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Por Camila R. H.

Puebla, México, 06 de octubre de 2020 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Usualmente tengo tres temas principales en mi repertorio: lo mucho que detesto la preparatoria, mis gatos y mi miedo al futuro. Pero días como hoy no tengo nada para decir, porque mis semanas han sido rutinarias, de esas en las cuales sabes exactamente lo que va a pasar.

Los lunes me levanto a las seis y media y con la habilidad de no prestar atención a ninguna clase, porque a quién le importa emprendimiento; los martes me levanto a las siete y maldigo Cultura Física; los miércoles también me levanto a las seis y media, mi primera clase es Geometría —aquí sí me obligo a prestar atención. Finalmente, los jueves me levanto a las siete e intento no ignorar a la maestra de Biología.

“Con suerte los viernes haré toda mi tarea”, me digo —pero nunca tengo tanta suerte—, y el fin de semana es una gran laguna, en la cual el tiempo se diluye o se vacía.

A veces llueve cerca de las 5, otras el sol se cuela en la sala e ilumina los ojos verdes del gato que dijimos no se iba a quedar con nosotros. Es fácil quererlo algunos días, pero Wil Wheaton —el gato— es un maleducado y a veces me gustaría detestarlo. “Venía así de fábrica”, le digo a mi mamá, pero ambas sabemos que algo hicimos mal.

Los días se van rápido y mi mente está tan ocupada siguiendo la rutina como para fijarse en los detalles. Algo de culpa he de tener, procrastinar es muy sencillo cuando me convenzo de que no tengo nada bueno para decir. Es entonces cuando escribir se convierte en un martirio.

Incluso mis conversaciones se transforman en una rutina: el domingo en la noche le diré a mi mejor amiga lo mucho que apesta despertar a las seis y media en lunes, así como lo aburrido de tener 100 minutos de manejo de Datos. Ella me dirá que odia participar en Artes y me preguntará cuándo pienso cambiarme a su salón. Ojalá pudiéramos hacerlo.

En algún punto de la semana, cuando estemos más cerca de tener una crisis, volveremos a preguntarnos qué vamos a estudiar y la respuesta será la misma: “mejor vámonos caminando a Alaska”.

Y de alguna forma todo vuelve a empezar, como una rutina debe ser.


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