser parte de la magia sin saber qué es lo que hacemos no nos hace más conscientes del universo desconocidos, sólo nos aleja del entendimiento real que podamos asignar a dichos enfoques de la realidad y obstaculizan nuestro crecimiento como personas. Pero el entender cuál es la magia que no es útil y de las formas reales en que podemos interactuar con ella será tema de otra columna.


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