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María Macaya Martén

San José, Costa Rica, 1 de febrero de 2024 (Neotraba)

Me tragué mi voz.

[Tragarse las cuerdas se siente como tragarse un chicle, se desprenden de la faringe y bajan en un grumo elástico. La única diferencia es que el resto del cuerpo también es engullido. La voz es el primer hilo que se suelta para desdibujarlo todo.]

Cierro la boca y la llave de mi último terreno se hunde,
se vuelve aguja, no me muevo.

Tragar y callar son lo mismo.

[Se apagan los árboles rojos que crecen dentro de los pulmones.]

Entonces callo.

Desaparece la casa que antes quise habitar.

Entonces caigo.

[Callar no es muy distinto a la muerte. Es parir un abismo hacia dentro.

Alguien empuja de vuelta la criatura expulsada por el canal vaginal para sofocar sus gritos.

Nace un silencio carnívoro y se encaja entre las amígdalas. Aguarda y calla tras su pelaje de hongo blanco. Hasta que grita y la parte más lechosa del aire se fractura como un fémur.]

Ahora, ese silencio aguarda conmigo.

Las plumas de los ángeles están podridas.
Lo sabemos porque un olor a estornudo inunda al universo desde el tallo.

Nadamos lejos de la peste.
El ruido es la única dirección posible.

Ya no tengo nada que callar.
Fuera lo que fuera, se disipó,
y al parecer yo me fui con ello.

[El fondo de la noche es un par de encías que sangran. Ahí no hay dientes, ni llaves, ni agujas.]

Pero nada se distingue desde aquí arriba
y ya no hay cuerdas que me salven de todo este blanco.
… Pero te estoy escribiendo todavía
Entré al baño del apartamento en Boston.
Detrás de la puerta colgaba tu bata.
Había un pañuelo sucio en la bolsa izquierda.
Hacía dos años habías muerto.

¿Habría sabido, el afortunado papelillo,
que te sobreviviría por tanto tiempo?
¡Te sentí tan cerca!

Contenía tal vez tus últimas lágrimas,
el sudor leve de tu cuello,
un efímero estornudo,
o mocos.

Ya no importa
supongo.

Lo sostuve frente a mí
como lirio blanco entre mis dedos.
No sabiendo si venerarlo
o repudiarlo.

Lo boté en la basura.
Cerré la puerta.
La muerte de mi padre

La vida es un cuento, la muerte,el punto final de una oración

Escribir estas líneas es el pecado más grande que he cometido en la vida.
Por favor perdóname si es que puedes,
si no, ya es muy tarde.

Mi papá murió en una cama de hospital, como muchos otros.
Su cabeza de pájaro yacía bañada de un sudor divino.
Su respiración le estremecía el cuerpo
como el viento levanta súbitamente las hojas secas del cielo.

¡Cuántos otoños enardecidos pasamos en Vermont!
Cortando el aire frío con un Ferrari rojo, a través de pueblitos de cuento a medio día.
“Mais quelle belle vie, en esperant qu’elle dure toujours!”
Exclamaba él sacando el brazo por la ventana y extendiendo los dedos.
¿Fue acaso esto un sueño?

Era de noche.
Las ventanas cerradas de la habitación guardaban una luz melosa, el ruido del aire
acondicionado, los números rojos y verdes del equipo médico, y las sondas como lianas.
Su respiración era un niño que sollozaba solo a la distancia,
las últimas costras de vida que se aferraban empedernidas.
Un berrinche digno.
Pero con cada movimiento brusco de la cabeza hacia atrás
salían expulsadas y se unían como gotas a la bruma de la escena.
En comunión formaban parte de algo más grande y se relajaban.

Algo parecido a aquellos atardeceres sobre la colina en días frescos.
La última gota fosforescente se resbalaba y caía sin remedio entre las piernas de la montaña.
Sus ojos grises, fijos en el agonizante punto rojo, lo reflejaban.
“Pedí un deseo, mi amor, ¡qué atardecer más lindo!”
Y me daba la mano.

Su mano yacía inerte sobre las sábanas,
muy de vez en cuando un dedo temeroso saltaba.
Las manos que sostuve desde que nací
no me sostendrían más.
Pero este instante me cargaría hasta la muerte.

No puedo describir el momento exacto de su victoria,
porque no me lo permito y no me lo perdono.
No soy digna de su santa euforia
pero estas palabras bastarán para sanarme.

Estaba amaneciendo.

María Macaya Martén (San José, Costa Rica, 1991) Ha publicado de forma virtual en diferentes revistas literarias y participado en varios festivales y ferias nacionales e internacionales. Coordina una columna llamada Donde van a morir las flores en Revista Cardenal de México. Es máster en Literatura Comparada de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Se especializó en poesía, en el simbolismo francés y el modernismo hispanoamericano. Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibió una Mención Especial del Jurado en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica. Un grupo de poemas de su segundo libro obtiene Mención Especial en la 40 edición del Certamen Literario Brunca, organizado por la Universidad Nacional.


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