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Puebla, México, 10 de diciembre de 2023 (Neotraba)

Cuando se lame los labios se descubre pegajoso y amargo. Son los resquicios de una toronja devorada. O son, sencillamente, las huellas de un beso que supo a nada y dejó, mayormente, un hueco en ese órgano palpitante tan, pero tan sensible. Tan débil, tan cobarde, tan asustadizo. Como si pudiera echarle toda la culpa al corazón, se echa a reír. Porque a veces reír es el último recurso; no de manera ultrapositiva, más bien en tono fúnebre. Es una risa vestida de negro, siniestra y dolida. Sí, es una risa que suena a muerte.

Suena a desamparo. Y las risas desamparadas son el síntoma final de esta larga y tediosa enfermedad. Enfermedad sin nombre ni cara ni diagnóstico, pero enfermedad al fin y al cabo. Pues por algo quedó tan mal: tirado en la cama con los labios resecos de tanto respirar por la boca, de tanto besar, de tanto reír. De tan poca vida que le quedaba en ese cuerpo escuálido suyo.

Una risita y un pulmón perforado. Otra carcajada. La sangre en los pliegues de los labios. Cuánto duele esta vida. Este sonido salido directamente del diafragma. Se infla como globo, la piel del estómago es suave, es simple, está cubierta de una capa de vello ligerísima, como de durazno (a medio podrir) y sólo se ve muy de cerca, se pincha a sí mismo la piel, por afán. Afán de molestarse, de reírse, de sentirse vivo. Qué difícil es sentirse vivo.

A él le gusta perder y le gusta, aún más, reírse de ser tan perdedor. No le gusta llorar. A nadie le gusta llorar, cree él. De la misma manera en que a ningún gato le gusta mojarse; en esa generalización no entran los gatos de internet porque siempre pueden ser falsos. A ningún gato le gusta mojarse, a ningún gato le gusta llorar, a ningún humano aguado le gusta vivir. ¿O cómo iba? Ningún gato se ríe. Este gato sí. Pero se ríe así como si no quisiera. Cosquilludo, torturado, roto.

Lleva el corazón arañado, es decir infestado de arañas. Lleno de piquetes probablemente venenosos. El flujo sanguíneo espeso. Las manos y los pies helados. Los muertos empiezan a morirse por los pies. Papam, papam. Todavía le late el corazón. Agujereado. Vivo. Malditamente vivo y risueño. Podrá haberse infestado, podrá haberse ahogado, pero seguirá latiendo porque ese es su trabajo. Y porque cuando un corazón se rompe, en realidad no está roto. Debe, incluso, estar harto de ser considerado tan débil. No siente, no teme, no se rompe; sólo sangra y seguirá sangrando para llenar de la vida necesaria a su cuerpo incubador. Aunque esa vida sea poca y se fracture con esta facilidad.

La toronja se borra a lengüetazos. Y el beso se borra en los siguientes ciclos rítmicos. Papam, papam. Seguirá latiendo.


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