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Por Agustín Mazzini

Buenos Aires, Argentina, 8 de junio de 2023 [00:10 GMT-3] (Neotraba)

II

Al mirar la ciudad mojada en mendigos a través del silencio sin color de los ventanales, uno cree perder la memoria cada cinco minutos. Entonces, pasan gitanas que venden alas de ángel envueltas en diario y la catedral se pone a echar raíces bajo el suelo mientras los pescadores, ola a ola, envejecen frente al muelle. Los ascensores dejan en la boca un sabor a metal, las lámparas no tienen ganas de ser lámparas y las escaleras no prestan atención a quienes las suben. Es la hora en que crecen los pasillos de los hoteles, el momento exacto en que el tiempo suena como una mujer que no puede parar de llorar.

X

El espejo y la piedra

La piedra se dio cuenta de que ser dura y fría no la hace más sabia y que puede humear hasta desaparecer. Su dolor es claro pero no sabe lo que quiere. El espejo oscuro, profundo, universal, refleja con la misma inocencia el perfil del condenado y del verdugo, y comparte con los relojes la manía de mirar siempre al mismo sitio.

XII

En la soledad unos ojos brillan por culpa del alcohol y los árboles teorizan un tráfico de estrellas, el sentido de la palabra “hogar” se vistió de perro. Como todos los días, el día pelea contra la forma de las calles y viaja envuelto en un camino. Los camiones que llevan las horas de un lado a otro de la ciudad se detienen a ver cómo en los vasos de los bares, un árbol de hielo deja restos de su piel de agua y en los cementerios una sinfonía de huesos aturde las raíces de la tierra. Todo se repite, todo me nombra. Estoy de nuevo en mí.

XIII

Micro ensayo sobre la imagen en la poesía

El filósofo insinúa cosas que el poeta toca con los ojos vendados. Llega hasta ellas haciendo malabares, tomado de la mano de sus suicidios, moviéndose como una bestia en el agua, en un centro que lo observa todo. Así, la imagen poética, reflejo modelado en el lodo de la imaginación, camina una fila de hombres mutilados que repite Escribir poesía es entrar al callejón donde lo esperado y lo vivido se abrazan. Un dedo huérfano de caligrafía la talla y un sol abandonado rueda en la fisura que deja.

XXVI

Hoy no quiero temblar ni ser lo que está a mitad del hastío y de la lluvia. Ni aunque tenga la mirada fría de tanto alcohol. No quiero ser tan pequeño hasta caber en el puño de un nene pintado de agua o besar las sombras de los dormitorios de quienes esperan. Soy una anatomía cansada que puede pensar en su sangre hasta hacer aparecer una fruta. 

XXVIII

Al salir del departamento, como si dejara un libro a los pies de un hombre que no aprendió a llorar, el mar practica su seducción de ir y venir, y los techos y los campanarios de las iglesias parecen piedras escritas en idiomas sagrados. Es como si todo hubiera sido besado las pasadas veinte horas y habitara a orillas de bestias peores que el frío.

XXXIV

Poema al fuego

El jinete rojo ondea sobre sí. Zarpazos de una daga amarillenta. Galope que se vuelve más oscuro y secreto al preguntar por su calor.

Los poemas aquí presentados pertenecen al libro El perfume de la flor tatuada (2022).


Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993). Entre otros, ha recibido el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Internacional Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal. Libros: El cielo no termina de quemarse (2017), Poemas de Rue Parthenais (2021),  Su corazón una moneda (2021) El perfume de la flor tatuada (2022).


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